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Desde el escenario
por Abel Velázquez
Para repetir el mal llegó tu par de ojos al
cuento
Y para otra luz de sol tu abrazo me abrigó...
Alejandro Filio
Virginia
Ojos verdes cuanto tiempo te miré.
Ojos verdes del color de la mañana.
Ojos verdes no sé si te olvidaré. Ni
nada...
Alejandro Filio
Virginia estaba
parada detrás de la barra. Había pasado realmente poco tiempo
desde la última vez que hablamos y a decir verdad no encontramos,
ninguno de los dos, nada amable que decirnos. Los mismos miedos, las mismas
detenciones absurdas que nos separaban una y otra vez. Apenas unas semanas
antes, el silencio había acompañado cada uno de nuestros
desencuentros. El silencio y la sensación de pérdida. Roberto
la miraba aparentando sonreír. Él sabía perfectamente
que estaba mirándome pidiendo le devolviera el gesto, buscando dentro
de mí que en el silencio, mi voz cantara para ella. Pero no había
nada. El efecto de la revolución emocional que tuve con o contra
Virginia había desaparecido sin explicación alguna. Apenas
y la incomprensión se habría paso entre mis convencionales
dedicatorias. Probablemente porque pensé en el egoísmo de
aquella mujer que no me podía ver como hombre desde el fondo de
sus ojos verdes, posiblemente porque también antes me había
contemplado en la derrota, pidiéndole que me amara y ella simplemente
no pudo. Tal vez era el cansancio de buscarme en su mirada y jamás
encontrarme. Lo cierto es que el vacío era la definición
de la sensación extraña entre ambos. Era muy raro pero por
primera vez sentía un alivio infinito de no encontrarme abatido
por la carencia de ella. Creo que todo se remontó a aquella noche
cuando mi hermano me dio la noticia de que ella y Roberto habían
descubierto que eran el uno para la otra. Esa noche recuerdo que me dieron
ganas de llorar, no por ella sino porque de todos los tipos del mundo,
había caído en manos de mi hermano virtual. La verdad es
que pocas veces uno tiene la oportunidad de escoger a quienes quiere considerar
como sus hermanos y Roberto era sin dudarlo uno de los pocos.
Lo conocí cuando recién entró
a la universidad y de inmediato tuve la confianza como para saber que el
tipo tenía una extraña afinidad conmigo. El teatro, la música,
la tecnología y la manera en la que descaradamente se reía
y se ríe de las formas y las maneras serias de ver la vida, son
la clase de cosas que me han admirado desde siempre de mi hermano el loco.
Incluso sus puntadas extrañas como la noche que pasó por
mí para ir a Querétaro a darle serenata a la mujer de su
vida, ni siquiera recuerdo cómo se llamaba, pero era la mujer de
su vida y había que cumplir, así tuviéramos que manejar
tres horas en la madrugada y regresar a casa apenas cayendo la mañana
con alguna mentira acerca de donde estuve o que hice. Roberto siempre ha
tenido un lugar muy especial dentro del círculo de mis amigos, tal
vez porque es el único que tiene la capacidad de amar sin dar a
cuentagotas, el se enamora y punto. Además no esconde nada, llora,
grita, baila y todos esos clichés que las películas americanas
hacen de sus héroes románticos y melosos. Roberto era como
la demostración de la existencia del Happy end. De que las cosas
no podían ser tan dramáticas como en una canción de
José Alfredo, como en una pelea de cantina o en una borrachera al
estilo mexicano. Él era más bien bobo, al estilo de las películas
de Meg Ryan. De ese tipo de personas que espera ser feliz ever after. Roberto
vivía para estar enamorado de la más imperfecta de las mujeres
y saber que su amor iba a alcanzar para virar el mundo completo hacia la
fantasía y la despreocupación. Eso fue lo que siempre le
admiré. Por eso cuando en la universidad nos enamoramos de la misma
mujer yo no tuve corazón para continuar detrás de ella, me
hice a un lado no sé si temiendo perder frente a la alegría
interminable del loco o más por saber que mi enamoramiento no era
tanto y me quité del camino esperando también que pudiera
ser muy feliz. Tharyn se llamaba. Bueno se llama, pero hace mucho que no
la veo y creo que él tampoco. Roberto se enamoró hasta las
manitas de aquella problemática rubia que le gustaba imaginarse
musa de malogrados versos y canciones escritas siempre para alguien más.
Yo también estaba semi enamorado de ella pero a diferencia de él
yo no podía ofrecerle una sola sonrisa detrás de mi mundo
de depresiones y lágrimas heredadas de la culpa de no haber amado
antes. Seguramente ella lo notó y se miró como en un pozo
sin fondo donde ya tenía suficiente con su propia tristeza como
para encima, echar a cuestas la mía. Por eso prefirió arriesgarse
con Roberto, porque sabía que cuando menos el tipo estaba feliz
y tanto que contagiaba. Yo entendí y hasta me alegré en aquel
entonces; como después de llorar la pérdida de Vicky, supe
que no pudo haber caído en mejores brazos que los de mi amigo.
Tal vez por eso no comprendía la tristeza
en la mirada de la mujer compartida otra vez por ambos esa noche. Tal vez
por eso la observaba resistirse a los besos, a los abrazos de Roberto.
Quizá también por eso se levantó de la mesa sin decir
palabra y se parapetó detrás de una barra, como despidiéndose
de mí y de lo que dejaba ir conmigo de su mundo de fantasías
incompletas y lágrimas por nadie. Yo no entendía pero tampoco
me hacía sentir bien mirarla desde el escenario queriendo no mirarla.
Ya antes había pasado. Una o dos semanas antes que llegó
a la despedida de su cuñada bastante tarde y triste. Esa vez también
se detuvo en la barra a mirarme, como intentando comparar lo que tenía
en su mundo y lo que había detrás del mío. No sé
bien qué fue lo que pensé. Era algo similar a la cara del
niño que acaba de catafixiar su bicicleta y su avalancha por una
sala comedor y no sabe si le fue mejor o peor pero el resto de los acompañantes
se siente feliz por él. Esa era la mirada que tenía. Yo desde
el fondo de mi corazón, me despedí en silencio de todo lo
que ella representó para mí, el mismo día que supe
que Roberto era el afortunado; tal vez también pensando que el cuento
en brazos de mi amigo era mucho más entretenido que el mío,
cansado de dramatizar las pérdidas y las desesperanzas. Mirándola
detrás de la barra, también supe que mis deseos de amarla
fueron superiores incluso al verdadero amor que le tuve, que ella fue más
la esperanza de hallar a la mujer correcta que la misma mujer correcta.
