I
“La venganza es un plato que se sirve bien frío”
Proverbio español
En un cuarto oscuro y húmedo, el Sr. Jaime Chamberlain observó
a su presa desde el otro lado de la mesa en la sala de estar principal.
Hasta el día de hoy el doctor Ricardo había sido un nombre
que rodaba por los expedientes legales de su demandante. Sus antecedentes
revelaban que era un hombre de sesenta y dos años, cuya expresión
mostraba a primera vista la vasta cantidad de tiempo y sacrificio invertida
en todas esas décadas. Su rostro estaba devastado por el tiempo,
pálido, cansado y lleno de arrugas; sus movimientos eran lentos
y su espalda se refugiaba en un saco que parecía demasiado grande
para él. Producto entre otras cosas, de todas las desgracias acumuladas
en sus dos últimas décadas de existencia. Su esposa, lo abandonó
por otro individuo mucho más joven que él, luego su hijo
se ocupó de arrebatarle una propiedad que le suministraba un ingreso
adicional y le permitía vivir cómodamente. Así se
fue quedando solo. Y para colmo de males, el Sr. Jaime lo demanda por diez
millones, por un atraso en el pago del alquiler del apartamento donde a
duras penas vive.
-Ud. se da cuenta de lo que eso significa, con todos mis ahorros que
me han costado más de treinta años de trabajo, no me alcanzaría
siquiera para pagarle la mitad, y de paso que quedaría en la calle,
acuérdese que ya no tengo familia, soy un viejo de sesenta y dos
años ¡Por el amor de Dios!.
El Sr. Jaime mostró un ademán de indiferencia con su
interlocutor, en señal de desaprobación.
-Me preocupa más que me pague mi deuda, total usted es sólo
uno más de la colección de viejos, que lo único que
hacen es estorbar en este mundo.
El Dr. Ricardo, lejos de enfurecerse mostró clemencia con la
mirada y continuó con su defensa.
-Si me demandara por una suma que pudiera cubrir, le estaría
sumamente agradecido.
Giró su rostro mostrando una rotunda señal de negación.
-Y pensar que he hecho todo lo posible, para conseguir pagarle la deuda
que tengo con usted.
-Ya no me interesa, si consigue el dinero. Ahora esa suma la he multiplicado
por cien, se da cuenta ahora le estoy presentando una demanda por diez
millones, y si no los paga, no se preocupe por la vivienda. Me ocuparé
personalmente de conseguirle un hueco en la cárcel.
El doctor Ricardo, no dudaba de ello. El Sr. Jaime, era un ser muy
poderoso, que desconocía el significado de la palabra piedad. De
hecho ya se había raspado a más de uno, y tenía los
medios para eso. Conocía muy de cerca a los agentes policiales,
jueces, abogados y toda clase de chivos que engranaban la rosca de la corrupción
en este país, que de ser necesario les "mojaba las manos" de vez
en cuando.
Luego de reflexionar sobre ello, tomó una bocanada de aire en
sentido derrotista y le dedicó a Jaime una última mirada
de súplica, que fue nuevamente ignorada. Cada vez que hacía
cualquier intento para llevarlo a la reflexión, se daba cuenta que
eran en vano cómo si la figura de Jaime desapareciera de la habitación
cada vez que habría la boca.
-Bueno, ya es suficiente de perder el tiempo con usted -dijo Jaime-.
La declaración ha terminado. Nuestro próximo encuentro será
directamente en los tribunales, para que el juez (un familiar, con mucho
poder en el ámbito legal) le dictamine cual será su sentencia
final.
-¡No lo puedo creer!. Cómo se puede ser tan frío
y tan insensible. Se da cuenta de lo que está haciendo. Eso sería
mi fin, no tengo como pagarle y si termino en la cárcel, no aguantaría
mucho tiempo, me matarían.
-Ese no es mi problema. No es la primera vez, que envío a alguien
a la muerte.
