Desde el escenario
por Abel Velázquez

 
Para repetir el mal llegó tu par de ojos al cuento
Y para otra luz de sol tu abrazo me abrigó...
Alejandro Filio
Virginia
Ojos verdes cuanto tiempo te miré. Ojos verdes del color de la mañana.
Ojos verdes no sé si te olvidaré. Ni nada...
Alejandro Filio

      Virginia estaba parada detrás de la barra. Había pasado realmente poco tiempo desde la última vez que hablamos y a decir verdad no encontramos, ninguno de los dos, nada amable que decirnos. Los mismos miedos, las mismas detenciones absurdas que nos separaban una y otra vez. Apenas unas semanas antes, el silencio había acompañado cada uno de nuestros desencuentros. El silencio y la sensación de pérdida. Roberto la miraba aparentando sonreír. Él sabía perfectamente que estaba mirándome pidiendo le devolviera el gesto, buscando dentro de mí que en el silencio, mi voz cantara para ella. Pero no había nada. El efecto de la revolución emocional que tuve con o contra Virginia había desaparecido sin explicación alguna. Apenas y la incomprensión se habría paso entre mis convencionales dedicatorias. Probablemente porque pensé en el egoísmo de aquella mujer que no me podía ver como hombre desde el fondo de sus ojos verdes, posiblemente porque también antes me había contemplado en la derrota, pidiéndole que me amara y ella simplemente no pudo. Tal vez era el cansancio de buscarme en su mirada y jamás encontrarme. Lo cierto es que el vacío era la definición de la sensación extraña entre ambos. Era muy raro pero por primera vez sentía un alivio infinito de no encontrarme abatido por la carencia de ella. Creo que todo se remontó a aquella noche cuando mi hermano me dio la noticia de que ella y Roberto habían descubierto que eran el uno para la otra. Esa noche recuerdo que me dieron ganas de llorar, no por ella sino porque de todos los tipos del mundo, había caído en manos de mi hermano virtual. La verdad es que pocas veces uno tiene la oportunidad de escoger a quienes quiere considerar como sus hermanos y Roberto era sin dudarlo uno de los pocos.
    Lo conocí cuando recién entró a la universidad y de inmediato tuve la confianza como para saber que el tipo tenía una extraña afinidad conmigo. El teatro, la música, la tecnología y la manera en la que descaradamente se reía y se ríe de las formas y las maneras serias de ver la vida, son la clase de cosas que me han admirado desde siempre de mi hermano el loco. Incluso sus puntadas extrañas como la noche que pasó por mí para ir a Querétaro a darle serenata a la mujer de su vida, ni siquiera recuerdo cómo se llamaba, pero era la mujer de su vida y había que cumplir, así tuviéramos que manejar tres horas en la madrugada y regresar a casa apenas cayendo la mañana con alguna mentira acerca de donde estuve o que hice. Roberto siempre ha tenido un lugar muy especial dentro del círculo de mis amigos, tal vez porque es el único que tiene la capacidad de amar sin dar a cuentagotas, el se enamora y punto. Además no esconde nada, llora, grita, baila y todos esos clichés que las películas americanas hacen de sus héroes románticos y melosos. Roberto era como la demostración de la existencia del Happy end. De que las cosas no podían ser tan dramáticas como en una canción de José Alfredo, como en una pelea de cantina o en una borrachera al estilo mexicano. Él era más bien bobo, al estilo de las películas de Meg Ryan. De ese tipo de personas que espera ser feliz ever after. Roberto vivía para estar enamorado de la más imperfecta de las mujeres y saber que su amor iba a alcanzar para virar el mundo completo hacia la fantasía y la despreocupación. Eso fue lo que siempre le admiré. Por eso cuando en la universidad nos enamoramos de la misma mujer yo no tuve corazón para continuar detrás de ella, me hice a un lado no sé si temiendo perder frente a la alegría interminable del loco o más por saber que mi enamoramiento no era tanto y me quité del camino esperando también que pudiera ser muy feliz. Tharyn se llamaba. Bueno se llama, pero hace mucho que no la veo y creo que él tampoco. Roberto se enamoró hasta las manitas de aquella problemática rubia que le gustaba imaginarse musa de malogrados versos y canciones escritas siempre para alguien más. Yo también estaba semi enamorado de ella pero a diferencia de él yo no podía ofrecerle una sola sonrisa detrás de mi mundo de depresiones y lágrimas heredadas de la culpa de no haber amado antes. Seguramente ella lo notó y se miró como en un pozo sin fondo donde ya tenía suficiente con su propia tristeza como para encima, echar a cuestas la mía. Por eso prefirió arriesgarse con Roberto, porque sabía que cuando menos el tipo estaba feliz y tanto que contagiaba. Yo entendí y hasta me alegré en aquel entonces; como después de llorar la pérdida de Vicky, supe que no pudo haber caído en mejores brazos que los de mi amigo.
    Tal vez por eso no comprendía la tristeza en la mirada de la mujer compartida otra vez por ambos esa noche. Tal vez por eso la observaba resistirse a los besos, a los abrazos de Roberto. Quizá también por eso se levantó de la mesa sin decir palabra y se parapetó detrás de una barra, como despidiéndose de mí y de lo que dejaba ir conmigo de su mundo de fantasías incompletas y lágrimas por nadie. Yo no entendía pero tampoco me hacía sentir bien mirarla desde el escenario queriendo no mirarla. Ya antes había pasado. Una o dos semanas antes que llegó a la despedida de su cuñada bastante tarde y triste. Esa vez también se detuvo en la barra a mirarme, como intentando comparar lo que tenía en su mundo y lo que había detrás del mío. No sé bien qué fue lo que pensé. Era algo similar a la cara del niño que acaba de catafixiar su bicicleta y su avalancha por una sala comedor y no sabe si le fue mejor o peor pero el resto de los acompañantes se siente feliz por él. Esa era la mirada que tenía. Yo desde el fondo de mi corazón, me despedí en silencio de todo lo que ella representó para mí, el mismo día que supe que Roberto era el afortunado; tal vez también pensando que el cuento en brazos de mi amigo era mucho más entretenido que el mío, cansado de dramatizar las pérdidas y las desesperanzas. Mirándola detrás de la barra, también supe que mis deseos de amarla fueron superiores incluso al verdadero amor que le tuve, que ella fue más la esperanza de hallar a la mujer correcta que la misma mujer correcta. Mirándola desarmada y a punto de llorar, pidiendo perdón en silencio supe que no estaba enamorado de Virginia, que no podía amarla y que lo mejor era dejarla ser feliz con quien podía hacerla feliz. Es muy triste darse cuenta de que la mujer de tu vida no vive en el cuerpo de la mujer que creíste era la mujer de tu vida. Me miré dentro del escenario protegido por la cuarta pared creada por Grotowski y más solo que antes. Me había quedado sin la esperanza de amar o por lo menos sin el pretexto de esa esperanza que ahora se paseaba del brazo de mi hermano putativo. ¡Qué suerte tiene este cabrón, pensé! Antes de bajarme del escenario para terminar la noche.
 