Mirándola desarmada y a punto de llorar, pidiendo perdón
en silencio supe que no estaba enamorado de Virginia, que no podía
amarla y que lo mejor era dejarla ser feliz con quien podía hacerla
feliz. Es muy triste darse cuenta de que la mujer de tu vida no vive en
el cuerpo de la mujer que creíste era la mujer de tu vida. Me miré
dentro del escenario protegido por la cuarta pared creada por Grotowski
y más solo que antes. Me había quedado sin la esperanza de
amar o por lo menos sin el pretexto de esa esperanza que ahora se paseaba
del brazo de mi hermano putativo. ¡Qué suerte tiene este cabrón,
pensé! Antes de bajarme del escenario para terminar la noche.
Julieta
Es todo lo que puedo recordar, de aquella
despedida aquel final. Un algo que me dice que esta vez es para siempre
y esta lluvia que acompaña mi dolor
Alejandro Filio
La tarde llovía
incesante en el ventanal de mi improvisada oficina mientras revisaba los
correos que habían llegado, tal vez con la esperanza de encontrarme
con un alma gemela en la red, en algún lugar del mundo.
Una dirección desconocida y unas palabras contadas:
Hola, estuve leyendo
tu trabajo, me gusta mucho tu narrativa; el de María, el plan perfecto
y el piano me gusto mucho, entre otros. Me pregunto si tienes una pagina
personal o si tienes algo en algún otro lugar como el Gólem.
Felicidades.
Julieta.
La verdad es que no había mucho que
decir detrás de las letras tan escuetas que representaba el mensaje.
Bien podía tratarse de una conocida, alguna amiga de mi hermana
o bien una pasajera de la red que viviera en Indochina que al pasar por
la página de literatos anónimos se identificó con
alguno de mis pequeños trabajos. Y sin embargo en el fondo de ese
mensaje tan breve había una infinita posibilidad. Una entre setenta
millones claro, pero posibilidad al fin de encontrar a mi alma gemela.
Yo sé que es medio absurdo andar por ahí esperando que toda
la gente que te escribe sea tu mitad faltante de alma, pero la corazonada
era fuerte, como cuando eres un jugador compulsivo y piensas siempre que
el siguiente golpe va a ser el definitivo, el que cambie tu suerte, el
que te saque de la miseria de ser tú mismo.
Contesté el correo y le envié
inmediatamente el cuento recién terminado donde explicaba la tragedia
de haber conocido a Virginia y el enredo que en venganza creé
para olvidarme del dolor que me provocaba no tenerla. Le pedí que
además me enviara sus comentarios y que me dijera dónde vivía,
quién era, por qué me había leído, en fin todas
esas dudas normales en las que se enfrasca uno cuando va a ligar a través
del e-mail. Esperé durante algunas horas a que hubiera respuesta.
Nada. Esa noche tenía que cantar y ni modo, a trabajar más
por compromiso que por deseos. Entre la gente que asistió intenté
buscar la mirada de la supuesta Julieta. Tal vez está aquí
y nunca me lo va a decir, tal vez mañana me conteste que me vio
cantando y se pregunte que hay detrás de la guitarra que todas las
noches llora canciones tristes esperando que alguien le enjugue las lágrimas.
Tal vez, sólo tal vez.
La mañana siguiente revisé el
correo esperando encontrar un mensaje de la misteriosa Julieta y en efecto
había uno:
Me encantaría
leer lo que tengas, que malo que seas desordenado y desidioso porque de
verdad que me gustaría ver una pagina tuya. ¿Hace mucho que
no actualizan el Gólem verdad?
Sobre tus preguntas.
No, desafortunadamente no tengo ese don, pero me gusta leer. Si, estudio
Licenciado en Comercio Internacional. Si, me gusta mucho la onda gothic
y me gustaría leerla. ¡Claro que soy mexicana! Es la mejor
de las nacionalidades ¿no lo crees? Soy de Hermosillo Sonora, ¿conoces?
Por alguna extraña razón yo seguía
viendo detrás de los escritos de Julieta algo más que me
obligaba a pensar en ella a partir de ese día a todas horas. Al
principio creí que estaba volviéndome loco y después
me acostumbré a pensar en ella como crítica, como escucha
y como lectora de todo lo que me pasaba. No sé bien cómo
la involucré en mis tristezas y dejé que ella me llamara
ángel. Decía que yo había anidado en su vida para
enseñarle lo que era capaz de amar a través de mis historias
y devolverle la confianza para entregarse por amor y para verter su corazón
hacia el mundo. Me dijo que la habían lastimado profundamente por
no estar protegida de los hombres y que estaba pasando por un período
de odio profundo hacia el género. Me habló también
de sus nostalgias y de que a veces al caminar rumbo a la universidad, sentía
el deseo de abrazar y de recargar su cabeza en el hombro de alguien que
la quisiera hasta el dolor, hasta la incomprensión de sí
misma.
Yo la leía y poco a poco mis desencuentros
con Virginia se fueron borrando hasta que me olvidé de contarle
mis tristezas y le dije que la quería y que necesitaba saber más
de ella, que necesitaba conocerla, que todas las noches la buscaba entre
los rostros de las mujeres que llegaban solas a verme cantar y que no la
encontraba por ningún lado. Le pedí también que me
escribiera más, que me alimentara con palabras que me dejara sollozarla
y conquistarla.
Un día sin saber cómo me dijo
que me quería. Yo salté de alegría por toda la habitación,
inmediatamente le mande mi foto y me contestó cinco minutos después
diciéndome que era tal y como ella me había soñado
un día o dos antes. Estaba verdaderamente feliz. Con una de esas
raras alegrías que no es posible explicar del todo. Yo quería
salir a buscarla en ese instante, le pedí que me mandara su dirección,
que el primer vuelo a Hermosillo lo iba a tomar en ese momento para ir
detrás de mi felicidad. Ella me pidió una extraña
calma, me dijo que aún no estaba lista para pasar de lo virtual
hacia lo real pero que estaba aprendiendo poco a poco a quererme, que le
tuviera paciencia y que no la buscara hasta que ella estuviera totalmente
convencida de que yo era su vida así como yo creía estar
convencido de que ella era la mía.
Una tarde me envió una dirección
en Arizona, desde la cual según dijo, me iba a escribir durante
las vacaciones ya que ahí vivía una amiga y su familia. Pensé
en ir a verla pero la verdad me dio miedo apresurar el compromiso o generarlo
si es que no lo había, tal vez ella sólo había tratado
de ser amable y yo la obligaba a decir cosas que no sentía. En ese
instante tuve mucho miedo, no estaba preparado para dejar otra vez el corazón
a media calle y mirar como se lo llevaba un camión. La verdad es
que después de Virginia me quedaban muy pocas ganas de volver a
equivocarme con alguien. Así que esperé y mientras esperaba,
le grabé un KCT y le escribí una carta que puse en la paquetería
con carácter de urgente rumbo a Arizona.
Debí de haber sabido que la cadena
de sucesos extraños que seguirían era una especia de mensaje,
pero no lo hice tal vez por la costumbre que tengo de escribir acerca de
cosas fantásticas y la falta de costumbre que tengo para vivirlas.