Y se incorporó de su silla de una manera estrepitosa, haciendo
caso omiso del daño que estaba haciendo, sólo se detuvo para
voltearse y dirigirle una mirada fría y amenazadora a Ricardo que
afirmaba su triunfo sobre su débil amenaza, pero justo antes de
cerrar la puerta, se detuvo al escuchar una sentencia que le heló
la sangre instantáneamente.
-La venganza es un plato, que se sirve bien frío.
Ignorando lo sucedido y burlándose de las habladurías
de un pobre viejo, olvidó el asunto y se marchó a casa.
Jaime Chamberlain, era un individuo que a simple vista daba lástima.
A pesar de tener millones en el banco, producto de tantas injusticias y
de conseguir dinero por el camino más fácil, jamás
demostraba algún indicio de riqueza alguna, su pequeño apartamento
era una ruina poblada por toda clase de insectos y alimañas producto
de la inmundicia. Vivía todo el tiempo en la calle, detestaba limpiar
y tampoco era capaz de contratar una persona para hacer los oficios del
hogar. El sólo hecho de tener que pagar, anulaba por completo esa
posibilidad. Razón por la que estaba sólo. Su esposa, hijos,
parientes cercanos y parientes cercanos lo habían abandonado. Nadie
lo aguantaba ni cinco minutos por su infinito deseo de hacerle mal a sus
semejantes. Era una marioneta dominada por el brazo de la avaricia, lejos
de disfrutar su dinero lo guardaba en el banco hasta el último céntimo.
Nunca llegó a experimentar algún lujo, siempre andaba con
la misma ropa, andrajosa y desteñida. Una camioneta destartalada,
la cual aceptó como pago de la vieja deuda de un antiguo inquilino
lo transportaba por la ciudad. Comía en algún local donde
el menú no pasara de los dos mil bolívares. Cada vez más
se dejaba llevar por la sombra de la codicia...
Se sentó en su viejo sillón maloliente y estiró
las piernas mientras observaba cómo un roedor se le colaba por entre
las piernas. Lejos de asombrarse lo tomó como un suceso de rutina
y se incorporó para patearlo, el ratón salió disparado
del sillón y se estrelló contra la pared, dejando una huella
roja con sus entrañas sobre el friso a medio pintar.
Abrió la manilla de la ventana principal para que se aireara
un poco el recinto. En ese momento se tiro al suelo retorciéndose
por el dolor de estómago, que hacía acto de presencia por
lo menos una vez a la semana, producto entre otras cosas de su mala alimentación.
Como si se hubiera tragado una hojilla que a su paso le rasgaba las entrañas
hasta desangrarlo por completo. Titubeando logró llegar a la nevera,
se sirvió un vaso con agua bien fría y el dolor cesó.
Se tumbó en el sofá derribado por la batalla que había
tenido con su propio cuerpo. Los dolores tenían un año visitando
a Jaime, se acordó de la primera vez cuando fue directamente al
hospital a hacer cola en el pabellón de emergencias, a pesar de
tener los recursos para pagar la clínica más cara y a los
especialistas más famosos; pero el sólo pensar lo que costaría
le alborotaba la consciencia y prefirió probar suerte en el hospital.
-El médico de guardia lo examinó rápidamente,
indicándole lo que tenía que hacer y las medicinas que debía
comprar. Así se mantuvo todo ese tiempo, sólo que en esta
oportunidad no contaba con las pastillas, las manos le temblaban y empezó
a sudar frío, se acostó en la cama.
Para distraerse mientras conciliaba el sueño, recordaba todas
las acciones malas que había hecho en su vida y se reía a
carcajadas, desde muy pequeño se dedicó a robar y a conseguir
dinero de la manera más fácil. Nunca se arrepentía
del daño que hacía, especialmente recordaba el caso de la
pareja de recién casados a los que había expulsado el año
pasado de la residencia alquilada y no conforme con eso le había
arrebatado todo lo que tenían. Jaime era feliz por eso. Ahora pensando
en la próxima jugada que utilizaría contra Ricardo para llevarlo
directamente hacia un jaque mate... se durmió.