Julieta
 

Es todo lo que puedo recordar, de aquella despedida aquel final. Un algo que me dice que esta vez es para siempre y esta lluvia que acompaña mi dolor
Alejandro Filio

      La tarde llovía incesante en el ventanal de mi improvisada oficina mientras revisaba los correos que habían llegado, tal vez con la esperanza de encontrarme con un alma gemela en la red, en algún lugar del mundo.
 Una dirección desconocida y unas palabras contadas:

    Hola, estuve leyendo tu trabajo, me gusta mucho tu narrativa; el de María, el plan perfecto y el piano me gusto mucho, entre otros. Me pregunto si tienes una pagina personal o si tienes algo en algún otro lugar como el Gólem.
    Felicidades.

    Julieta.

     La verdad es que no había mucho que decir detrás de las letras tan escuetas que representaba el mensaje. Bien podía tratarse de una conocida, alguna amiga de mi hermana o bien una pasajera de la red que viviera en Indochina que al pasar por la página de literatos anónimos se identificó con alguno de mis pequeños trabajos. Y sin embargo en el fondo de ese mensaje tan breve había una infinita posibilidad. Una entre setenta millones claro, pero posibilidad al fin de encontrar a mi alma gemela. Yo sé que es medio absurdo andar por ahí esperando que toda la gente que te escribe sea tu mitad faltante de alma, pero la corazonada era fuerte, como cuando eres un jugador compulsivo y piensas siempre que el siguiente golpe va a ser el definitivo, el que cambie tu suerte, el que te saque de la miseria de ser tú mismo.
     Contesté el correo y le envié inmediatamente el cuento recién terminado donde explicaba la tragedia de haber conocido a Virginia y el enredo que en venganza creé  para olvidarme del dolor que me provocaba no tenerla. Le pedí que además me enviara sus comentarios y que me dijera dónde vivía, quién era, por qué me había leído, en fin todas esas dudas normales en las que se enfrasca uno cuando va a ligar a través del e-mail. Esperé durante algunas horas a que hubiera respuesta. Nada. Esa noche tenía que cantar y ni modo, a trabajar más por compromiso que por deseos. Entre la gente que asistió intenté buscar la mirada de la supuesta Julieta. Tal vez está aquí y nunca me lo va a decir, tal vez mañana me conteste que me vio cantando y se pregunte que hay detrás de la guitarra que todas las noches llora canciones tristes esperando que alguien le enjugue las lágrimas. Tal vez, sólo tal vez.
     La mañana siguiente revisé el correo esperando encontrar un mensaje de la misteriosa Julieta y en efecto había uno:

    Me encantaría leer lo que tengas, que malo que seas desordenado y desidioso porque de verdad que me gustaría ver una pagina tuya. ¿Hace mucho que no actualizan el Gólem verdad?
    Sobre tus preguntas. No, desafortunadamente no tengo ese don, pero me gusta leer. Si, estudio Licenciado en Comercio Internacional. Si, me gusta mucho la onda gothic y me gustaría leerla. ¡Claro que soy mexicana! Es la mejor de las nacionalidades ¿no lo crees? Soy de Hermosillo Sonora, ¿conoces?