A la semana de haber enviado el paquete, un empleado de Estafeta tocó
a mi puerta por la mañana y me entregó la misma bolsa donde
había yo puesto mi carta y mi voz. "No existe la dirección
señor", me dijo y pensé inmediatamente que me había
equivocado al pasar el número o bien la calle, no sé. Encendí
la computadora y busqué el mensaje donde ella me había enviado
la dirección de sus amigos. Por extraño que pueda parecer
ahora no la encontré. No había nada, recordé que esa
mañana había estado tirando todos los correos que ya no me
servían pero no recordaba haber borrado ese, de hecho pensé
que era prácticamente imposible haberlo borrado simplemente porque
era algo muy importante. Sólo a mí me podía pasar
algo tan absurdo, haber tirado su dirección, la única prueba
palpable de su existencia.
Le escribí para pedirla de nuevo y
ella contestó en un tono amoroso cualquier cantidad de palabras
que me hicieron olvidar el motivo por el cual le había escrito.
La verdad es que la sensación de leerla era muy similar al cansancio,
a la somnolencia, pero más bien al instante en que empieza uno a
dejarse vencer por el sueño poco a poco y sabe que el descanso viene
como recompensa. Me envolvía como por arte de magia en la ausencia
de preguntas en la sensación de haberla conocido desde siempre,
en esa extraña familiaridad que da el amor. Leerla era como regresar
a la tranquilidad de niño en la que las cosas alrededor no eran
sino un mosaico de circunstancias que no entendía y que no me importaban.
Sus correos eran como juguetes nuevos, como Navidades pasadas, como una
mezcla entre la fantasía y el enamoramiento sin rostro, sin preguntas,
sin respuestas, sólo sus palabras, sólo la pantalla donde
aparecía varias veces al día para decirme de la nada que
me quería y para saber que yo también la quería.
Un mañana me desperté con dos
noticias que fueron demasiado para el mismo día. Primero que Virginia
ya había encontrado al hombre de su vida y segundo que Julieta me
había soñado enamorado de otra mujer. "Una mujer con nombre
de flor", me dijo. Me pareció de entrada algo tan absurdo como inesperado.
¿Yo enamorado de alguien con nombre de flor? Jamás me había
visualizado del brazo de una Jacaranda o de alguien llamada Azucena o Flor
de Azalea como la canción de Los Panchos. ¿De dónde
pudo haber tomado una idea tan absurda? Y lo peor, ¿por qué
tomar un sueño tan en serio?
Revisé una y otra vez mi lista de conocidas,
de posibles conocidas y hasta de desconocidas y no hallé más
que a una ex alumna de León con nombre de Flor, Azucena se llama,
pero ni por equivocación me pasó por la cabeza la posibilidad
de que ella fuera quien pudiera cambiar mi vida. Le escribí a Julieta
para calmarla pero no respondió a mis mensajes. Tras de ella quedó
únicamente la soledad como siempre, como muestra irrefutable de
que Julieta tampoco había sido la mujer que había esperado.
Esa noche, desde el escenario canté por duelo, por dolor, por soledad
y todas las canciones llevaban su nombre. Todas las canciones que me lastimaban
llevaban una lágrima por cada palabra que ya no me escribiría
y sólo entonces la pude mirar en el fondo del salón, recargada
en uno de los pilares que impiden que en la tristeza el techo se me desplome
sobre la cabeza, la miré ausente de rostro, como una silueta en
las sombras de la noche que me deja seducirla con canciones, la miré
como la fantasía que había creado de ella en mis cuentos,
en mis palabras durante casi tres meses, la miré como la calma que
impidió que me sintiera fracasado y triste ante la evidente carencia
de amor o la falsa búsqueda, la miré con sus alas enormes
despidiéndose de mí para jamás volver a aparecer,
lanzando un beso al aire y dejándome libre de nuevo sin reproches,
sin llanto. La vi una vez más en el rostro de la gente que aplaudía,
que cantaba y que además miraba a través de mí su
propia soledad, la de estar con alguien sin amarlo, la haber encontrado
a alguien esa noche y la de contemplar seguramente a quien no habían
de encontrar. Julieta estaba presente en todo como la imagen etérea
que siempre fue, como la cascada de palabras que no encontró donde
caer más que en mis ojos sin ser real, sin el compromiso de ser
real. Y así como llegó a mi vida también se fue. Con
un par de lágrimas en las alas y vestida de blanco, con pedazos
de alcanfor y azafrán entre las manos que masticaba sin pronunciar
palabra, con ese aroma a mirra que aún a veces en las noches que
pienso que estuvo conmigo deja a su paso para hacerme recordar que gracias
a ella estuve listo para enamorarme y que así como la noche la trajo
hasta mí ella trajo con su sombra a la mujer de mi vida.
Rosy
Durmió la tarde y entre su sueño
dio contigo. Cuando llegaste la luna tuvo algún sentido. No soy
de nadie dijiste para estar conmigo. Si es por amarte todo lo olvido, todo
lo olvido
Alejandro Filio
- Deberías escribir la historia de Rosy- Dijo mi hermana.
- ¿La historia de quien?- Pregunté extrañado.
- De Rosy. ¿Te acuerdas de la chava que fue novia del Pana?
¿La de la fiesta en el Tequila?
- Más o menos.
- Pues de ella.
- ¿Qué tiene de especial?
- Ahí si mejor que ella te la platique.
Era mayo o junio no recuerdo bien, cuando mi hermana
comenzó a platicarme de Rosy. Recuerdo que era la peor época
para escuchar hablar de una mujer en medio del sufrimiento. Yo andaba con
la brújula extraviada y hasta la idea de ser gay atravesó
mi mente. No digo que haya pensado en cambiarme de bando sino que llegué
a pensar que alguna maldición gitana hacía pensar a las mujeres
que era gay y por eso no se me acercaban. Recuerdo que también mi
hermana a lo lejos hablaba con mi madre acerca de la tristeza en la niña
Rosy, de los problemas con su familia y de la necesidad imperante de ayudarla
a costa de lo que fuera por el cariño inmenso que le había
tomado. No recuerdo muy bien que fue lo que platicaban pero algo escuché
de su soledad tangible, de esas largas tardes que esperaba camino de las
clases de francés a su casa, encontrarse a su otro ángel,
creo que así lo llama. Recuerdo también haber escuchado mientras
golpeteaba las teclas de la máquina o tocaba la guitarra, de la
necesidad de afecto y amor que Rosy tenía y Rosy para acá
y Rosy para allá y bueno, ahora es que reflexiono que escuché
todo esto, porque en realidad mientras ocurrió, jamás me
percaté o supe de quien hablaba mi hermana.
Una noche de sábado me dijo mi hermana
"Hoy te voy a llevar una francesita que está como para tus gustos
sangrones". Le pregunté de dónde la conocía y me dijo
"Es compañera de casa de Rosy". Otra vez Rosy ¿Por qué
ese nombre me sonaba tan familiar?