El doctor Ricardo se encontraba en su apartamento, explorando detalladamente
cada rincón, cada pintura, cada objeto que lo adornaba como si fuera
la última vez que viera todas esas cosas, estaba despidiéndose
de lo único que le quedaba, su hueco. Estando allí en su
viejo sillón desgastado por el tiempo, procedió a ejecutar
su primer paso para vengarse no solo del infame abogado sino, de todas
las malas acciones que el destino le había deparado para él,
demasiada ira acumulada, eran muchas las desgracias en su vida, como si
desde su nacimiento hasta su vejez hubiera atravesado por una enfermedad
llamada vida; pero estaba a punto de acabar con todo eso y dar inicio a
su despiadada venganza. Empezó a recordar uno de los pocos momentos
agradables e inolvidables de su vida: veintiséis años atrás,
realizó un memorable viaje hacia la enigmática isla de Haití,
motivado por la curiosidad instintiva que desarrolló desde muy joven
hacia las ciencias ocultas. Siempre se había preguntado que se esconde
tras esa cortina de humo que exhalan los brujos y curanderos, así
como el grado de veracidad de los hechizos y magias que tanto lo intrigaban.
Quien iba a pensar, todo lo que conoció y aprendió en ese
viaje sería determinante para su destino. Tras abrir los ojos, se
incorporó del viejo sillón y se dirigió a la sala
para arrimar el viejo baúl que se recostaba al final de la pared,
mientras le crujían sus viejos huesos. Justo debajo del pesado cachivache
se encontraba su escondite secreto, donde guardaba el objeto más
valioso que había tenido en su vida y que hace veintiséis
años no admiraba: se trataba de un regalo de uno de los brujos más
famosos de Haití, en recompensa por haberle salvado de que lo atropellara
un autobús. El preciado objeto era único en el mundo, envuelto
en un manto de seda negro estaba un cuchillo labrado en bronce y plata
con mango de marfil esmaltado en oro. El arma aparte de ser indudablemente
llamativa era digna de poseer un don especial creado por la primera tribu
de brujos que había existido, en ese país. Este poderoso
cuchillo fue concebido para hacer realidad hasta el hechizo más
difícil, sin importar su magnitud, salvo que sólo se podía
utilizar una sola vez. Así lo haría el doctor Ricardo cuando
agarró el pesado artefacto y se sentó junto a la mesa de
la sala, mientras observaba la pila de libros amontonados en el piso. Buscó
uno titulado: "Hechizos y Magia Negra" que también se había
traído de la Isla, y recordó las palabras del anciano: "Se
trata de un arma muy poderosa para el que la sepa usar, por eso te doy
este libro, allí encontrarás todo lo necesario para utilizar
el poder que permanece sellado en su interior". Justo cuando ya tenía
todo lo necesario para proceder, marcó el teléfono de, su
amigo de infancia que hasta la fecha permanecía ajeno a la lista
de los que lo habían traicionado.
-Hola Nelson.
-¡No lo puedo creer!. Si es el viejo Ricardo.
-El mismo. Perdona se que no son horas para llamadas de visita, pero
necesito hablar contigo, no he estado muy bien de salud, no se hasta cuando
podré resistir. De momento te voy a pedir un favor de vital importancia
para mí.
-Tú sabes que puedes contar siempre conmigo, yo te debo demasiado.
Solo dime de que se trata.
-Necesito que me lleves una caja, con un contenido muy importante,
su destino estará señalado en la parte superior, te la entregaré
sellada y bajo ningún motivo deberás abrirla, asegúrate
de que llegue bien a su destino.
-Cuenta con eso, recuerda que si necesitas algo más ya sabes
a quien llamar.
