Estrujado y húmedo, el cuerpo de la gitana se aplasta
contra las suertes que acaba de arrojar sobre la mesa. Esparcidos en la
alfombra han terminado los bálsamos, los cirios rojos y los signos
de fuego. Desde los velos entreabiertos de la carpa, alguna madrugada extraviada
en instintos y un gato amodorrado espían mi arrebatada ceremonia.
Mientras su aliento zumba en mi oreja y sus piernas de araña
patalean atacando mis costados, con cada nueva acometida le pido que vuelva
a intentar adivinar mi destino porque la locura no es la carta que
me rige.