En aquel momento acababa de perder a Julieta
por correo, estaba en el vil hoyo. Hasta por Internet me cortaban. La verdad
es que en un principio, imaginé que no era mala la idea y que peor
de lo que me había ido en un espacio de veinte días anteriores
no me podía ir. Llegamos a la peña y me encerré como
siempre en el cajón de los músicos a tocar una canción
para estrenarla esa noche. Mi hermana entró emocionada a la caseta
que hace las veces de oficina y me dijo, "ya llegó la francesa".
Cómo dijera mi amigo Paco "¡A caray! Pues hace bien. En la
tristeza abyecta que impide que se te note la misma, la verdad es que me
valía madre conocer a la francesa famosa, no quería saber
nada de mujeres, ni estar cerca de ellas ni mucho menos tratar de ligar
con nadie. Había tomado la decisión de permanecer soltero
el resto de mi vida. Salí a cantar un turno corto ya preparado y
apenas al encender la luz del escenario un frío extraño me
recorrió la espalda. Por un momento pensé que eran mis ya
acostumbrados nervios previos a la función, pero la verdad es que
la sensación era completamente diferente a cualquiera. Comencé
a cantar por instinto pero sin saber exactamente que estaba diciendo. El
frío se hacía cada vez más intenso y las imágenes
de la gente pidiendo canciones se hacían más lentas, como
en una película de Oliver Stone. Sudaba copiosamente y el nerviosismo
había llegado ya hasta mis manos que francamente ya temblaban intentar
apretar las cuerdas. Traté de concentrarme cerrando los ojos y mi
respiración, golpeteando afanosamente, hizo más audible el
latido de mi corazón bombeando en franca taquicardia. ¿Pues
que me pasa? Pensé. Estaba tocando la segunda canción cuando
abrí los ojos y me topé de frente con una mirada inmensa
que desde una mesa lateral me tenía atrapado. Sonreí sin
hacer mucho caso a lo que alrededor estaba ocurriendo. En ese momento entró
a la peña Sandra, una ex novia que es medio bruja y me imaginé
que a lo mejor en uno de sus trajines se las había arreglado para
hacerme pasar un mal rato, así que dejé de tomarle importancia
a lo que me estaba ocurriendo. Después de todo el numerito, noté
que por alguna circunstancia la taquicardia seguía molestando y
mis manos también temblaban aún después de terminar
con la velada. Entre la mesa de los que siempre salen al final estaban
algunos amigos, Virginia que solo me miraba sin hablar, Sandra que trataba
de controlarme mentalmente, mi compadre y Rosy que extrañamente
me pareció verla por primera vez ese día. Ella era la dueña
de los ojos que me habían atrapado mientras cantaba; me miraba mientras
mi compadre la tomaba de la mano y la abrazaba cariñosamente, tuve
que dejar la tertulia para desconectarme y tratar de entender que era lo
que me estaba pasando así que regresé a la oficina.
Al salir a despedirme me topé con mi
compadre que me dijo:
- Ahí te buscan
- ¿Quién?
- Sandra. No te hagas.
- No lo digas ni de broma.
- Bueno pues yo te digo lo que veo, sino también está
Virginia.
- ¿Qué no sabes que anda con el loco?
- ¿Y eso qué? ¿Es muy tu amigo?
- Pues la neta sí.
- Yo ando ocupado compadre, si no ya sabes que te ayudaba. Con Virginia,
porque la otra ni borracho.
- Gracias compadre. Yo sabía que podía contar contigo.
- ¿Qué la vamos a seguir?
- No creo carnal. Ahora si me estoy cayendo de sueño.
- Bueno pues yo preguntaba porque si no yo tengo cosas mejores que
hacer.
- ¿Vienes con Rosy?
- Compadre, yo siempre vengo solo. Si acaso ella es la que se va conmigo.
- Cámara. Pues nos vemos.
Rosy se despidió desde lejos agitando la
mano y abrigándose con la chamarra de mi compadre. Sólo después
de que cruzó el umbral de la puerta, el corazón dejó
de latir aceleradamente. Ese día no pude dormir, había algo
raro en esa señal abstracta que me decía que algo importante
había pasado en mi vida, sólo que no sabía que era.
Daba vueltas y vueltas en el sillón mientras pasaba los ciento cuarenta
y tres canales de la televisión y el radio del Direct TV intentando
encontrar una respuesta. No era Virginia, de eso estaba seguro.
La mañana siguiente mientras platicaba
con mi hermana le pedí que invitara más seguido a Rosy a
la Peña, porque ella era de las pocas que sabía escuchar.
Acto seguido me quedé pensando en por qué dije lo que dije
si ni siquiera habíamos tocado el tema.
- ¿Viste a la francesa? Está guapa ¿no?-
Dijo mi hermana
- Si, creo que si la vi.
- Tu te llevarías muy bien con Rosy
- ¿Por qué?
- Porque también escribe y lee poesía y está loca
así como Tulancingo.
- ¿Escribe?
- Si hermanito, escribe no nada más Angeles Mastreta e Isabel
Allende pueden escribir y si te preocupa su coeficiente intelectual créeme
que está muy por encima del común de las mujeres, no sé
si a tu altura de genio pero si está muy por arriba de lo normal.
- Perdón. Yo no dije nada.
- Siempre haces lo mismo. Juzgas a la gente antes de conocerla.
- Perdón ya. No dije nada.
El coraje de mi hermana era legítimo, pero
no como el de aquella vez que se enfureció porque dije que otra
de sus amigas era casi imbécil y me negué a ir al cine con
ambas por la incomodidad que me producía contemplar el arte con
un ser inferior. Tengo que aceptar que aquella vez si me pasé de
lanza y pues obvio, se me fue encima, pero en esta ocasión había
un detalle distinto. En verdad estaba defendiendo a una persona que admiraba
y no a la amiga que le contaba de sus broncas con el novio y nada más.
Por alguna razón mi hermana estaba comprometida con la personalidad
de Rosy, ahí recordé que era de ella de quien le platicaba
a mi mamá, recordé también que me platicó acerca
de un libro que le hizo a su inmediato anterior novio, antes de que la
cortaran o después no recuerdo; que le puso todos los poemas que
había escrito y hasta lo empastó ella misma y a cambio no
recibió sino la incomprensión total de un muy buen tipo pero
que definitivamente no estaba a la altura (esas son palabras de mi hermana
para que no piense el lector que tengo algún favoritismo). Ella
era la misma que mi hermana platicaba, se había quedado sola después
de un pleito con la familia y también era la misma que luchaba con
toda su alma por irse a vivir a Monterrey para terminar sus estudios de
Ingeniera Física. La misma que tenía un telescopio en su
casa y que hablaba con sus muñecos de peluche cuando sabía
que no había nadie en la noche para escucharla. La misma que sufría
por haberse quedado sin la familia perfecta que le enseñaron a imaginar
desde niña y que sabía hacer pasteles, dulces y velas. ¿De
dónde me llegó en aquel entonces toda esa información?