-No creo que necesite más nada, de antemano te agradezco todo
lo que has hecho por mí.
-No te preocupes estamos en contacto.
Sentado en la mesa de la cocina ya tenía todo listo, para comenzar
con el ritual, mientras el ambiente se tornaba infernal. A esa hora el
silencio se apoderaba de la noche, mientras la neblina recorría
la habitación camufagleando el acto que estaba a punto de cometerse.
Mientras Ricardo empezaba a leer en voz alta el libro en su propio idioma
nativo, empezó a sudar frío, las venas se le congestionaban
de presión mientras una fuerza interna se adueñaba de él
acelerándole la respiración y conmocionándolo internamente.
La sien le latía con fuerza, el pecho parecía que se le fuese
a reventar, se empezaba a ahogar en estado de shock, mientras sentía
que se preparaba para abandonar este mundo. Ya estaba a punto de conocer
la muerte. Cuando terminó de rezar lo que debía para completar
el conjuro, entró en estado de shock, desenfundó el puñal
de donde salió una luz que lo cegó por completo, empuñó
el arma contra su cuerpo y lo hundió en su pecho. Mientras escarbaba
dentro del tórax, sentía que la sangre le salía a
borbotones, extrajo el corazón y lo puso en la caja. Ahogado en
su propia sangre y dolor pudo recuperar la vista momentáneamente
y aprovechó esos instantes para envolver su órgano, y dejarlo
en el sitio donde había acordado con Nelson, para su destino final.
Trató de enfundar el arma; pero lo último que sintió
fue el golpe que se dio cuando se desplomó sobre la mesa, mientras
saludaba a la muerte y ésta le daba la bienvenida.
Al día siguiente la caja debidamente envuelta e identificada,
llegaba a su destino. Jaime que no era un hombre de madrugadas, vociferaba
una férrea maldición mientras el timbre lo despertaba. Al
abrir la puerta que ya estaba próxima a desprenderse observó,
a un mensajero uniformado, cuya expresión ecuánime, reflejaba
la vida absurda del pobre menester. Jaime respondió a la expresión
con indiferencia y se limitó a arrancarle de los brazos la encomienda
mientras le reclamaba que estas no eran horas de traer un paquete, al tiempo
que el hombre le enseña el papel resellado por todo el contorno;
"Urgente, personal y confidencial". El mensajero al finalizar su tarea,
volvió a su camioneta y quitándose el disfraz, se puso la
bata mientras se dirigía al hospital, a sus labores de rutina, sintiendo
un gran alivio pues se había sentido siempre en deuda con el viejo
Ricardo: tantos años compartiendo pabellones en el hospital y tantas
veces que lo había sacado de aprietos. Al fin, y al cabo sólo
tenía que llevar una caja de un piso a otro, mientras Ricardo le
explicaba que se largaba a tomar unas merecidas vacaciones, y que quería
jugarle una broma al dueño iracundo que le había hecho la
vida imposible. Aunque jamás dejará de preguntarse Qué
era lo que había en la caja.
El malhumorado se dispuso a recobrar el sueño y arrojó
la caja al piso, advirtiendo lo liviana que era. Pero la curiosidad no
lo dejaba dormir, fue a la cocina a buscar un cuchillo, tomó la
mercancía y se dispuso a destapar su enigmática carga, al
abrirla se acordó del olor característico que despiden los
depósitos de las carnicerías, un olor fuerte y rancio producto
de la carne descompuesta, omitiendo la advertencia que le hicieron sus
fosas nasales de rechazar lo que estaba adentro, decidió meter la
mano lentamente y explorar el fondo oscuro de la caja.
