De seis horizontal, con el al final
por Christian Arias

 

"A Beto, si puede bajarse de la moto..."
El primer disparo me pasa zumbando por el oído izquierdo, así sé que ella no está, sencillamente, jugando a los vaqueros. Quiere matarme en serio. Dejo de reír y ella me vuelve a apuntar cerrando el ojo izquierdo. Antes de que vuelva a hablarle, aprieta el gatillo. Aunque es imposible, en el afán de disfrutar mis últimos minisegundos, me parece ver venir la bala en cámara lenta, antes de enterrarse en la pared, sobre mi cabeza. Al bajar los ojos la encuentro contando las balas del tambor. Maldita la hora en que le acepté la invitación a su finca perdida -como ella- en la montaña. Maldito el momento de alcohol en que me dejé esposar a la cama como hacen los famosos en las películas. Ahora entiendo por qué lo hacen, porque son famosos y porque se trata de una película.
"Vertical, de ocho, empieza con A. ¿Instrumento musical a manera de fuelle?" Me grita mientras gira el tambor. -No sé, quizás Armónica. ¿No será invertida?
'Acordeón', mequetrefe. Me regaña apuntándome de nuevo, cerrando el ojo de tres letras. Dispara y la pintura de Cifuentes cae y roza mi hombro. Otra: De siete, natural de Río de Janeiro.
-¿Riveiro? Ah, no... Carioca. ¿Faltan muchas?
Casi igual que balas. Sigamos, déjame ver... ¿Me puedes excusar mientras voy al baño? La miro asustado, deja el arma sobre la peinadora y se coloca las gafas. Escucho cuando entra al baño. Yo tengo ganas de orinar. Al rato, oigo la tormenta que se desata al bajar la llave, la escucho cantar algo muy dulce. Estoy desnudo sobre una colcha de cuadros blancos y negros. A veces me muevo hacia algún lado pero las esposas me recuerdan mi lugar en el mundo. "Ahora tienes cuatro esposas en lugar de una, como en la realidad", me dice al regresar, mientras destapa una menta, la chupa un rato, se acerca, me besa y me la deja. Sueltas las gafas y vuelve a tomar el arma y me pregunta sin esperar respuesta: ¿En qué habíamos quedado? Yo sigo 'mudo', de cuatro, chupando menta.
Toma de nuevo el papel y lee: De siete, península de América Central. -¡Yucatán! Le grito antes de que vuelva a disparar. Me paso el pedazo de menta.
"Muy bien", dice soltando el arma para escribir con su mano derecha. Esta Y de Yucatán nos tiene qué servir para hacer la vertical. Sí, acá está. De siete: Madre de Edipo. ¿Tiene alguna letra? Me apresuro a indagarle. Ninguna. Ah, sí. La B de bala. En eso dispara, volteo a mirar y hay un nuevo agujero a unos diez centímetros de mi axila derecha. Estás muy acelerada. Dame tiempo para pensar las respuestas. "¿O sea que necesitas tiempo para pensar? ¿Piensas? No lo hubiera sospechado". Sigue mirando, concentrada en el papel. Viéndola ahí, bella e inocente, haciendo cuentas de letras, recuerdo cuando la abordé en el restaurante, con mi aplomo viril, que no se me pierde aún en estas embarazosas situaciones. En el improvisado almuerzo me contó que odiaba los crucigramas, que solamente una vez llenó uno, de aburrimiento en un aeropuerto.
Una fácil: De tres, cinturón largo que usan los japoneses. Después de ese almuerzo empezamos a salir y la encarreté con los crucigramas, tanto que llenaba todos los que encontraba y no contenta con eso, compraba diccionarios y revistas especializadas. Llegó a ser la reina del crucigrama. Terminó por hastiarme. Sólo hoy, después de un par de meses sin verla, le acepté su propuesta de llenar uno antes del amor. ¡Pppmmmm! Mi pensamiento es interrumpido por un leve quemonazo en el dedo índice de la mano izquierda. Tras el ardor, una ligera mancha de sangre empieza a flotar.
"Ay, qué terrible, voy a buscar alcohol para curarte", dice llevando las manos a la cabeza. Abre cuanta gaveta tiene a su lado, escarba aquí y allá, encuentra una cosa, extraña otra. "No te vayas de ahí, ya voy con los primeros auxilios", exclama acelerada. Me unta de algo que no huele a nada pero que arde y me tranquiliza. Ella vuelve a su sitio y toma el arma. "Es muy fácil: OBI. El cinturón de los japoneses". Sigue escribiendo y leyendo, después deja su silla en la peinadora y se recuesta a mi lado. "Nos hace falta una sola, si la resuelves eres hombre libre". Al decir esto mira las esposas. Yo observo las pequeñas llaves en un estuche de cristal. "¿Sí, ves mi amor, que con planeación y organización, todo se puede en la vida?". Me acerca el frío cañón a la cara y me dice: "La última, horizontal, de seis letras: Desleal, que engaña a su pareja. Te ayudo, termina en EL". Sé la respuesta pero algo en mi interior me obliga a callar, a evitarle el gusto a Erato, como le gusta llamarse a esta bruja. Te la repito, de seis letras: Desleal, que engaña a su pareja. Termina en EL. En él, como todos los hombres, que van por ahí engañando a sus esposas... Yo callado, de siete.
Escucho un criikk al ver que levanta el martillo del arma. "¿Cual es?", me interroga. Me agrega que es la última y es horizontal, con el mismo número de letras de 'Muerto'. "¿Ya te acordaste?", me insiste.
De repente, escucho una fuerte explosión. Me invade una plácida sensación de descanso, ya no me pesan los brazos y Erato no se ve por ninguna parte. ¡Soy libre! Además, no le di el gusto de responderle, qué alegría! Ahora solamente me basta encontrar la salida de este túnel, hay demasiada luz y no siento el piso, sólo sé que son ladrillos blancos en los que ocasionalmente, aparece un cuadrado negro... Al final del túnel, veo a un señor, me parece conocido, le pregunto quién es y me responde que su nombre tiene cinco letras, con una P al comienzo.
 

Christian Arias