En verdad que no lo sé. Es como la teoría de la nemotecnia
que dice que los sentidos registran en el corto plazo absolutamente todos
los estímulos que pasan por ellos y que poco a poco el ser humano
conforme los va necesitando los extrae de un archivo perdido en la memoria
de donde nunca desaparecen y cuando regresan lo hacen como deja vus de
circunstancias, sabores, olores y formas que creímos ya vividas.
De pronto tuve la sensación de haber conocido a Rosy desde siempre,
como si a través de mi hermana pudiera saber todo acerca de ella
sin habérselo preguntado jamás y más aún sin
haberme propuesto hacerlo.
- Dile a Rosy que si me presta sus poemas ¿no? Porque ando bloqueado
y a lo mejor leyendo algo diferente me destrabo- Le dije por último
a mi hermana y cerré la conversación antes de que pudiera
pensar que la seguía atacando.
- Le voy a decir, a ver si quiere porque a nadie le enseña lo
que escribe.
Estuve a punto de cometer una estupidez y utilizar
el sarcasmo para marcar mi destino para siempre pero me callé la
bocota antes de usarla como siempre para herir. La verdad es que tampoco
sé que fue lo que me detuvo en ese instante era como si de pronto
hubiera palpado una extraña curiosidad que se alejaba de la necesidad
de pertenecer a alguien. No estoy muy seguro porque los recuerdos son medio
confusos pero creo que la posibilidad de encontrarme alguien que no me
admirara de entrada y que no me viera como el tipo supercrítico
y sangrón que soy, me gustaba sobremanera. La sola idea de encontrar
a alguien con quien conversar era una alternativa que valía el intento,
con Rosy o con quien fuera pero si era ella, mejor.
El siguiente encuentro lo tuvimos a través
de internet. Mi hermana estaba checando su correo cuando un llamado de
la naturaleza la obligó a salir volando rumbo al baño. Eso
me daba aproximadamente tres minutos y medio del correo abierto para buscar
en su adress book. Así que en cuanto pisó las escaleras,
corrí hasta la oficina tratando de no mover o leer algo de lo que
estaba escribiendo, abrí una nueva ventana dentro de su mismo correo
para ver las direcciones y busqué con la desesperación del
ladrón que está a punto de ser descubierto. No estaba. Me
sentí completamente estúpido tratando de esconderme de mi
propia hermana así que la esperé hasta que bajó.
- Y ahora tú ¿Qué traes?
- ¿No tienes el correo de Rosy?
- No. ¿Para que lo quieres?
- Ha de ser para ver si no es igual que el mío.
- ¿Le vas a escribir?
- Si. Le voy a mandar un poemario.
- Galán. Esa si no me la sabía.
- No estés fregando.
- Mañana te lo consigo, también ya le dije de los poemas
y dijo que órale que si te los presta.
- No que no se los enseñaba a nadie.
- Pues a lo mejor tú eres uno diferente a nadie manito.
Tengo que confesar que sentí una rara emoción.
No es perfectamente clara como las anteriores en las que me encerré
durante mucho tiempo, será a lo mejor por eso que mientras más
descubro de Rosy siento que hay más que imaginar y desenterrar de
su personalidad. Con ella existen los medios tonos, sepias, grises, las
bandas de color que antes me parecían deberían ser muestras
claras de blanco o negro absoluto. Sentí un entusiasmo muy extraño,
similar a la sensación de pisar por primera vez un cine o un estadio.
Un raro encuentro con lo cotidiano que me pareció devotamente hermoso.
Esa noche tampoco dormí. ¿Qué escribe? Me preguntaba.
¿Para quién escribe? Frente al ventanal de mi cuarto comencé
mirar las nubes que despejaban la luz de luna. Luna nueva si no mal recuerdo.
Una imagen que había visto tantas otras noches y que esa en particular
me parecía una postal palpable, cercana.
La madrugada siguiente le escribí por
primera vez. Conservé la mentira del robo a la cuenta de mi hermana
porque me pareció más literaria que mi miserable estrategia
de usar a mi propia sangre como celestina a mi edad. Y le pedí que
me dejara entrar en su mundo, que me permitiera conocerla, que me dejara
solamente platicarle y no hablar de nada que no fuera la palabra misma.
Yo mismo siento que ese día ella supo que había algo extraño
entre ambos, que el ataque de risa que después me confeso le dio
por espacio de media hora, no fue sino la misma sensación de extrañeza
que a mí me ataco al enviar el correo al otro lado de la computadora.
No me quiero enamorar, pensaba en silencio y sin embargo era tan obvio
que no iba a tener más remedio.
Desde el escenario
Cuéntame, las que te duelen las
que siempre dolerán, las dueñas de esta voz y el mar...
Alejandro Filio
Virginia estaba parada
detrás de la barra. Había pasado realmente poco tiempo desde
la última vez que hablamos y a decir verdad no encontramos, ninguno
de los dos, nada amable que decirnos. Los mismos miedos, las mismas detenciones
absurdas que nos separaban una y otra vez. En el frente de la mesa, estaba
Rosy. Mirando a la inmensidad, como no tomando importancia a lo que ocurría
alrededor. Además de ella, el resto de los asistentes al primero
de mis cumpleaños. El mundo que a partir de esa noche no volvió
a ser el mismo.
Esa vez la escuché llegar. Supe que
se iba a quedar a dormir en mi casa y los nervios me tomaron por asalto.
No supe que hacer, es la verdad. Me temblaban las piernas mientas cantaba.
Entré en la oficina de Alicia y me encontré con muchas rosas
en una especie de pecera. Me les quedé viendo como paralizado por
la imagen y tomé dos para regalarle una y entregar otra como pretexto.
Así lo hice sólo que la que no le regalé y que había
calculado para mi hermana, tuve que entregarla a otra amiga a quien no
deseaba darle la flor porque yo sentía que podía prestarse
a malas interpretaciones. En fin. Rosy permaneció callada, no dijo
una palabra. Ahora sé que aún guarda el tallo de rosa de
aquella larguísima primera flor que le regalé y que careció
totalmente de romanticismo. Ya en el camino de regreso a casa no sabía
si hablar, si callarme, si escapar, si hacerme el culto, el bobo, el inocente.
En fin no tenía idea de nada. Ella subió las escaleras con
mi hermana y se durmieron casi de inmediato, yo me quedé frente
a la computadora tratando de imaginar a través de la pantalla lo
que estaría soñando y la manera de meterme en su sueño
a través de las letras. Ese día me concentré tratando
de develar lo que le pasaba a mi atormentado y torpe corazón tan
malacostumbrado a equivocarse pero no hallé absolutamente nada que
me confirmara que Rosy pudiera ser la mujer que había estado esperando.
