"Tras una espera larga e infructuosa he decidido ser yo quien te escriba,
tanto por ti como por mí mismo, ya que me disgustaría pensar
que he tenido que soportar dos penosos años de prisión sin
haber recibido ni una sola línea tuya, ni noticias, ni siquiera
un mensaje, como no sean los que tanto me apenaron. Nuestra amistad, tan
infortunada y lamentable, ha acabado para mí en la ruina y la infamia
pública: pero a pesar de todo no me abandona el frecuente recuerdo
de nuestro viejo afecto, y además el pensamiento de que el odio,
la amargura y el desprecio tengan que ocupar para siempre el lugar que
una vez ocupó el amor me resulta demasiado triste. Tú también
sentirás, supongo, en tu corazón, que escribirme ahora que
debo permanecer en la soledad de la vida de prisión es mejor que
publicar mis cartas sin obtener antes permiso o dedicarme poemas no solicitados,
aunque el mundo desconozca cuáles son las palabras de dolor o de
pasión, de remordimiento o indiferencia que elijas para responderme
o para llamar mi atención".
Quizás éste sea el relato más impactante y vigoroso
con el que Oscar Wilde hace posible la redención de sus fantasmas
del pasado puestos en Lord Alfred Douglas. En De Profundis, única
obra escrita en la cárcel, y la última de sus obras en prosa,
también figura la redención de los sentimientos más
profundos, esa dicotomía casi subyacente que en determinado momento
ni el propio Wilde había de sentir como dos instantes indelebles;
la figuración casi inevitable del odio más impotente y del
amor menos satisfecho. Wilde siempre supo que su relación con Alfred
no era fácil de asociar con la libertad y con el juicio equilibrados,
la constante presión que sentía de parte de los que prejuzgaban,
entre los que sobresalía el padre de Alfred, el marqués de
Queensberry, lo sitiaba en ese tránsito tan tormentoso que por momentos
hacían de la vida de Wilde una insoportable manera de existir. Por
supuesto que la cárcel no sólo fue una penitencia brutal
y oscura para enmendar esa forma tan distinta de sentir afecto por otro
ser de su mismo sexo, sino que también fue una inmolación
a contrapelo para matar de una sola vez esas vitalidades que generan la
energía para seguir creyendo que el camino de la existencia siempre
puede ser halagüeño.
Oscar Wilde, primero que nada fue un ser humano, luego estuvo esa genialidad
que pocos poseen para recrear esas sensibilidades de la vida y retransmitirlas
en escritos tan exquisitos que para leerlos parece hacerse necesario una
reconciliación con la naturaleza, con la realidad, con la vida misma.
Paradójicamente, el autor de "El retrato de Dorian Gray" ajustó
a su cotidiana existencia el revés de esa reconciliación,
convenciéndose de que el sufrimiento es un momento larguísimo,
que es imposible dividirlo en estaciones y que tan sólo somos capaces
de situar sus talantes y de narrar su regreso. "El tiempo no progresa,
dice Wilde: gira. Parece dar vueltas y más vueltas alrededor de
un núcleo de dolor", de ese mismo que sintió cuando la sentencia
de dos años debía ser cumplida enteramente, de ese cuando
el marqués de Queensberry lo acusó públicamente de
ser un pervertido, que seducía con la palabra a jóvenes como
al estúpido y caprichoso de su hijo, Lord Alfred Douglas, de ése
que sintió cuando le llegó la quiebra y la ruina total, y
el administrador incautó su biblioteca y la hizo vender para saldar
un regalo suntuoso que el exigente Douglas había pedido sin reparo
alguno, motivo por el cual también la casa de Wilde tuvo que ser
subastada. De Profundis es un libro provisto de eternas muertes, de deseos
incontrolables y de aniquilamiento forzados de las esperanzas. Wilde relata
dos insoslayables maneras de existir, la pasión por la felicidad
o la lacerante forma de compartir con el dolor. La primera lo había
vivido sin estar junto a Alfred, lejos del tormentoso espacio de la desesperación
y la degradación, como él mismo lo llama. Provisto de esa
tranquilidad fecunda que sentía cuando se hallaba solo, y entonces
podía producir arte, ser un creador de obras que lo enaltecían
como ser humano y por supuesto como escritor. El segundo lo sentía
a flor de piel cuando las ventosas succionadoras de Alfred se asomaban
hasta el aura de Wilde, cuando el joven le exigía almorzar o cenar
en lugares suntuosos, o cuando su caprichosa imaginación pedía
regalos carísimos o viajes de placer que saciaran el ego del imberbe
papanatas. El dolor también se quedó a habitar en la existencia
de Wilde cuando por sobre el hombro sintió que alguien le apretaba
fuerte y lo trasladaba hasta una celda inhóspita, donde todos lo
días eran idénticos, dónde nada se sabía de
la siembra ni de la cosecha, ni de los segadores que doblaban el espinazo
sobre el grano, ni de los recolectores de uva que se abren paso entre los
viñedos, ni de la yerba del huerto que se ha tornado blanca con
la floración rota o ha quedado bajo el peso del fruto caído,
ni de los rojos tulipanes que dejaron prendidos en sus tallos los rastros
de vida que la pasada primavera fue cómplice de su vitalidad, ni
de los nidos de los pájaros ya abandonados por sus polluelos que
inevitablemente se preparan para emprender el vuelo y ser ellos mismos,
tan sueltos de cuerpo, tan llanos, tan libres.