Sacó un enorme paquete de papel, cuyo peso daba a entender que
había algo más que sólo un montón de basura
enrollado con cinta de embalaje, tras cortar y cortar el enorme rollo de
papel, empezó a observar manchas de sangre que se pronunciaban cada
vez más, hasta que tiró de la última atadura y dio
con el paradero de aquel contenido enigmático. Un gran trozo de
carne humana, con costras de sangre en todo su alrededor, pensando que
se trataba de una broma pesada, cambió su expresión de miedo
por una leve sonrisa nerviosa y sarcástica, y realizó lo
que nunca en su vida debió haber hecho agarrar la cosa que más
bien parecía un corazón humano, inflado de tal forma que
se percibían las venas y toda su morfología de una manera
inusual y sorprendente. Mientras le daba vueltas para seguirlo explorando
se dio cuenta se trataba de un corazón real y lo dejó caer
en el suelo, mientras los ojos se le salían de sus órbitas,
se ahogaba en su propio grito y sentía una energía proveniente
de la cosa que le invadía su interior, dificultándole cada
vez más la respiración, nublándole la vista y bloqueándole
los sentidos... "es la muerte" pensó, y su vida desgraciada le pasaba
por su mente, acordándose de todo el daño que había
hecho en este mundo. Lo último que recordó escuchar fue una
voz que le decía "ya es demasiado tarde para arrepentimientos" y
se desplomó abatido por el dolor de sus propias maldades, mientras
la cosa desaparecía en el limbo.
II
Al cabo de un buen rato Jaime, se despertó con el sonido de las
sirenas y los gritos de los vecinos. Pensando que había sido víctima
de otras de sus pesadillas surrealistas, observó sus manos manchadas
de sangre, cayendo en cuenta que el horror vivido no era producto de su
imaginación morbosa o de su tormenta emocional interna de arrepentimientos
y negativismos. Pero ya era demasiado tarde para reparar los daños
que había ocasionado en cuarenta y cinco años de su iracunda
existencia. Perdido, semiconsciente y nauseabundo, poco a poco se fue incorporando
para comenzar a ordenar el desastre y rebobinar sus pensamientos. Trataba
de entender inútilmente de entender lo sucedido. Era como si hubieran
pasado muchos años, se sentía absorto, extraño, como
un forastero dentro de su propio cuerpo, una voz interna le retumbaba en
la mente como un tambor, repitiéndole una y otra vez que estaba
de paso por este mundo. Definitivamente Jaime, ya era otra persona, totalmente
extraña consigo mismo.
Luego de tirar la ropa ensangrentada en la basura, tras cerrar la puerta
del closet, miró de reojo al espejo, pero se volvió con una
extraña sensación de curiosidad como no lo había sentido
nunca antes, se observó detenidamente, invadido nuevamente por una
estela de pánico, al darse cuenta de que ya no era la misma persona.
A pesar de estar físicamente intacto se sentía muerto por
dentro, al observarse directamente a los ojos, no pudo ver más nada
salvo una mirada vacía. Se sentía perdido en el limbo, como
una especie de zombie, autómata, sin imaginación. El raciocinio,
la creatividad y cualquier otra función que había perdido
con la muerte. Ahora sabía lo que sentían los robots y las
computadoras, pero por más que le daba vueltas a sus pensamientos,
no llegaba a comprender porqué, ni por quien era dominado, ese era
su gran martirio. Además, qué podía hacer. Sin tener
a dónde ir. Quién le iba a creer su historia, si acudía
a la policía no tenía ni la menor idea para una explicación
lógica.
-Hola, no me acuerdo de mi nombre ni quién soy, vengo a reportar
un asesinato, me desperté lleno de sangre, estuve inconsciente durante
un largo tiempo, no me acuerdo de lo que pasó, sólo se que
estoy muerto, ayúdenme por favor.
Con ese cuento lo menos que podían era encerrarlo en un manicomio,
o recomendarle un loquero de confianza.
Lo único que le quedaba era salir de allí, y enfrentarse
a un mundo (totalmente nuevo para él) para buscar respuestas.