Ni siquiera la profundidad de sus hermosos ojos michoacanos o su extraña
capacidad para decirlo todo con una sonrisa y detrás de la misma
invitar al descubrimiento. Había algo perfectamente extraño
que ese día en lo particular no me dejó dormir. Rosy estaba
entrando por mis ojos a través de las letras y de la capacidad de
hablar entre las palabras, diciendo más con los silencios y los
puntos suspensivos que con las alegorías y las metáforas.
Esa madrugada la verdad es que me pareció tan lejana de mí
que por increíble que parezca deseé con toda el alma que
fuera ella quien se quedara a vivir para siempre en mí y le escribí
un correo largo, pidiéndole que me dejara entrever sus sueños,
no que me los explicara ni que me involucrara en ellos, le dije que pensaba
en ella mientras escribía, que era la causa de que yo no pudiera
conciliar el sueño o tal vez debí decir la causa de mi ensoñación
de esa vez.
Como fuera, el recuerdo de esa extraña
noche comenzó a perseguirme y de pronto recordé aquel absurdo
correo que mando Julieta, Rosy tiene nombre de flor. No, relájate.
No puede ser ella porque Julieta no pudo saber que... además todo
mundo tiene una conocida con nombre de flor. Claro eso era, la razón
por sobre la fe. Eterna confrontación eglógica.
El día siguiente a aquella extraña
noche, tuve la segunda de mis fiestas de cumpleaños de la cual salí
vivo de milagro. Entre tanta celebración ya se me empezaba a perder
la brújula con respecto a mi historia romántica, se me olvidaba
y peor se me confundía el deseo de averiguar lo que estaba ocurriendo
con Rosy y conmigo. Pero la duda seguía en el espacio, flotando
como sobre una reducida escarcha alrededor de mis pies en un lago de hielo
quebradizo, estaba seguro de que si me equivocaba acabaría enamorado
de Rosy por las razones incorrectas, mismas que habían perseguido
a mis ilusorios romances anteriores. Estaba seguro de que si me adelantaba
un solo paso en dirección equivocada, Rosy escaparía de mí
tal y como lo habían hecho ya Virginia y Julieta.
Mi hermana, mientras tanto, me animaba a que
le hablara diciéndome que había dejado una buena impresión
y que continuara con la estrategia mientras ella me concertaba los foros
para que pudiera verla.
Llegó la tercera de mis fiestas y con ella
la celebración creativa y el canto hasta entrada la madrugada en
mi lugar de trabajo. Cerca de las tres de la mañana, llegó
Rosy con una mirada de miedo hasta donde me encontraba ya festejando entre
tequilas y canciones. Tenía miedo, miedo a dejar ver algo en sus
ojos, se acercó y me abrazó para felicitarme y casi sin palabras
me entregó un rollo de papeles amarrados por un mecatito, a manera
de regalo de cumpleaños, inmediatamente pensé en más
poemas. Aquí cabe aclarar que ya antes me había prestado
un compendio de escritos muy extraño. Eran poemas y no. Cada página
era todo un caso muy raro de introspección, como un desahogo sin
orden ni formalidad gramatical que no se podía comprender desde
el punto de vista común del lector. Vamos no había forma
de decir si eran buenos o malos; bueno, malos no eran, pero ciertamente
su descripción estaba más bien en el punto de la rareza,
era raro que un escritor vaciara parte de sí mismo sobre el objetivo
de la incomprensión y el desorden mental. Tal vez Yeats en una etapa
muy corta, Paul Eluard y algún otro manifestante futurólogo,
pero la verdad es que los primeros poemas me sonaron tan encriptados que
tuve miedo de imaginar, de pensar para qué habían sido escritos,
para quién habían sido escritos. El velo de misterio que
seguía acompañando a Rosy después de esa primera entrega
de poemas, pensé se había transformado en un duelo intelectual
frontal y directo del que alguno de los dos iba a salir herido pero que
en definitiva, valía la pena jugar.
Regresando a la noche del tercero de mis cumpleaños,
ahí estábamos uno frente a otro esperando que el otro dijera
lo que el uno esperaba y no nos decíamos nada, ella con una evidente
mirada de pánico, no de miedo y yo con una seguridad fingida que
me temblaba horrores en la mano que se escondía en mi pantalón.
Pensé verdaderamente que el destino la había llevado a esa
hora hasta mí de la nada, con un montón de poemas bajo el
brazo. Después me confesó que la verdad era que una de sus
amigas no podía resistir un minuto más fuera de un baño
y eso la obligó a llegar a la peña a hacer acto de aparición.
De cualquier manera su presencia resultaba mágica de por sí.
Yo la invité a quedarse hasta más allá de la madrugada
pero no quiso. Aunque lo pensó. El gesto de tomar en cuenta la posibilidad
de quedarse, que se dibujó en su rostro pálido, de pronto
se volvió un oasis de promesas de sueños para esa noche o
lo que quedaba de ella y a pesar de que ese día no hubo sonrisa
alguna que se dibujara en su rostro, no hubo necesidad de pedirla, el milagro
comenzaba a gestarse.
Se despidió a lo lejos de mi compadre que
desde el escenario la miraba extrañado y salió de la noche
tal como entró, como una extraña aparición.
No todo podía ser felicidad y misterio. Esa
misma velada y ya al calor de las copas o más bien con las copas
encima. Mi compadre hizo su aparición como un espectro de la destrucción.
No es que no estime ni que lo considere como un mal amigo, es solo que
a veces mi compadre exagera su posición natural de soberbia para
proyectarse a sí mismo una seguridad que no tiene y que nadie le
cree. Es como si se quisiera enfrascar en una permanente competencia, en
una apuesta interminable que de antemano sabe que no puede ganar, pero
le queda en el fondo de sí la satisfacción de haber enlodado
un poco cualquier traza de felicidad pura que pueda haber en el mundo.
Luego de perder, mi compadre normalmente se hace el gracioso y se coloca
a la defensiva haciendo francamente el ridículo con argumentos tan
machistas y falsos que difícilmente se le podían creer a
Pedro Infante, así que siendo objetivos, pues a él ni que
decir.
Esa madrugada en particular había un cierto
aire hostil en el ambiente, yo sabía que uno de los motores de la
vida particular de mi amigo, era la envidia y no quería enfrascarme
en una discusión que polemizara ningún punto. No en mi cumpleaños,
no después de haberla visto y haber recibido sus escritos, sus letras,
no esa vez. En uno de esos raros momentos "duramente humanos", mi compadre
me dijo: "usted sabe que si no lo quisiera tanto como lo quiero, lo tendría
que odiar con toda mi alma". Solamente sonreí. Era la primera vez
que se descaraba con un comentario destructivo y mala leche. Era el preludio
a la puñalada, como el ruido que hacen los alacranes al pasear el
aguijón por la coraza antes de clavarse en la piel de sus víctimas.