     Por alguna extraña razón yo seguía viendo detrás de los escritos de Julieta algo más que me obligaba a pensar en ella a partir de ese día a todas horas. Al principio creí que estaba volviéndome loco y después me acostumbré a pensar en ella como crítica, como escucha y como lectora de todo lo que me pasaba. No sé bien cómo la involucré en mis tristezas y dejé que ella me llamara ángel. Decía que yo había anidado en su vida para enseñarle lo que era capaz de amar a través de mis historias y devolverle la confianza para entregarse por amor y para verter su corazón hacia el mundo. Me dijo que la habían lastimado profundamente por no estar protegida de los hombres y que estaba pasando por un período de odio profundo hacia el género. Me habló también de sus nostalgias y de que a veces al caminar rumbo a la universidad, sentía el deseo de abrazar y de recargar su cabeza en el hombro de alguien que la quisiera hasta el dolor, hasta la incomprensión de sí misma.
     Yo la leía y poco a poco mis desencuentros con Virginia se fueron borrando hasta que me olvidé de contarle mis tristezas y le dije que la quería y que necesitaba saber más de ella, que necesitaba conocerla, que todas las noches la buscaba entre los rostros de las mujeres que llegaban solas a verme cantar y que no la encontraba por ningún lado. Le pedí también que me escribiera más, que me alimentara con palabras que me dejara sollozarla y conquistarla.
     Un día sin saber cómo me dijo que me quería. Yo salté de alegría por toda la habitación, inmediatamente le mande mi foto y me contestó cinco minutos después diciéndome que era tal y como ella me había soñado un día o dos antes. Estaba verdaderamente feliz. Con una de esas raras alegrías que no es posible explicar del todo. Yo quería salir a buscarla en ese instante, le pedí que me mandara su dirección,  que el primer vuelo a Hermosillo lo iba a tomar en ese momento para ir detrás de mi felicidad. Ella me pidió una extraña calma, me dijo que aún no estaba lista para pasar de lo virtual hacia lo real pero que estaba aprendiendo poco a poco a quererme, que le tuviera paciencia y que no la buscara hasta que ella estuviera totalmente convencida de que yo era su vida así como yo creía estar convencido de que ella era la mía.
     Una tarde me envió una dirección en Arizona, desde la cual según dijo, me iba a escribir durante las vacaciones ya que ahí vivía una amiga y su familia. Pensé en ir a verla pero la verdad me dio miedo apresurar el compromiso o generarlo si es que no lo había, tal vez ella sólo había tratado de ser amable y yo la obligaba a decir cosas que no sentía. En ese instante tuve mucho miedo, no estaba preparado para dejar otra vez el corazón a media calle y mirar como se lo llevaba un camión. La verdad es que después de Virginia me quedaban muy pocas ganas de volver a equivocarme con alguien. Así que esperé y mientras esperaba, le grabé un KCT y le escribí una carta que puse en la paquetería con carácter de urgente rumbo a Arizona.
     Debí de haber sabido que la cadena de sucesos extraños que seguirían era una especia de mensaje, pero no lo hice tal vez por la costumbre que tengo de escribir acerca de cosas fantásticas y la falta de costumbre que tengo para vivirlas. A la semana de haber enviado el paquete, un empleado de Estafeta tocó a mi puerta por la mañana y me entregó la misma bolsa donde había yo puesto mi carta y mi voz. "No existe la dirección señor", me dijo y pensé inmediatamente que me había equivocado al pasar el número o bien la calle, no sé. Encendí la computadora y busqué el mensaje donde ella me había enviado la dirección de sus amigos. Por extraño que pueda parecer ahora no la encontré. No había nada, recordé que esa mañana había estado tirando todos los correos que ya no me servían pero no recordaba haber borrado ese, de hecho pensé que era prácticamente imposible haberlo borrado simplemente porque era algo muy importante. Sólo a mí me podía pasar algo tan absurdo, haber tirado su dirección, la única prueba palpable de su existencia.
     Le escribí para pedirla de nuevo y ella contestó en un tono amoroso cualquier cantidad de palabras que me hicieron olvidar el motivo por el cual le había escrito. La verdad es que la sensación de leerla era muy similar al cansancio, a la somnolencia, pero más bien al instante en que empieza uno a dejarse vencer por el sueño poco a poco y sabe que el descanso viene como recompensa. Me envolvía como por arte de magia en la ausencia de preguntas en la sensación de haberla conocido desde siempre, en esa extraña familiaridad que da el amor. Leerla era como regresar a la tranquilidad de niño en la que las cosas alrededor no eran sino un mosaico de circunstancias que no entendía y que no me importaban. Sus correos eran como juguetes nuevos, como Navidades pasadas, como una mezcla entre la fantasía y el enamoramiento sin rostro, sin preguntas, sin respuestas, sólo sus palabras, sólo la pantalla donde aparecía varias veces al día para decirme de la nada que me quería y para saber que yo también la quería.
     Un mañana me desperté con dos noticias que fueron demasiado para el mismo día. Primero que Virginia ya había encontrado al hombre de su vida y segundo que Julieta me había soñado enamorado de otra mujer. "Una mujer con nombre de flor", me dijo. Me pareció de entrada algo tan absurdo como inesperado. ¿Yo enamorado de alguien con nombre de flor? Jamás me había visualizado del brazo de una Jacaranda o de alguien llamada Azucena o Flor de Azalea como la canción de Los Panchos. ¿De dónde pudo haber tomado una idea tan absurda? Y lo peor, ¿por qué tomar un sueño tan en serio?
     Revisé una y otra vez mi lista de conocidas, de posibles conocidas y hasta de desconocidas y no hallé más que a una ex alumna de León con nombre de Flor, Azucena se llama, pero ni por equivocación me pasó por la cabeza la posibilidad de que ella fuera quien pudiera cambiar mi vida. Le escribí a Julieta para calmarla pero no respondió a mis mensajes. Tras de ella quedó únicamente la soledad como siempre, como muestra irrefutable de que Julieta tampoco había sido la mujer que había esperado. Esa noche, desde el escenario canté por duelo, por dolor, por soledad y todas las canciones llevaban su nombre. Todas las canciones que me lastimaban llevaban una lágrima por cada palabra que ya no me escribiría y sólo entonces la pude mirar en el fondo del salón, recargada en uno de los pilares que impiden que en la tristeza el techo se me desplome sobre la cabeza, la miré ausente de rostro, como una silueta en las sombras de la noche que me deja seducirla con canciones, la miré como la fantasía que había creado de ella en mis cuentos, en mis palabras durante casi tres meses, la miré como la calma que impidió que me sintiera fracasado y triste ante la evidente carencia de amor o la falsa búsqueda, la miré con sus alas enormes despidiéndose de mí para jamás volver a aparecer, lanzando un beso al aire y dejándome libre de nuevo sin reproches, sin llanto. La vi una vez más en el rostro de la gente que aplaudía, que cantaba y que además miraba a través de mí su propia soledad, la de estar con alguien sin amarlo, la haber encontrado a alguien esa noche y la de contemplar seguramente a quien no habían de encontrar. Julieta estaba presente en todo como la imagen etérea que siempre fue, como la cascada de palabras que no encontró donde caer más que en mis ojos sin ser real, sin el compromiso de ser real. Y así como llegó a mi vida también se fue. Con un par de lágrimas en las alas y vestida de blanco, con pedazos de alcanfor y azafrán entre las manos que masticaba sin pronunciar palabra, con ese aroma a mirra que aún a veces en las noches que pienso que estuvo conmigo deja a su paso para hacerme recordar que gracias a ella estuve listo para enamorarme y que así como la noche la trajo hasta mí ella trajo con su sombra a la mujer de mi vida.
 

Rosy
 

Durmió la tarde y entre su sueño dio contigo. Cuando llegaste la luna tuvo algún sentido. No soy de nadie dijiste para estar conmigo. Si es por amarte todo lo olvido, todo lo olvido
Alejandro Filio
- Deberías escribir la historia de Rosy- Dijo mi hermana.
- ¿La historia de quien?- Pregunté extrañado.
- De Rosy. ¿Te acuerdas de la chava que fue novia del Pana? ¿La de la fiesta en el Tequila?
- Más o menos.
- Pues de ella.
- ¿Qué tiene de especial?
- Ahí si mejor que ella te la platique.