Salió del apartamento, todavía estaba el escándalo
de las sirenas y los gritos de los vecinos. Saludó para tratar de
pasar desapercibido, pero lo que consiguió fue todo lo contrario,
llamar la atención. Jaime, era una persona totalmente iracunda y
amargada que no acostumbraba saludar a sus inquilinos, sólo hablaba
con ellos para exigirles el pago del alquiler ó para amenazarlos.
Justo cuando se asomaba por el pasillo, vio a unos hombres uniformados
sacando un cadáver envuelto en unas sábanas, y al mismo tiempo
lo invadía de nuevo esa extraña sensación de miedo.
Sumergido en sus propios pensamientos trató de recordar algo, cuando
escuchó una voz femenina:
-Pobre señor, era un buen vecino, ni se sentía y tener
que terminar sus días así.
-Qué fue lo que le pasó? -Preguntó Jaime.
-No te has enterado. Al parecer lo asesinaron en su propia casa, de
una sola puñalada y le extrajeron el corazón.
-Dios, pobre señor.
-Pero eso no es lo peor, al parecer la policía no consigue el
corazón, por ningún rincón, no hay puertas forzadas,
no se robaron nada, ni siquiera indicios de forcejeo, yo pienso que se
trata de alguna especie de ritual, la verdad es que es bien extraño.
-Se quedó sin habla, y decidió no pensar más en
el asunto, se apresuró en bajar las escaleras y salir de allí,
cuando sintió una mano que le tocaba la espalda.
-A dónde va con tanto apuro? - le preguntó uno de los
hombres uniformados
-En realidad no voy a ningún lado. -respondió
-Entonces tiene tiempo de brindarme un café, necesito hablar
con usted.
-No creo tener incoveniente.
Lo que parecía ser una conversación de rutina, se tornó
en un interrogatorio exhaustivo por parte del detective, pero Jaime no
entendía absolutamente nada de la afanosa conversación de
su locutor, de hecho el agente parecía estar hablando consigo mismo.
Jaime se limitó a contestarle lo poco que recordaba, le explicó
que había dormido profundamente por muchas horas y que desconocía
totalmente lo que había pasado.
Como resultado de aquellos acontecimientos se sentía preocupado,
nervioso, y abarrotado de interrogantes lo suficiente como para no dormir
pensando en el asunto.
Pero todo aquello desembocó en una ira, que lo descontroló
aún más. Al salir del café, se dirigió al edificio,
en el camino observaba a un hombre corriendo hacia él, era el parquero,
quien sudando, en medio de jadeos apenas pudo articular palabras.
-¡Señor Jaime!, disculpe no lo había visto venir,
le busco su auto?
Trató de adoptar una expresión indiferente, para no tratar
de llamar la atención
-Está bien.
No había terminado de responder cuando el hombre se había
desvanecido, como por acto de magia.
Una vieja camioneta, emitió un frenazo a sus pies.
-La dejé como nueva, como usted lo ordenó, desde muy
temprano la lave por dentro y por fuera, está como Dios manda.
Me parece mentira que yo ande en este trasto - pensó.
Una pick-up, de los años setenta, rayada, con los asientos rotos,
y una larga lista de detalles, que covertían al auto (si es que
se le puede llamar así) en una piltrafa
Cuando pasó junto al parquero, le arrebató las llaves,
con una expresión iracunda e indiferente, y muy lejos de otorgarle
propina o siquiera agradecerle la buena acción al pobre hombre,
cerró la puerta y se marchó en forma violenta, rechinando
los cauchos. Observó por el retrovisor, aunque no veía nada,
todavía tenía en su mente la imagen del hombre que lo perseguía
por los rincones de su mente, atormentándolo solo con su mirada.
Desde ese momento Jaime, comprobó que su alma no estaba muerta del
todo, ya que podía percibir las sensaciones y los sentimientos de
los demás, de hecho no había caído en cuenta, que
le había sucedido lo mismo con la mujer del edificio y con el policía.