Luego de permanecer tres meses en prisión, su madre fallece,
fue un hecho que agudizó mucho más el sufrimiento del autor
de “Salomé” que, al tiempo de acongojarlo, también hizo que
cayera en las entrañas oscuras de la vergüenza y la deshonra,
pensando en el nombre que le habían legado sus padres, y que ellos
se encargaron de enaltecerlo, no sólo en la literatura, el arte,
sino en la historia pública de su país, y que en ese instante
se veía mancillado y estropeado para toda la vida por las circunstancias
más viles en las que el padre de Alfred había publicado una
versión repugnante sobre la relación entre el joven Douglas
y Wilde y que los predicadores utilizaban como texto y los moralistas como
tema estéril.
"La prosperidad, el placer y el éxito pueden hacernos burdos
en la semilla y vulgares en la fibra, y de hecho suele ser así;
pero el sufrimiento nos vuelve más sensibles que ninguna otra cosa",
dice Wilde refiriéndose a ese instante tan fatal en el que se debe
hacer un alto para recoger los sentimientos esparcidos al aire por el dolor
y las desilusiones, los sentimientos de amistad que suelen ser los más
vitales del ser humano y que tienen que sufrir una ruptura total, ésa
que experimentó Oscar al presenciar el alejamiento de sus amigos
cuando éstos supieron de su relación con Alfred. En el exilio
del dolor, se hizo posible que los escasos amigos se acercaran poco o casi
nada, en cambio permitió a los enemigos respirar de sus pulmones
y conspirar en contra de su inexistente felicidad.
De Profundis también es un libro donde confluyen los reproches
y los perdones. En los hechos, se manifiesta claramente el perdón
hacia Douglas, quien durante su relación con Wilde conspiró
en contra del vigor espiritual y de la paz interior. La carta en De Profundis
no fue escrita para llenar de amargura el corazón del joven Alfred,
sino para vaciar el de Wilde. Tal vez ese perdón que Douglas recibió,
haya sido también la liberación de los demonios inclementes
y de los sentimientos tormentosos que deshicieron la integridad del Autor
de "La importancia de llamarse Ernesto" por el hecho de sentir afecto hacia
un ser del mismo sexo. Como el mismo Wilde dice: "No puede uno mantener
una serpiente viva devorándole las entrañas ni levantarse
todas las noches a plantar espinas en el jardín del alma". Eurípides
decía que la mar es una de las Ifigenias, lava todas las manchas
y heridas del mundo, también esas que con seguridad Wilde supo racionalizarlas,
no como manchas, sino como algo que brota de la naturaleza y rebrota en
el corazón. Quizás al escribir De Profundis, Wilde encomendó
su más elevada añoranza hacia la naturaleza de la cual venimos,
a la que le pertenecemos y a la que ineludiblemente nos entregaremos, más
bien obligados por esa raudo círculo vital que es la existencia.
Oscar Wilde fue juzgado tres veces. La primera tuvo que abandonar el
banquillo para ser arrestado, la segunda para ser conducido a la prisión
preventiva y la tercera para ser recluido en una prisión durante
dos años, tiempo en el que sólo convivió con el dolor,
la desolación y las penumbras crueles de la culpa, tan similares
a las que se siente cuando el ocaso se tiñe de rojo y los brazos
incesantes de la noche viene a danzar su baile cadencioso de la traición,
pues de noche descansa y se adormece el contento y se aviva el sufrimiento.
"Hasta que punto me encuentro aún lejos del equilibrio espiritual
lo atestigua esta carta con sus talantes cambiantes e inseguros, su desprecio
y su amargura, sus aspiraciones y su incapacidad para colmarlas. Pero no
olvides en qué terrible escuela estoy realizando mi tarea. Y aunque
sé que soy incompleto e imperfecto, puedes aprender mucho de mí.
Viniste a mí para adiestrarte en los placeres de la vida y el arte.
Quizá haya sido elegido para enseñarte algo más maravilloso:
el significado del dolor, y su belleza".
Tu afectísimo amigo,
Oscar Wilde.
El final de De Profundis también es el final de la condena,
el final de la oscuridad, del terreno cenagoso y por supuesto el final
de la existencia de Oscar Fingall O'Flahertie Wills Wilde.
Ruddy Orellana V. es egresado de la carrera de
Comunicación y Periodismo de la Universidad Católica
Boliviana