    Era mayo o junio no recuerdo bien, cuando mi hermana comenzó a platicarme de Rosy. Recuerdo que era la peor época para escuchar hablar de una mujer en medio del sufrimiento. Yo andaba con la brújula extraviada y hasta la idea de ser gay atravesó mi mente. No digo que haya pensado en cambiarme de bando sino que llegué a pensar que alguna maldición gitana hacía pensar a las mujeres que era gay y por eso no se me acercaban. Recuerdo que también mi hermana a lo lejos hablaba con mi madre acerca de la tristeza en la niña Rosy, de los problemas con su familia y de la necesidad imperante de ayudarla a costa de lo que fuera por el cariño inmenso que le había tomado. No recuerdo muy bien que fue lo que platicaban pero algo escuché de su soledad tangible, de esas largas tardes que esperaba camino de las clases de francés a su casa, encontrarse a su otro ángel, creo que así lo llama. Recuerdo también haber escuchado mientras golpeteaba las teclas de la máquina o tocaba la guitarra, de la necesidad de afecto y amor que Rosy tenía y Rosy para acá y Rosy para allá y bueno, ahora es que reflexiono que escuché todo esto, porque en realidad mientras ocurrió, jamás me percaté o supe de quien hablaba mi hermana.
     Una noche de sábado me dijo mi hermana "Hoy te voy a llevar una francesita que está como para tus gustos sangrones". Le pregunté de dónde la conocía y me dijo "Es compañera de casa de Rosy". Otra vez Rosy ¿Por qué ese nombre me sonaba tan familiar?
     En aquel momento acababa de perder a Julieta por correo, estaba en el vil hoyo. Hasta por Internet me cortaban. La verdad es que en un principio, imaginé que no era mala la idea y que peor de lo que me había ido en un espacio de veinte días anteriores no me podía ir. Llegamos a la peña y me encerré como siempre en el cajón de los músicos a tocar una canción para estrenarla esa noche. Mi hermana entró emocionada a la caseta que hace las veces de oficina y me dijo, "ya llegó la francesa". Cómo dijera mi amigo Paco "¡A caray! Pues hace bien. En la tristeza abyecta que impide que se te note la misma, la verdad es que me valía madre conocer a la francesa famosa, no quería saber nada de mujeres, ni estar cerca de ellas ni mucho menos tratar de ligar con nadie. Había tomado la decisión de permanecer soltero el resto de mi vida. Salí a cantar un turno corto ya preparado y apenas al encender la luz del escenario un frío extraño me recorrió la espalda. Por un momento pensé que eran mis ya acostumbrados nervios previos a la función, pero la verdad es que la sensación era completamente diferente a cualquiera. Comencé a cantar por instinto pero sin saber exactamente que estaba diciendo. El frío se hacía cada vez más intenso y las imágenes de la gente pidiendo canciones se hacían más lentas, como en una película de Oliver Stone. Sudaba copiosamente y el nerviosismo había llegado ya hasta mis manos que francamente ya temblaban intentar apretar las cuerdas. Traté de concentrarme cerrando los ojos y mi respiración, golpeteando afanosamente, hizo más audible el latido de mi corazón bombeando en franca taquicardia. ¿Pues que me pasa? Pensé. Estaba tocando la segunda canción cuando abrí los ojos y me topé de frente con una mirada inmensa que desde una mesa lateral me tenía atrapado. Sonreí sin hacer mucho caso a lo que alrededor estaba ocurriendo. En ese momento entró a la peña Sandra, una ex novia que es medio bruja y me imaginé que a lo mejor en uno de sus trajines se las había arreglado para hacerme pasar un mal rato, así que dejé de tomarle importancia a lo que me estaba ocurriendo. Después de todo el numerito, noté que por alguna circunstancia la taquicardia seguía molestando y mis manos también temblaban aún después de terminar con la velada. Entre la mesa de los que siempre salen al final estaban algunos amigos, Virginia que solo me miraba sin hablar, Sandra que trataba de controlarme mentalmente, mi compadre y Rosy que extrañamente me pareció verla por primera vez ese día. Ella era la dueña de los ojos que me habían atrapado mientras cantaba; me miraba mientras mi compadre la tomaba de la mano y la abrazaba cariñosamente, tuve que dejar la tertulia para desconectarme y tratar de entender que era lo que me estaba pasando así que regresé a la oficina.
     Al salir a despedirme me topé con mi compadre que me dijo:
- Ahí te buscan
- ¿Quién?
- Sandra. No te hagas.
- No lo digas ni de broma.
- Bueno pues yo te digo lo que veo, sino también está Virginia.
- ¿Qué no sabes que anda con el loco?
- ¿Y eso qué? ¿Es muy tu amigo?
- Pues la neta sí.
- Yo ando ocupado compadre, si no ya sabes que te ayudaba. Con Virginia, porque la otra ni borracho.
- Gracias compadre. Yo sabía que podía contar contigo.
- ¿Qué la vamos a seguir?
- No creo carnal. Ahora si me estoy cayendo de sueño.
- Bueno pues yo preguntaba porque si no yo tengo cosas mejores que hacer.
- ¿Vienes con Rosy?
- Compadre, yo siempre vengo solo. Si acaso ella es la que se va conmigo.
- Cámara. Pues nos vemos.
    Rosy se despidió desde lejos agitando la mano y abrigándose con la chamarra de mi compadre. Sólo después de que cruzó el umbral de la puerta, el corazón dejó de latir aceleradamente. Ese día no pude dormir, había algo raro en esa señal abstracta que me decía que algo importante había pasado en mi vida, sólo que no sabía que era. Daba vueltas y vueltas en el sillón mientras pasaba los ciento cuarenta y tres canales de la televisión y el radio del Direct TV intentando encontrar una respuesta. No era Virginia, de eso estaba seguro.
     La mañana siguiente mientras platicaba con mi hermana le pedí que invitara más seguido a Rosy a la Peña, porque ella era de las pocas que sabía escuchar. Acto seguido me quedé pensando en por qué dije lo que dije si ni siquiera habíamos tocado el tema.
- ¿Viste a la francesa?  Está guapa ¿no?- Dijo mi hermana
- Si, creo que si la vi.
- Tu te llevarías muy bien con Rosy
- ¿Por qué?
- Porque también escribe y lee poesía y está loca así como Tulancingo.
- ¿Escribe?
- Si hermanito, escribe no nada más Angeles Mastreta e Isabel Allende pueden escribir y si te preocupa su coeficiente intelectual créeme que está muy por encima del común de las mujeres, no sé si a tu altura de genio pero si está muy por arriba de lo normal.
- Perdón. Yo no dije nada.
- Siempre haces lo mismo. Juzgas a la gente antes de conocerla.
- Perdón ya. No dije nada.
    El coraje de mi hermana era legítimo, pero no como el de aquella vez que se enfureció porque dije que otra de sus amigas era casi imbécil y me negué a ir al cine con ambas por la incomodidad que me producía contemplar el arte con un ser inferior. Tengo que aceptar que aquella vez si me pasé de lanza y pues obvio, se me fue encima, pero en esta ocasión había un detalle distinto. En verdad estaba defendiendo a una persona que admiraba y no a la amiga que le contaba de sus broncas con el novio y nada más. Por alguna razón mi hermana estaba comprometida con la personalidad de Rosy, ahí recordé que era de ella de quien le platicaba a mi mamá, recordé también que me platicó acerca de un libro que le hizo a su inmediato anterior novio, antes de que la cortaran o después no recuerdo; que le puso todos los poemas que había escrito y hasta lo empastó ella misma y a cambio no recibió sino la incomprensión total de un muy buen tipo pero que definitivamente no estaba a la altura (esas son palabras de mi hermana para que no piense el lector que tengo algún favoritismo). Ella era la misma que mi hermana platicaba, se había quedado sola después de un pleito con la familia y también era la misma que luchaba con toda su alma por irse a vivir a Monterrey para terminar sus estudios de Ingeniera Física. La misma que tenía un telescopio en su casa y que hablaba con sus muñecos de peluche cuando sabía que no había nadie en la noche para escucharla. La misma que sufría por haberse quedado sin la familia perfecta que le enseñaron a imaginar desde niña y que sabía hacer pasteles, dulces y velas. ¿De dónde me llegó en aquel entonces toda esa información? En verdad que no lo sé. Es como la teoría de la nemotecnia que dice que los sentidos registran en el corto plazo absolutamente todos los estímulos que pasan por ellos y que poco a poco el ser humano conforme los va necesitando los extrae de un archivo perdido en la memoria de donde nunca desaparecen y cuando regresan lo hacen como deja vus de circunstancias, sabores, olores y formas que creímos ya vividas. De pronto tuve la sensación de haber conocido a Rosy desde siempre, como si a través de mi hermana pudiera saber todo acerca de ella sin habérselo preguntado jamás y más aún sin haberme propuesto hacerlo.
- Dile a Rosy que si me presta sus poemas ¿no? Porque ando bloqueado y a lo mejor leyendo algo diferente me destrabo- Le dije por último a mi hermana y cerré la conversación antes de que pudiera pensar que la seguía atacando.
- Le voy a decir, a ver si quiere porque a nadie le enseña lo que escribe.
    Estuve a punto de cometer una estupidez y utilizar el sarcasmo para marcar mi destino para siempre pero me callé la bocota antes de usarla como siempre para herir. La verdad es que tampoco sé que fue lo que me detuvo en ese instante era como si de pronto hubiera palpado una extraña curiosidad que se alejaba de la necesidad de pertenecer a alguien. No estoy muy seguro porque los recuerdos son medio confusos pero creo que la posibilidad de encontrarme alguien que no me admirara de entrada y que no me viera como el tipo supercrítico y sangrón que soy, me gustaba sobremanera. La sola idea de encontrar a alguien con quien conversar era una alternativa que valía el intento, con Rosy o con quien fuera pero si era ella, mejor.
     El siguiente encuentro lo tuvimos a través de internet. Mi hermana estaba checando su correo cuando un llamado de la naturaleza la obligó a salir volando rumbo al baño. Eso me daba aproximadamente tres minutos y medio del correo abierto para buscar en su adress book. Así que en cuanto pisó las escaleras, corrí hasta la oficina tratando de no mover o leer algo de lo que estaba escribiendo, abrí una nueva ventana dentro de su mismo correo para ver las direcciones y busqué con la desesperación del ladrón que está a punto de ser descubierto. No estaba. Me sentí completamente estúpido tratando de esconderme de mi propia hermana así que la esperé hasta que bajó.
- Y ahora tú ¿Qué traes?
- ¿No tienes el correo de Rosy?
- No. ¿Para que lo quieres?
- Ha de ser para ver si no es igual que el mío.
- ¿Le vas a escribir?
- Si. Le voy a mandar un poemario.
- Galán. Esa si no me la sabía.
- No estés fregando.
- Mañana te lo consigo, también ya le dije de los poemas y dijo que órale que si te los presta.
- No que no se los enseñaba a nadie.
- Pues a lo mejor tú eres uno diferente a nadie manito.
    Tengo que confesar que sentí una rara emoción. No es perfectamente clara como las anteriores en las que me encerré durante mucho tiempo, será a lo mejor por eso que mientras más descubro de Rosy siento que hay más que imaginar y desenterrar de su personalidad. Con ella existen los medios tonos, sepias, grises, las bandas de color que antes me parecían deberían ser muestras claras de blanco o negro absoluto. Sentí un entusiasmo muy extraño, similar a la sensación de pisar por primera vez un cine o un estadio. Un raro encuentro con lo cotidiano que me pareció devotamente hermoso. Esa noche tampoco dormí. ¿Qué escribe? Me preguntaba. ¿Para quién escribe? Frente al ventanal de mi cuarto comencé mirar las nubes que despejaban la luz de luna. Luna nueva si no mal recuerdo. Una imagen que había visto tantas otras noches y que esa en particular me parecía una postal palpable, cercana.
     La madrugada siguiente le escribí por primera vez. Conservé la mentira del robo a la cuenta de mi hermana porque me pareció más literaria que mi miserable estrategia de usar a mi propia sangre como celestina a mi edad. Y le pedí que me dejara entrar en su mundo, que me permitiera conocerla, que me dejara solamente platicarle y no hablar de nada que no fuera la palabra misma. Yo mismo siento que ese día ella supo que había algo extraño entre ambos, que el ataque de risa que después me confeso le dio por espacio de media hora, no fue sino la misma sensación de extrañeza que a mí me ataco al enviar el correo al otro lado de la computadora. No me quiero enamorar, pensaba en silencio y sin embargo era tan obvio que no iba a tener más remedio.
 

