7/9/99
Nos seguimos viendo de vez en cuando ella y yo, tal cual le dije hace
muchos, muchos años que iba a suceder.
Y supongo que ambos pensamos lo mismo, lo cual es evidente en nuestro
saludo incómodo aunque cordial, nuestra sonrisa forzada y triste
hacia el otro cada vez que nos cruzamos aquí o allá, en esta
ciudad que juega a ser grande pero es en verdad muy chica. No sé,
quizá a nosotros nos pase justamente eso mismo.
Los detalles no importan ya, aunque los tengo claros en mi cabeza y
ella seguramente también, tan claros como los vamos a tener para
siempre.
Una noche Clara, que había terminado poco antes con su novio
(un gran amigo mío en ese momento), me hizo, me insinuó,
una invitación. Y yo, que estaba además perdida y secretamente
enamorado de ella, la rechacé. Me puse a mi mismo mil excusas, me
dije que no era consuelo de un rato lo que me interesaba darle y dejé
pasar (tonto, cobarde o ambas) uno de esos trenes que pasan solamente muy
de vez en cuando y que paran una sola vez en tu anden, en tu estación.
Uno está con la valija en la mano y el abrigo puesto, parado en
el anden porque lo único que quiere es irse, salir, viajar. Pero
el tren para, y nos quedamos quietos.
Paralizados, bah.
Todo el mundo sube apurado, la voz en el altoparlante anuncia la partida
inminente, y en nuestra cabeza las idas y vueltas son tantas que estamos
intoxicados por exceso de pensamientos, ideas, miedos, en una mezcla que
se transforma en un anestésico demasiado fuerte. Entonces despertamos
de ese trance por el ruido del tren que comienza a moverse, quizá
satisfechos de que en realidad se vaya y nos deje, librándonos de
tomar una decisión demasiado pesada para nosotros en ese momento...
Quizá no.
Quizá vengan el pánico y el arrepentimiento, las ganas
de subir, el correr por el anden en vano viendo las caras de los demás
que desde sus ventanas nos miran con asombro, sin entender porqué
nos quedamos parados y no subimos mientras el tren estaba detenido, esperándonos…
Ambos, ella y yo , perdimos ese tren.
Ella lo detuvo para mi apenas unos instantes, una noche hace muchos
años: yo la miré, pensé, dudé, y elegí
quedarme en la estación, en vez de salir a recorrer juntos esas
vías, el espacio, el infinito.
Y hoy, tanto tiempo después ya no es el arrepentimiento ni la
duda de lo que hubiese sido ese viaje, sino la pena y la nostalgia de lo
que justamente no fue, lo que hace que esta historia, otro tren, circule
aún por las vías de esta cabeza mientras yo sigo, para siempre,
parado en el andén.