Mi sonrisa completó la falsedad de la escena y enfrascados en una
vacuidad que espantaba ambos nos miramos como si estuviera por comenzar
una competencia, como lo hacíamos cuando niños, con un gesto
amenazante,
esperando el primer movimiento del contrario.
- Bueno, ¿qué te traes?
- ¿De qué? - Pregunté con vacilación.
- Con Rosy, no te hagas buey.
- Nada
- Entonces ¿a qué vino?
- A traerme mi regalo
- Mire compadre, usted sabe que entre usted y yo nunca ha habido problema
por las viejas.
- Yo lo sé compadre
- Así que mire, no me gustaría que se llevara una decepción
- ¿Por qué compadre?
- Pues no vaya a ser que se enamore a lo pendejo, mejor dígame
de una vez. ¿Con quien va usted?
- Con nadie compadre, usted sabe que yo soy medio joto.
- No, la neta. Usted dígame si a Rosy o a Virginia, pero dígame
ahorita.
- Pues no sé compadre ¿qué quiere que le diga?
- Pues que a Virginia. Aunque igual a las dos se las va a llevar la
chingada conmigo, pero quiero respetarle la mano compadre, para que no
luego haya malos entendidos.
- No pues no sé compadre.
- Mire, con Rosy ni le mueva, porque se va a topar con pared.
- ¿Por qué compadre, usted anda firme?
- Compadre. Yo fui creado por Dios para dar placer. ¿Cómo
me puedo negar a esa difícil tarea y más cuando la niña
lo pide a gritos?
No sé muy bien que pasó por mi cabeza
en ese instante, sólo sé que no le tiré los dientes
falsos por considerar que estaba muy borracho y que en esas circunstancias,
como dice mi abuelo, ni matarlo vale la pena. No dije nada, desvié
la conversación hacia otro punto y él se dio cuenta perfectamente
de que yo no quería hablar del asunto, aunque el alcohol le impidió
dilucidar si fue por haber declarado entendido su punto de vista.
Al día siguiente, en mi cuarta fiesta de
cumpleaños, la verdad es que sentía el peso de la conversación
del día anterior sobre mis espaldas. Lamentablemente la historia
no había sido muy benévola que digamos conmigo en los enfrentamientos
que había tenido oportunidad de librar contra mi compadre. Incluso
muchas veces tuve que aparentar que no me importaba perder, bueno ahora
que lo pienso la verdad es que no me importaba o de lo contrario habría
hecho algo, pero bueno me daba el sentimiento de inferioridad cada vez
que él se contraponía entre una mujer y yo, porque ciertamente
me las había ganado de todas todas, sin pelearle mucho es cierto
y siempre con relaciones más bien de medio pelo pero a fin de cuentas
me había ganado siempre, ¿por qué dudar entonces de
que me estuviera mintiendo con respecto a Rosy? En la última de
mis fiestas platiqué un momento con Rosy, sobre literatura, sus
poemas y mis cuentos y la verdad es que sentí una libertad de hablar
inmensa. De pronto me vi viajando de Sor Juana a Sabines, de Santa Teresa
a Withman, de Gingsberg a Zorrilla y de Borges, ¡ah! Siempre Borges
a mis propias historias. Yo creo que hasta yo me aturdí con la plática
y no supe si fueron las horas escasas de sueño o bien los ojos enormes
de Rosy que no me perdían detalle, que no me dejaban escapar lo
que me envolvió lentamente en una borrachera plácida y silente
que me llevé conmigo hasta cerca de las tres de la mañana,
cuando mi cuerpo no pudo más y cayó abatido en uno de los
sillones de la sala.
Esa noche tuve un sueño, aunque no se lo
conté a nadie para, como dijera mi madre, no se fuera a salar. Me
soñé a mí mismo frente a Rosy, en la misma posición
que esa tarde guardaran nuestros cuerpos frente a frente en un sillón
de la casa. Me soñé de pronto besándola mientras detrás
de
nosotros, como en un blue screen de cine, las figuras se detenían
mientras yo la besaba, recuerdo que cuando me desperté incluso tenía
en los labios un sabor a dulce, a recuerdo de la primaria donde estudié
y donde tambien todas las tardes al salir me atiborraba de dulces, chicles,
polvitos y demás cosas que comía camino a la casa. No sé
bien como describir la sensación, pero ciertamente era muy placentera.
Sin embargo aún la nube negra del comentario de mi compadre aún
se cernía sobre mis oídos como un campanazo que me devolvió
a la realidad, a la cruda y a la tristeza de siempre.
Volví a encontrarme con Rosy la semana siguiente,
la misma que Virginia me escribió para decirme que había
llegado a la conclusión de que no estaba segura de estar enamorada
de Roberto, la misma que había escogido para no pensar en mujeres.
Me encontré con Rosy y la verdad es que no me gustó lo que
vi, mi compadre abusando de su antigüedad como amigo, hizo gala de
tácticas de aperre para hacerse el interesante y alejarla de mí,
sabiendo que yo mientras él estuviera con ella no iba a aproximarme
ni un solo centímetro. Mi hermana me regañó hasta
donde el vocabulario escatológico lo permite, me insultó
y después me dijo algo que jamás supe como interpretarlo:
"Tu compadre esta hociconeando a lo puro buey, no tiene ni un solo chance".
La miré extrañado y la verdad es que tanta seguridad en sus
palabras no hizo otra cosa que abrumarme, no supe como reaccionar. Debido
a mi confusión emocional, causada sin lugar a dudas por el correo
de Virginia, opté por dejar pasar la noche. Esa vez, al igual que
la semana anterior, mi hermana me había adelantado que Rosy se iba
a quedar en casa y por lo tanto a lo mejor ahí en el pleno de la
madrugada, tendría la oportunidad de hablar con ella. Una vez más
me equivoqué, mi compadre la convenció de llevarla con él
o bueno de llevarla a su casa y con todo el background de una vida de conocernos,
yo sabía lo que eso implicaba. Ni siquiera era miedo, era como una
predisposición personal que hacía innegable la posibilidad
de que después de esa noche Rosy cayera en sus brazos y le creyera
lo que las anteriores mujeres que habíamos disputado le creyeron
a él y yo no les dije, para mí en ese instante la historia
se repetía y el pasado por completo no nos había enseñado
absolutamente nada a ninguno de los dos, yo seguía mi racha de fracasos
y él ponía en alto el nombre del machismo. La depresión
me atacó de una manera grave, al punto de enfermarme de la garganta
con una fiebre que yo creo, era más por la tristeza que por la falta
de vitamina C.
Me encontré con Rosy una vez más el
sábado de esa misma semana, fue a la peña, al cumpleaños
de mi jefa. La verdad era que no quería mirarla como lo que pudo
y no fue, así que preferí no pensar en las posibilidades.