Desde el escenario
 

Cuéntame, las que te duelen las que siempre dolerán, las dueñas de esta voz y el mar...
Alejandro Filio

     Virginia estaba parada detrás de la barra. Había pasado realmente poco tiempo desde la última vez que hablamos y a decir verdad no encontramos, ninguno de los dos, nada amable que decirnos. Los mismos miedos, las mismas detenciones absurdas que nos separaban una y otra vez. En el frente de la mesa, estaba Rosy. Mirando a la inmensidad, como no tomando importancia a lo que ocurría alrededor. Además de ella, el resto de los asistentes al primero de mis cumpleaños. El mundo que a partir de esa noche no volvió a ser el mismo.
     Esa vez la escuché llegar. Supe que se iba a quedar a dormir en mi casa y los nervios me tomaron por asalto. No supe que hacer, es la verdad. Me temblaban las piernas mientas cantaba. Entré en la oficina de Alicia y me encontré con muchas rosas en una especie de pecera. Me les quedé viendo como paralizado por la imagen y tomé dos para regalarle una y entregar otra como pretexto. Así lo hice sólo que la que no le regalé y que había calculado para mi hermana, tuve que entregarla a otra amiga a quien no deseaba darle la flor porque yo sentía que podía prestarse a malas interpretaciones. En fin. Rosy permaneció callada, no dijo una palabra. Ahora sé que aún guarda el tallo de rosa de aquella larguísima primera flor que le regalé y que careció totalmente de romanticismo. Ya en el camino de regreso a casa no sabía si hablar, si callarme, si escapar, si hacerme el culto, el bobo, el inocente. En fin no tenía idea de nada. Ella subió las escaleras con mi hermana y se durmieron casi de inmediato, yo me quedé frente a la computadora tratando de imaginar a través de la pantalla lo que estaría soñando y la manera de meterme en su sueño a través de las letras. Ese día me concentré tratando de develar lo que le pasaba a mi atormentado y torpe corazón tan malacostumbrado a equivocarse pero no hallé absolutamente nada que me confirmara que Rosy pudiera ser la mujer que había estado esperando. Ni siquiera la profundidad de sus hermosos ojos michoacanos o su extraña capacidad para decirlo todo con una sonrisa y detrás de la misma invitar al descubrimiento. Había algo perfectamente extraño que ese día en lo particular no me dejó dormir. Rosy estaba entrando por mis ojos a través de las letras y de la capacidad de hablar entre las palabras, diciendo más con los silencios y los puntos suspensivos que con las alegorías y las metáforas. Esa madrugada la verdad es que me pareció tan lejana de mí que por increíble que parezca deseé con toda el alma que fuera ella quien se quedara a vivir para siempre en mí y le escribí un correo largo, pidiéndole que me dejara entrever sus sueños, no que me los explicara ni que me involucrara en ellos, le dije que pensaba en ella mientras escribía, que era la causa de que yo no pudiera conciliar el sueño o tal vez debí decir la causa de mi ensoñación de esa vez.
     Como fuera, el recuerdo de esa extraña noche comenzó a perseguirme y de pronto recordé aquel absurdo correo que mando Julieta, Rosy tiene nombre de flor. No, relájate. No puede ser ella porque Julieta no pudo saber que... además todo mundo tiene una conocida con nombre de flor. Claro eso era, la razón por sobre la fe. Eterna confrontación eglógica.
     El día siguiente a aquella extraña noche, tuve la segunda de mis fiestas de cumpleaños de la cual salí vivo de milagro. Entre tanta celebración ya se me empezaba a perder la brújula con respecto a mi historia romántica, se me olvidaba y peor se me confundía el deseo de averiguar lo que estaba ocurriendo con Rosy y conmigo. Pero la duda seguía en el espacio, flotando como sobre una reducida escarcha alrededor de mis pies en un lago de hielo quebradizo, estaba seguro de que si me equivocaba acabaría enamorado de Rosy por las razones incorrectas, mismas que habían perseguido a mis ilusorios romances anteriores. Estaba seguro de que si me adelantaba un solo paso en dirección equivocada, Rosy escaparía de mí tal y como lo habían hecho ya Virginia y Julieta.
     Mi hermana, mientras tanto, me animaba a que le hablara diciéndome que había dejado una buena impresión y que continuara con la estrategia mientras ella me concertaba los foros para que pudiera verla.
    Llegó la tercera de mis fiestas y con ella la celebración creativa y el canto hasta entrada la madrugada en mi lugar de trabajo. Cerca de las tres de la mañana, llegó Rosy con una mirada de miedo hasta donde me encontraba ya festejando entre tequilas y canciones. Tenía miedo, miedo a dejar ver algo en sus ojos, se acercó y me abrazó para felicitarme y casi sin palabras me entregó un rollo de papeles amarrados por un mecatito, a manera de regalo de cumpleaños, inmediatamente pensé en más poemas. Aquí cabe aclarar que ya antes me había prestado un compendio de escritos muy extraño. Eran poemas y no. Cada página era todo un caso muy raro de introspección, como un desahogo sin orden ni formalidad gramatical que no se podía comprender desde el punto de vista común del lector. Vamos no había forma de decir si eran buenos o malos; bueno, malos no eran, pero ciertamente su descripción estaba más bien en el punto de la rareza, era raro que un escritor vaciara parte de sí mismo sobre el objetivo de la incomprensión y el desorden mental. Tal vez Yeats en una etapa muy corta, Paul Eluard y algún otro manifestante futurólogo, pero la verdad es que los primeros poemas me sonaron tan encriptados que tuve miedo de imaginar, de pensar para qué habían sido escritos, para quién habían sido escritos. El velo de misterio que seguía acompañando a Rosy después de esa primera entrega de poemas, pensé se había transformado en un duelo intelectual frontal y directo del que alguno de los dos iba a salir herido pero que en definitiva, valía la pena jugar.
    Regresando a la noche del tercero de mis cumpleaños, ahí estábamos uno frente a otro esperando que el otro dijera lo que el uno esperaba y no nos decíamos nada, ella con una evidente mirada de pánico, no de miedo y yo con una seguridad fingida que me temblaba horrores en la mano que se escondía en mi pantalón. Pensé verdaderamente que el destino la había llevado a esa hora hasta mí de la nada, con un montón de poemas bajo el brazo. Después me confesó que la verdad era que una de sus amigas no podía resistir un minuto más fuera de un baño y eso la obligó a llegar a la peña a hacer acto de aparición. De cualquier manera su presencia resultaba mágica de por sí. Yo la invité a quedarse hasta más allá de la madrugada pero no quiso. Aunque lo pensó. El gesto de tomar en cuenta la posibilidad de quedarse, que se dibujó en su rostro pálido, de pronto se volvió un oasis de promesas de sueños para esa noche o lo que quedaba de ella y a pesar de que ese día no hubo sonrisa alguna que se dibujara en su rostro, no hubo necesidad de pedirla, el milagro comenzaba a gestarse.
