Extiende el brazo; palpa la mesa de noche, acciona la luz -sus patillas
plateadas remarcan el moreno de la piel- y coge dos cigarrillos. Los enciende,
chupa con fuerza y entrega uno a la muchacha.
-Gracias -dice ella, y se acurruca, frotando la mejilla en el
pecho del hombre-. ¿Satisfecho?
Él asiente, saca el humo por la nariz y le pasa
la mano por el hombro. Continua en silencio observando las filigranas del
humo. Se sobresaltan al escuchar el timbre del teléfono.
-¿Quién coño llamará a estas horas?
-dice él.
-¡No contestes! -la muchacha continua acurrucada-. Por
lo que más quieras, no lo cojas.
Él, apoya las manos en el colchón y se incorpora.
Arruga la frente y coge el auricular.
-Diga -su voz es clara y sonora. Tiene la impresión de
que, al otro lado, alguien susurra su nombre- ¡Diga! -exclama.
-Tristán... soy yo.
-¿Arturo?...-titubea, y, con el brazo, desplaza la cabeza
de la muchacha.
-¿Has visto a Sonia? He pensado que a lo mejor...
-No... bueno... no después de salir -dice, y apaga el
cigarrillo con fuerza.
-¿Estabas durmiendo? -pregunta la voz neutra.
-No -apoya el codo en la almohada-. Leía el periódico
-intenta aclarar.
-¿Estás seguro de qué no la has visto?
-Yo me he ido alrededor de las dos. Necesitaba aire fresco.
-Tú y todos. Hacía un calor espantoso -se hace
un pequeño silencio, tenso-. Sonia no ha vuelto; pensaba que tú.
Tristán se rasca la ceja y mira, de soslayo, a la joven.
-Estará con... joder ¿cómo se llaman?...
la pareja de imbéciles que contaba chistes sin parar.
-Ya sé -dice Arturo- ¿Sonia estaba con ellos?
-Creo que sí. Estará por llegar.
Tristán observa como la chica coge el cenicero y se lo
pone entre las piernas.
-¡Dios! ¡Vaya mierda! ¿Lo sabes? Tú
lo sabes ¿verdad? Joder, si lo sabes.
-Hemos bebido demasiado -se acerca dos dedos a los labios y la
joven le enciende un cigarrillo-. Acuéstate -dice, con autoridad-.
No empecemos.
-Ni siquiera sé por qué estoy preocupado -Tristán
escucha un ruido ronco y murmullos y un golpe seco-. Seguramente estará
con algún desgraciado.
-Vamos a tomar las cosas con calma -dice suavemente, y coge el
cigarrillo que le tiende la muchacha-. Cálmate, por lo que más
quieras.
-¿Calmarme? No me vengas con esas, tú no.
Tristán se frota los ojos. La joven acciona su lamparilla
y ojea una revista.
-¡Coño! ¡Yo que sé! -Tristán
aprieta los dientes-. Estará riéndose con aquellos dos -dice,
con el tono endurecido.
-Sí... claro... o estará en cualquier portal chupándosela
a un desgraciado -la voz de Arturo oscila por la línea-. ¡A
la mierda!...tú no sabes nada... ¿sabes cómo nos conocimos?
-Arturo... estás borracho, yo estoy borracho... no continúes,
escucha...
-Paré a repostar gasolina y.. bueno, se acercó
y me preguntó si iba en tal o cual dirección -Arturo hace
una pausa-. Le dije que sí -continúa turbado- que me apartaba
un poco de mi camino, pero que la dejaría cerca.
-Pensaba que os habías conocido en...
La muchacha saca los pies fuera de la manta. Se sienta en el
borde de la cama, tira la revista al suelo, apaga la luz y se dirige al
lavabo. Tristán le clava los ojos en el culo.
-¡No me interrumpas! -escucha por el auricular-. Entonces
se sube y empieza a hablar. ¡Dios! ¡Cómo hablaba! Parecía
que le habían dado cuerda. No llevábamos ni media hora de
camino cuando me mete la mano en la bragueta -continua atropelladamente-.
Decía: no sabes lo agradecida que estoy ¿cómo podría
pagarte? El resto puedes imaginártelo.
Tristán busca, sin encontrar, el paquete de cigarrillos.
Permanece en silencio y cambia el auricular de oreja. Escucha el correr
del agua del bidé.
-Ya has aguantado bastante -Arturo remarca cada una de las sílabas-.
Creo que me meteré en la cama. Estoy mareado.
Cuelga.
-¿Quién era? -pregunta la chica, echándose
sobre la sábana.
Tristán se frota la frente.
-Nadie -murmura.
Ella se queda muy quieta. Tristán lanza la almohada al
suelo y tira de la manta.
¿Qué diablos me está ocurriendo?, se dice
a sí mismo.
Al cabo de quince minutos, ambos están adormilados. Vuelve a
sonar el teléfono.
-¿Quién coño será ahora? -musita
Tristán.
Perezosamente, enciende la luz y coge el auricular. La joven
continua durmiendo.
-¿Diga? -pregunta, con voz ronca.
-Tristán... perdona... ¿molesto?... oye...
-Tranquilo. Dime.
-¿Seguro?
-Sí - dice enérgicamente, y recoge la almohada
y apoya el codo en ella.
-Tenias razón -afirma- Ha llegado.
-¿Cómo dices? -le pregunta, y acerca la cabeza a la mesita.
La luz remarca su coronilla. La chica se despierta, bosteza y se frota
el pelo; mira a su alrededor, con extrañeza.
-Sonia. Ha llegado. Lo siento... no sé cómo decírtelo...
he perdido los nervios.
-Sí...-titubea Tristán, jugando con el hilo del teléfono.
La muchacha enciende un cigarrillo y le da una fuerte pipada.
-Estaba con aquella pareja de idiotas. Han ido a tomar una copa y no
sé que más -continua Arturo-. Siento haber dicho todo aquello...
no es una mala mujer...-su voz suena fuerte y clara-. Algunas veces me
vuelvo loco. Imagino cosas. Ya me entiendes.
-Sí... por supuesto.
-Pienso que todo esto cambiaría si viviéramos fuera de
la ciudad. Una casita, con jardín y un porche. A ella le entusiasmaría
tener un pequeño huerto, ya la conoces. Hace tiempo que le estoy
dando vueltas al asunto.
Tristán se mantiene en silencio.
-Todo esto es una mierda ?continua con convicción.
-Bien...-dice Tristán, con el cable del teléfono enredado
en el índice-. Me alegro... metete en la cama.
Se despiden.
La chica le da un golpe al cigarrillo y la ceniza cae fuera del cenicero.
-Joder -exclama, y empieza a barrer la mesita con la palma.
Tristán se aprieta los párpados con los dedos. Miles
de diminutas luces, lo golpean.
Bob T. Morrison