"Todo pasó en mi mente", me dije mientras cantaba y también
mientras cantaba recuerdo haber dicho a mitad de una de las rolas, "yo
les voy a contar lo que pasó con el ángel o bien lo que va
a pasar, no lo sé aún". No creo haber pensado bien la frase,
fue algo que se me salió, tal vez porque mi compadre aún
no llegaba. Cuando llegó la historia fue la misma del día
anterior, por lo que me subí a cantar en vez de pensar en hacer
labor de convencimiento con la niña Rosy, estaba muy deprimido.
Canté mientras el otro buscaba hablarle al oído a la mujer
que me gustaba. En ese instante lo supe, sentí por primera vez en
toda mi vida unos celos horribles, catastróficos, destructivos.
Unos celos shakesperianos, otélicos, capaces de envenenar el alma.
Unos celos que no había experimentado nunca, unos celos ciegos y
locos que se me arremolinaban en las manos y en las venas de las manos
queriendo aventar la guitarra sobre la cabeza de mi mejor amigo. Yo sabía
que nunca habíamos tenido un pleito por una mujer, pero tambien
estaba cierto de que ninguna de las mujeres anteriores había sido
la definitiva, la esperada, la de mi vida. ¿ Y Rosy podría
serlo? ¿Cómo iba yo a saber? Pero la posibilidad era a favor,
sus ojos no eran una falacia, estaban presentes en mis sueños y
ahí en mis pensamientos en ese momento y en todos los momentos.
Repasé desde el escenario las historias de mis canciones y mis cuentos
y tomé las palabras de mi hermana y las incontables veces que habló
de Rosy frente a mí sin que yo lo supiera. Pasaron de golpe también
sus poemas ¿por qué mi compadre no los tiene? Pensé.
¿Por qué me tengo que frenar ante la posibilidad de amar
por primera vez verdaderamente?
Durante las despedidas de rigor ya en el franco
amanecer, supliqué a quien me escuchara que ella no se fuera con
mi compadre, que no cayera en el juego. De pronto sentí que una
soledad como la suya era frágil. Necesitaba de amor y no iba a detenerse
a preguntar las currículas de los candidatos. Su capacidad de dar
y sentir amor, estaba más allá de la comprensión humana
y en sus ojos descubrí a todos mis personajes fantásticos.
A todas esas mujeres que conformaban mi mujer perfecta. A todas las idealizaciones
románticas y melosas que había construido a partir de las
películas, las novelas, las obras de teatro, etc. La vi mientras
mi compadre la abrazaba y la apretaba entre sus brazos, no queriendo que
escapara o bien sabiendo que era la última vez que la tocaba porque
esa mujer no era ni de él ni de nadie, pero menos aún de
él y su absurda idea de copar el mundo con galanterías baratas
y sórdidas más de un pachuco que de un conquistador de principios
de siglo. La abrazó y ella se soltó, en ese instante y en
los veinte metros que nos separaban del auto, frente a mi desfiló
un interminable mosaico de instantes que no había vivido con ella,
bueno a decir verdad ni con ella ni con nadie, pero que deseaba enfermizamente
comenzar desde ese amanecer. Recuerdo que camino al auto casi estuvimos
juntos cerca de dos segundos y mi mano por acción propia pensó
en la suya, queriendo acercarse. Como si supiera que mis manos y las de
esa mujer estaban hechas a la medida para no separarse y entonces todo
me dio vueltas como en medio de un remolino cansado y gigantesco en el
que mis ideas se revolvían con los deseos y no podía identificar
a ciencia cierta cual era cual.
Al llegar a la casa todas mis dudas habían
desaparecido. Estaba cierto de haberme enamorado de una desconocida, una
mujer sin pasado para mí pero en quien apostaba todo mi futuro a
ciegas completamente. Una mujer de quien ya llevaba el sabor cosido a los
labios sin haberlos tocado nunca y que me hacía dudar de las bases
fundamentales de mi hermetismo. Un mujer capaz de competir con mi soledad
y vencerla. Una mujer extraña que se abría paso en mis tragedias
y comenzaba a demostrarme que mi corazón no estaba ni cansado ni
oxidado ni nada por el estilo, sino que en realidad estaba ávido
de amarla, de perderse en el horizonte de sus pestañas largas de
sus manos lánguidas y blancas. Esa mujer estaba volviéndome
contra mi historia y se avecinaba como la luna de mi ventanal, como las
estrellas, como la tristeza, como todas esas extrañas visitas que
me acompañaban cuando mentía una canción y la pensaba
para alguien sin rostro, para unos oídos y no unos ojos, para una
boca pequeña, para unas manos frías. No había lugar
a dudas, estaba perdida, total y completamente enamorado de ella y algo
dentro de mis temores habituales me decía que esta vez si no la
iba a dejar escapar.
Helado de Chocolate
La verdad es que nunca he sabido por qué
tengo una aversión especial por los postres. Tal vez sea por mi
propensión natural a la diabetes o bien por que químicamente
no existe diferencia entre estar enamorado y comer grandes cantidades de
azúcar. Pero hay algo en los postres muy especial y extraño
a la vez: disfruto viendo a la gente comer dulces. Sobre todo los helados.
Será por que de niño las imágenes más significativas
que me vienen a la memoria son las salidas de fin de semana al palacio
de Hierro en la colonia Roma, en la calle de Durango. Y más que
esas salidas, el colofón de la comida en el Sanborn´s de ese
mismo centro comercial me remite a la época de despreocupación
y felicidad que todo niño pasa y que conforme llega la madurez uno
va olvidando poco a poco. No creo que mi infancia tenga un recuerdo plástico
más grato que el de ver a mi hermano pidiendo un banana Split, un
tres Marías y un helado de chocolate como comida del día.
Más aún, no recuerdo que se lo hayan negado alguna vez, tal
vez porque mis padres disfrutaban de la misma manera que yo mirándolo
devorar el helado, como si se fuera a terminar de un momento a otro. Tal
vez es por eso que ahora que estoy enamorado, no necesito los dulces en
primer lugar, pero me ocurre algo similar a lo que me pasaba de niño.
Cada vez que salgo a la calle me dan ganas de comprar helados de chocolate,
porque hace mucho que no veía a nadie disfrutar el helado tanto
como a Rosy y verla feliz me remite a la despreocupación, a la tranquilidad
y a la confianza en el amor que le tengo. Verla feliz es igual a volver
a ser niño y rescatar de la nada todos esos momentos de fantasía
que se hacen sueños y a la larga se quedan como un nido de pequeños
milagros que hacen la vida más llevadera. Por eso estoy esperando
a que me den un litro de helado mientras imagino que ella se lo va a acabar
de una sola sentada como si nunca fuera suficiente y por cada cucharada
que ella se lleve a la boca a mí me remite a mi infancia y a mis
sueños de niño. Eso es estar enamorado. Bueno al menos parte
de, su boca y el helado de chocolate son dos acercamientos críticos
al amor. Yo, soy sólo el afortunado testigo del milagro.
Abel Velázquez