    Se despidió a lo lejos de mi compadre que desde el escenario la miraba extrañado y salió de la noche tal como entró, como una extraña aparición.
    No todo podía ser felicidad y misterio. Esa misma velada y ya al calor de las copas o más bien con las copas encima. Mi compadre hizo su aparición como un espectro de la destrucción. No es que no estime ni que lo considere como un mal amigo, es solo que a veces mi compadre exagera su posición natural de soberbia para proyectarse a sí mismo una seguridad que no tiene y que nadie le cree. Es como si se quisiera enfrascar en una permanente competencia, en una apuesta interminable que de antemano sabe que no puede ganar, pero le queda en el fondo de sí la satisfacción de haber enlodado un poco cualquier traza de felicidad pura que pueda haber en el mundo. Luego de perder, mi compadre normalmente se hace el gracioso y se coloca a la defensiva haciendo francamente el ridículo con argumentos tan machistas y falsos que difícilmente se le podían creer a Pedro Infante, así que siendo objetivos, pues a él ni que decir.
    Esa madrugada en particular había un cierto aire hostil en el ambiente, yo sabía que uno de los motores de la vida particular de mi amigo, era la envidia y no quería enfrascarme en una discusión que polemizara ningún punto. No en mi cumpleaños, no después de haberla visto y haber recibido sus escritos, sus letras, no esa vez. En uno de esos raros momentos "duramente humanos", mi compadre me dijo: "usted sabe que si no lo quisiera tanto como lo quiero, lo tendría que odiar con toda mi alma". Solamente sonreí. Era la primera vez que se descaraba con un comentario destructivo y mala leche. Era el preludio a la puñalada, como el ruido que hacen los alacranes al pasear el aguijón por la coraza antes de clavarse en la piel de sus víctimas. Mi sonrisa completó la falsedad de la escena y enfrascados en una vacuidad que espantaba ambos nos miramos como si estuviera por comenzar una competencia, como lo hacíamos cuando niños, con un gesto amenazante, esperando el primer movimiento del contrario.
- Bueno, ¿qué te traes?
- ¿De qué? - Pregunté con vacilación.
- Con Rosy, no te hagas buey.
- Nada
- Entonces ¿a qué vino?
- A traerme mi regalo
- Mire compadre, usted sabe que entre usted y yo nunca ha habido problema por las viejas.
- Yo lo sé compadre
- Así que mire, no me gustaría que se llevara una decepción
- ¿Por qué compadre?
- Pues no vaya a ser que se enamore a lo pendejo, mejor dígame de una vez. ¿Con quien va usted?
- Con nadie compadre, usted sabe que yo soy medio joto.
- No, la neta. Usted dígame si a Rosy o a Virginia, pero dígame ahorita.
- Pues no sé compadre ¿qué quiere que le diga?
- Pues que a Virginia. Aunque igual a las dos se las va a llevar la chingada conmigo, pero quiero respetarle la mano compadre, para que no luego haya malos entendidos.
- No pues no sé compadre.
- Mire, con Rosy ni le mueva, porque se va a topar con pared.
- ¿Por qué compadre, usted anda firme?
- Compadre. Yo fui creado por Dios para dar placer. ¿Cómo me puedo negar a esa difícil tarea y más cuando la niña lo pide a gritos?
    No sé muy bien que pasó por mi cabeza en ese instante, sólo sé que no le tiré los dientes falsos por considerar que estaba muy borracho y que en esas circunstancias, como dice mi abuelo, ni matarlo vale la pena. No dije nada, desvié la conversación hacia otro punto y él se dio cuenta perfectamente de que yo no quería hablar del asunto, aunque el alcohol le impidió dilucidar si fue por haber declarado entendido su punto de vista.
    Al día siguiente, en mi cuarta fiesta de cumpleaños, la verdad es que sentía el peso de la conversación del día anterior sobre mis espaldas. Lamentablemente la historia no había sido muy benévola que digamos conmigo en los enfrentamientos que había tenido oportunidad de librar contra mi compadre. Incluso muchas veces tuve que aparentar que no me importaba perder, bueno ahora que lo pienso la verdad es que no me importaba o de lo contrario habría hecho algo, pero bueno me daba el sentimiento de inferioridad cada vez que él se contraponía entre una mujer y yo, porque ciertamente me las había ganado de todas todas, sin pelearle mucho es cierto y siempre con relaciones más bien de medio pelo pero a fin de cuentas me había ganado siempre, ¿por qué dudar entonces de que me estuviera mintiendo con respecto a Rosy? En la última de mis fiestas platiqué un momento con Rosy, sobre literatura, sus poemas y mis cuentos y la verdad es que sentí una libertad de hablar inmensa. De pronto me vi viajando de Sor Juana a Sabines, de Santa Teresa a Withman, de Gingsberg a Zorrilla y de Borges, ¡ah! Siempre Borges a mis propias historias. Yo creo que hasta yo me aturdí con la plática y no supe si fueron las horas escasas de sueño o bien los ojos enormes de Rosy que no me perdían detalle, que no me dejaban escapar lo que me envolvió lentamente en una borrachera plácida y silente que me llevé conmigo hasta cerca de las tres de la mañana, cuando mi cuerpo no pudo más y cayó abatido en uno de los sillones de la sala.
    Esa noche tuve un sueño, aunque no se lo conté a nadie para, como dijera mi madre, no se fuera a salar. Me soñé a mí mismo frente a Rosy, en la misma posición que esa tarde guardaran nuestros cuerpos frente a frente en un sillón de la casa. Me soñé de pronto besándola mientras detrás de nosotros, como en un blue screen de cine, las figuras se detenían mientras yo la besaba, recuerdo que cuando me desperté incluso tenía en los labios un sabor a dulce, a recuerdo de la primaria donde estudié y donde tambien todas las tardes al salir me atiborraba de dulces, chicles, polvitos y demás cosas que comía camino a la casa. No sé bien como describir la sensación, pero ciertamente era muy placentera. Sin embargo aún la nube negra del comentario de mi compadre aún se cernía sobre mis oídos como un campanazo que me devolvió a la realidad, a la cruda y a la tristeza de siempre.
