"A Beto, si puede bajarse de la moto..."
El primer disparo me pasa zumbando por el oído izquierdo, así
sé que ella no está, sencillamente, jugando a los vaqueros.
Quiere matarme en serio. Dejo de reír y ella me vuelve a apuntar
cerrando el ojo izquierdo. Antes de que vuelva a hablarle, aprieta el gatillo.
Aunque es imposible, en el afán de disfrutar mis últimos
minisegundos, me parece ver venir la bala en cámara lenta, antes
de enterrarse en la pared, sobre mi cabeza. Al bajar los ojos la encuentro
contando las balas del tambor. Maldita la hora en que le acepté
la invitación a su finca perdida -como ella- en la montaña.
Maldito el momento de alcohol en que me dejé esposar a la cama como
hacen los famosos en las películas. Ahora entiendo por qué
lo hacen, porque son famosos y porque se trata de una película.
"Vertical, de ocho, empieza con A. ¿Instrumento musical a manera
de fuelle?" Me grita mientras gira el tambor. -No sé, quizás
Armónica. ¿No será invertida?
'Acordeón', mequetrefe. Me regaña apuntándome
de nuevo, cerrando el ojo de tres letras. Dispara y la pintura de Cifuentes
cae y roza mi hombro. Otra: De siete, natural de Río de Janeiro.
-¿Riveiro? Ah, no... Carioca. ¿Faltan muchas?
Casi igual que balas. Sigamos, déjame ver... ¿Me puedes
excusar mientras voy al baño? La miro asustado, deja el arma sobre
la peinadora y se coloca las gafas. Escucho cuando entra al baño.
Yo tengo ganas de orinar. Al rato, oigo la tormenta que se desata al bajar
la llave, la escucho cantar algo muy dulce. Estoy desnudo sobre una colcha
de cuadros blancos y negros. A veces me muevo hacia algún lado pero
las esposas me recuerdan mi lugar en el mundo. "Ahora tienes cuatro esposas
en lugar de una, como en la realidad", me dice al regresar, mientras destapa
una menta, la chupa un rato, se acerca, me besa y me la deja. Sueltas las
gafas y vuelve a tomar el arma y me pregunta sin esperar respuesta: ¿En
qué habíamos quedado? Yo sigo 'mudo', de cuatro, chupando
menta.
Toma de nuevo el papel y lee: De siete, península de América
Central. -¡Yucatán! Le grito antes de que vuelva a disparar.
Me paso el pedazo de menta.
"Muy bien", dice soltando el arma para escribir con su mano derecha.
Esta Y de Yucatán nos tiene qué servir para hacer la vertical.
Sí, acá está. De siete: Madre de Edipo. ¿Tiene
alguna letra? Me apresuro a indagarle. Ninguna. Ah, sí. La B de
bala. En eso dispara, volteo a mirar y hay un nuevo agujero a unos diez
centímetros de mi axila derecha. Estás muy acelerada. Dame
tiempo para pensar las respuestas. "¿O sea que necesitas tiempo
para pensar? ¿Piensas? No lo hubiera sospechado". Sigue mirando,
concentrada en el papel. Viéndola ahí, bella e inocente,
haciendo cuentas de letras, recuerdo cuando la abordé en el restaurante,
con mi aplomo viril, que no se me pierde aún en estas embarazosas
situaciones. En el improvisado almuerzo me contó que odiaba los
crucigramas, que solamente una vez llenó uno, de aburrimiento en
un aeropuerto.
Una fácil: De tres, cinturón largo que usan los japoneses.
Después de ese almuerzo empezamos a salir y la encarreté
con los crucigramas, tanto que llenaba todos los que encontraba y no contenta
con eso, compraba diccionarios y revistas especializadas. Llegó
a ser la reina del crucigrama. Terminó por hastiarme. Sólo
hoy, después de un par de meses sin verla, le acepté su propuesta
de llenar uno antes del amor. ¡Pppmmmm! Mi pensamiento es interrumpido
por un leve quemonazo en el dedo índice de la mano izquierda. Tras
el ardor, una ligera mancha de sangre empieza a flotar.
"Ay, qué terrible, voy a buscar alcohol para curarte", dice
llevando las manos a la cabeza. Abre cuanta gaveta tiene a su lado, escarba
aquí y allá, encuentra una cosa, extraña otra. "No
te vayas de ahí, ya voy con los primeros auxilios", exclama acelerada.
Me unta de algo que no huele a nada pero que arde y me tranquiliza. Ella
vuelve a su sitio y toma el arma. "Es muy fácil: OBI. El cinturón
de los japoneses". Sigue escribiendo y leyendo, después deja su
silla en la peinadora y se recuesta a mi lado. "Nos hace falta una sola,
si la resuelves eres hombre libre". Al decir esto mira las esposas. Yo
observo las pequeñas llaves en un estuche de cristal. "¿Sí,
ves mi amor, que con planeación y organización, todo se puede
en la vida?". Me acerca el frío cañón a la cara y
me dice: "La última, horizontal, de seis letras: Desleal, que engaña
a su pareja. Te ayudo, termina en EL". Sé la respuesta pero algo
en mi interior me obliga a callar, a evitarle el gusto a Erato, como le
gusta llamarse a esta bruja. Te la repito, de seis letras: Desleal, que
engaña a su pareja. Termina en EL. En él, como todos los
hombres, que van por ahí engañando a sus esposas... Yo callado,
de siete.
Escucho un criikk al ver que levanta el martillo del arma. "¿Cual
es?", me interroga. Me agrega que es la última y es horizontal,
con el mismo número de letras de 'Muerto'. "¿Ya te acordaste?",
me insiste.
De repente, escucho una fuerte explosión. Me invade una plácida
sensación de descanso, ya no me pesan los brazos y Erato no se ve
por ninguna parte. ¡Soy libre! Además, no le di el gusto de
responderle, qué alegría! Ahora solamente me basta encontrar
la salida de este túnel, hay demasiada luz y no siento el piso,
sólo sé que son ladrillos blancos en los que ocasionalmente,
aparece un cuadrado negro... Al final del túnel, veo a un señor,
me parece conocido, le pregunto quién es y me responde que su nombre
tiene cinco letras, con una P al comienzo.
Christian Arias