Ascensores
por Gabriel Bialystocki
 

Ella es rubia, divina, inaccesible…
Casi.
Me divierte pensar que todas las mujeres, aún esas que los hombres consideramos (tonta, puerilmente)  perfectas tienen a alguien, algún hombre en su mente para el cual son efectivamente accesibles.
Todo eso me viene a la cabeza y se transforma en una sonrisa enigmática, en plan seductor, mientras compartimos, esta chica rubia y yo, los eternos treinta o cuarenta segundos de ascensor .
Somos vecinos, y lo curioso es que ella lleva puesta la misma sonrisa.
Se baja (vive algunos pisos más abajo), me dice chau, la puerta se cierra, y yo sigo subiendo, aspirando (disfrutando) los restos de su perfume, alguno de moda pero de todos modos estimulante, perfume de mujer, antesala o evidencia, pienso (y me pierdo, lo reconozco) de otros perfumes…
Ya está, llegué.
En fin, entro en mi casa, y soy engullido por ella : cosas que hacer, asuntos que arreglar, cuentas que pagar, y muchos etcéteras.
Cumplidas todas estas cosas ( parte de esta rutina que yo mismo construí), estoy a solas conmigo al final de la jornada.
En esa hora última, siempre de madrugada, en la cual decido si ya es hora de ir a acostarme (sabiendo que sí es pero postergándolo inevitablemente), me vuelve la chica a la cabeza…me pregunto qué pasaría si un día el ascensor quedara atascado entre dos pisos, nosotros dos dentro y hora y media que pasar, forzosamente juntos...
Primero, vendrían los chistes.
Después algunos comentarios más serios, la incomodidad evidente de ambos por saber que estamos pensando en lo mismo, o por ella al menos intuir lo que yo estoy pensando, los minutos que se siguen sucediendo lentos, las ganas, los frenos, más ganas y frenos, los labios de ella ahora algo apretados, tensos, quizá incluso con temor de algo que yo sé muy bien que soy incapaz de hacer, nunca por la fuerza, si por la fuerza de la seducción, la palabra, el golpe verbal certero, provocando (al fin!) nuevamente su sonrisa, contándole que me gusta escribir, y que éste sería un buen tema para un cuento corto, qué pasa cuando dos vecinos con relativa buena onda se quedan en un ascensor juntos por casi dos horas.
Ahí su risa diciendo qué imaginación la tuya, agregando sin embargo y de a poco sus opiniones las cuales yo interrumpiría, muy de vez en cuando y como al descuido (aunque no tanto) con cosas propias, como qué pasaría si él le dijese a ella tal cosa, hablando siempre de terceros, no somos nosotros (eso es clave para poder soltarnos  y seguir hablando y hablando), de pronto él la besaría , claro, ella lo tocaría a él, mirándonos siempre con los ojos muy abiertos, mi pensamiento irrumpiendo como enormes carteles de neón rojo de qué diablos estoy hablando con esta mina, cuando se abra el ascensor me voy a querer matar y ella también e incluso más que yo, cómo voy a hacer para mirarla cuando nos encontremos nuevamente, tapando rápidamente eso con un no me importa nada, estoy acá, estoy vivo, sigo pensando y ella también, seguimos los dos en esta vorágine verbal, en este encuentro imposible de cubículo cómplice hasta completar un acto sexual vertiginoso,  lleno de ganas contenidas durante demasiado tiempo, casi como un sueño que ya se va haciendo demasiado largo porque el ascensor se abre, ella se baja como siempre sin mirarme, masculla su habitual y lapidario mmmmstaluego  y yo quedo atrás, apenas despierto, inmerso en su perfume, vacío de mi sueño.

10/8/98