    Volví a encontrarme con Rosy la semana siguiente, la misma que Virginia me escribió para decirme que había llegado a la conclusión de que no estaba segura de estar enamorada de Roberto, la misma que había escogido para no pensar en mujeres.  Me encontré con Rosy y la verdad es que no me gustó lo que vi, mi compadre abusando de su antigüedad como amigo, hizo gala de tácticas de aperre para hacerse el interesante y alejarla de mí, sabiendo que yo mientras él estuviera con ella no iba a aproximarme ni un solo centímetro. Mi hermana me regañó hasta donde el vocabulario escatológico lo permite, me insultó y después me dijo algo que jamás supe como interpretarlo: "Tu compadre esta hociconeando a lo puro buey, no tiene ni un solo chance". La miré extrañado y la verdad es que tanta seguridad en sus palabras no hizo otra cosa que abrumarme, no supe como reaccionar. Debido a mi confusión emocional, causada sin lugar a dudas por el correo de Virginia, opté por dejar pasar la noche. Esa vez, al igual que la semana anterior, mi hermana me había adelantado que Rosy se iba a quedar en casa y por lo tanto a lo mejor ahí en el pleno de la madrugada, tendría la oportunidad de hablar con ella. Una vez más me equivoqué, mi compadre la convenció de llevarla con él o bueno de llevarla a su casa y con todo el background de una vida de conocernos, yo sabía lo que eso implicaba. Ni siquiera era miedo, era como una predisposición personal que hacía innegable la posibilidad de que después de esa noche Rosy cayera en sus brazos y le creyera lo que las anteriores mujeres que habíamos disputado le creyeron a él y yo no les dije, para mí en ese instante la historia se repetía y el pasado por completo no nos había enseñado absolutamente nada a ninguno de los dos, yo seguía mi racha de fracasos y él ponía en alto el nombre del machismo. La depresión me atacó de una manera grave, al punto de enfermarme de la garganta con una fiebre que yo creo, era más por la tristeza que por la falta de vitamina C.
    Me encontré con Rosy una vez más el sábado de esa misma semana, fue a la peña, al cumpleaños de mi jefa. La verdad era que no quería mirarla como lo que pudo y no fue, así que preferí no pensar en las posibilidades. "Todo pasó en mi mente", me dije mientras cantaba y también mientras cantaba recuerdo haber dicho a mitad de una de las rolas, "yo les voy a contar lo que pasó con el ángel o bien lo que va a pasar, no lo sé aún". No creo haber pensado bien la frase, fue algo que se me salió, tal vez porque mi compadre aún no llegaba. Cuando llegó la historia fue la misma del día anterior, por lo que me subí a cantar en vez de pensar en hacer labor de convencimiento con la niña Rosy, estaba muy deprimido. Canté mientras el otro buscaba hablarle al oído a la mujer que me gustaba. En ese instante lo supe, sentí por primera vez en toda mi vida unos celos horribles, catastróficos, destructivos. Unos celos shakesperianos, otélicos, capaces de envenenar el alma. Unos celos que no había experimentado nunca, unos celos ciegos y locos que se me arremolinaban en las manos y en las venas de las manos queriendo aventar la guitarra sobre la cabeza de mi mejor amigo. Yo sabía que nunca habíamos tenido un pleito por una mujer, pero tambien estaba cierto de que ninguna de las mujeres anteriores había sido la definitiva, la esperada, la de mi vida. ¿ Y Rosy podría serlo? ¿Cómo iba yo a saber? Pero la posibilidad era a favor, sus ojos no eran una falacia, estaban presentes en mis sueños y ahí en mis pensamientos en ese momento y en todos los momentos. Repasé desde el escenario las historias de mis canciones y mis cuentos y tomé las palabras de mi hermana y las incontables veces que habló de Rosy frente a mí sin que yo lo supiera. Pasaron de golpe también sus poemas ¿por qué mi compadre no los tiene? Pensé. ¿Por qué me tengo que frenar ante la posibilidad de amar por primera vez verdaderamente?
    Durante las despedidas de rigor ya en el franco amanecer, supliqué a quien me escuchara que ella no se fuera con mi compadre, que no cayera en el juego. De pronto sentí que una soledad como la suya era frágil. Necesitaba de amor y no iba a detenerse a preguntar las currículas de los candidatos. Su capacidad de dar y sentir amor, estaba más allá de la comprensión humana y en sus ojos descubrí a todos mis personajes fantásticos. A todas esas mujeres que conformaban mi mujer perfecta. A todas las idealizaciones románticas y melosas que había construido a partir de las películas, las novelas, las obras de teatro, etc. La vi mientras mi compadre la abrazaba y la apretaba entre sus brazos, no queriendo que escapara o bien sabiendo que era la última vez que la tocaba porque esa mujer no era ni de él ni de nadie, pero menos aún de él y su absurda idea de copar el mundo con galanterías baratas y sórdidas más de un pachuco que de un conquistador de principios de siglo. La abrazó y ella se soltó, en ese instante y en los veinte metros que nos separaban del auto, frente a mi desfiló un interminable mosaico de instantes que no había vivido con ella, bueno a decir verdad ni con ella ni con nadie, pero que deseaba enfermizamente comenzar desde ese amanecer. Recuerdo que camino al auto casi estuvimos juntos cerca de dos segundos y mi mano por acción propia pensó en la suya, queriendo acercarse. Como si supiera que mis manos y las de esa mujer estaban hechas a la medida para no separarse y entonces todo me dio vueltas como en medio de un remolino cansado y gigantesco en el que mis ideas se revolvían con los deseos y no podía identificar a ciencia cierta cual era cual.
    Al llegar a la casa todas mis dudas habían desaparecido. Estaba cierto de haberme enamorado de una desconocida, una mujer sin pasado para mí pero en quien apostaba todo mi futuro a ciegas completamente. Una mujer de quien ya llevaba el sabor cosido a los labios sin haberlos tocado nunca y que me hacía dudar de las bases fundamentales de mi hermetismo. Un mujer capaz de competir con mi soledad y vencerla. Una mujer extraña que se abría paso en mis tragedias y comenzaba a demostrarme que mi corazón no estaba ni cansado ni oxidado ni nada por el estilo, sino que en realidad estaba ávido de amarla, de perderse en el horizonte de sus pestañas largas de sus manos lánguidas y blancas. Esa mujer estaba volviéndome contra mi historia y se avecinaba como la luna de mi ventanal, como las estrellas, como la tristeza, como todas esas extrañas visitas que me acompañaban cuando mentía una canción y la pensaba para alguien sin rostro, para unos oídos y no unos ojos, para una boca pequeña, para unas manos frías. No había lugar a dudas, estaba perdida, total y completamente enamorado de ella y algo dentro de mis temores habituales me decía que esta vez si no la iba a dejar escapar.
 

Helado de Chocolate

     La verdad es que nunca he sabido por qué tengo una aversión especial por los postres. Tal vez sea por mi propensión natural a la diabetes o bien por que químicamente no existe diferencia entre estar enamorado y comer grandes cantidades de azúcar. Pero hay algo en los postres muy especial y extraño a la vez: disfruto viendo a la gente comer dulces. Sobre todo los helados. Será por que de niño las imágenes más significativas que me vienen a la memoria son las salidas de fin de semana al palacio de Hierro en la colonia Roma, en la calle de Durango. Y más que esas salidas, el colofón de la comida en el Sanborn´s de ese mismo centro comercial me remite a la época de despreocupación y felicidad que todo niño pasa y que conforme llega la madurez uno va olvidando poco a poco. No creo que mi infancia tenga un recuerdo plástico más grato que el de ver a mi hermano pidiendo un banana Split, un tres Marías y un helado de chocolate como comida del día. Más aún, no recuerdo que se lo hayan negado alguna vez, tal vez porque mis padres disfrutaban de la misma manera que yo mirándolo devorar el helado, como si se fuera a terminar de un momento a otro. Tal vez es por eso que ahora que estoy enamorado, no necesito los dulces en primer lugar, pero me ocurre algo similar a lo que me pasaba de niño. Cada vez que salgo a la calle me dan ganas de comprar helados de chocolate, porque hace mucho que no veía a nadie disfrutar el helado tanto como a Rosy y verla feliz me remite a la despreocupación, a la tranquilidad y a la confianza en el amor que le tengo. Verla feliz es igual a volver a ser niño y rescatar de la nada todos esos momentos de fantasía que se hacen sueños y a la larga se quedan como un nido de pequeños milagros que hacen la vida más llevadera. Por eso estoy esperando a que me den un litro de helado mientras imagino que ella se lo va a acabar de una sola sentada como si nunca fuera suficiente y por cada cucharada que ella se lleve a la boca a mí me remite a mi infancia y a mis sueños de niño. Eso es estar enamorado. Bueno al menos parte de, su boca y el helado de chocolate son dos acercamientos críticos al amor. Yo, soy sólo el afortunado testigo del milagro. 


Abel Velázquez