Pero lejos de contentarse, lo invadió una extraña sensación
de miedo y terror como nunca antes, había experimentado. Como si
supiera que estaba a punto de entrar en un infierno creado por su propia
tormenta emocional.
Jaime tomó la autopista vagando sin rumbo hacia un destino incierto.
A medida que se alejaba del edificio, podía sentir el odio repugnante
que le brotaba por los ojos del parquero, de una forma totalmente desenfrenada,
como nunca antes lo había experimentado, aquel sentimiento de odio
se abrió paso por su cuerpo, hasta instalarse en el agujero negro
de su consciencia para siempre.
Tras una largo recorrido, se apartó hacia el hombrillo para
estirar las piernas, mientras libraba una lucha interna con sus propios
sentimientos. Se sentía como un estúpido tratando de librarse
de algo, más poderoso que él.
Llegó a la estación de servicio y al bajar la ventanilla,
una catira joven y esbelta dejaba mostrar sus frenillos en los dientes
con hipócrita sonrisa. Jaime era quizás la única persona
en el lugar capaz de notar eso, observaba que la percepción de las
emociones de los demás era cada vez más aguda, se sentía
como una especie de animal superdotado, con los sentidos a toque. Y así
le sucedió con la bombera, además de reconocer su hipócrita
actitud, bastó un instantáneo intercambio de miradas para
descubrir algo todavía más escalofriante.
Comenzó a sentir un extraño dolor en su vientre, con
mareos, malestar y mal humor. Era un malestar que reunía todos los
ingredientes típicos de dolores menstruales, y quiso comprobar si
era verdad, o un invento de su propia locura.
-Disculpa mi atrevimiento, pero si no me equivoco creo que en estos
momentos tienes la menstruación.
La mujer, lo miró sorprendida, esbozando una expresión
que retrataba la sorpresa de tal atrevimiento, y viéndose descubierta
en una función íntima de su cuerpo. Se sintió desnuda
por unos instantes.
Jaime, ante tal reacción no titubeó en darse cuenta:
sus instintos estaban en lo cierto y traducían pensamientos que
iban y venían como ráfagas de viento. No lo podía
creer: sentía los dolores de ella en su cuerpo, el malestar, el
mal humor. Su organismo flotaba en el aire absorbiendo las dolencias y
pesares en los demás.
Rápidamente, interrumpió sus ideas y se montó
en su trasto. No le importaba llenar el tanque y mucho menos pagarle. Se
fue sin articular palabra, desconcertado por los dolores "menstruales"
que se abrían paso en sus entrañas.
Tomó la autopista sin rumbo definido, perdido en su propio mundo
regido por la tortura de los padecimientos de los seres que le rodeaban;
los cuales temía, podrían aumentar cada vez más.
Luego de un largo recorrido a toda marcha, por fin pudo librarse del
intenso malestar y por fortuna, también del sentimiento de odio
que le retumbaba en la conciencia producto de su primer encuentro con el
parquero...
Justo antes de perder el control del vehículo y estrellarse
contra la defensa de la autopista. Aturdido se vio en el espejo para comprobar
su estado: se sentía muerto en su propio cuerpo, invadido por un
espíritu ajeno, que se alimentaba de un intenso dolor que crecía
vertiginosamente.
Por un momento se sintió aliviado, diferente, no sentía
nada, estaba solo en el camino. Mientras recapitulaba sus vivencias, y
encontraba alguna razón que le daría fuerzas para luchar
contra ese ente que se apoderó de su cuerpo y se negaba a dejarlo
en paz. El único modo de librarse de cualquier otro ataque era por
ahora estar solo, lejos de cualquier persona para impedir la invasión
de nuevos sentimientos ajenos dentro de su cuerpo.
Mientras la vieja camioneta, hacía su trabajo se sumergió
en sus propios pensamientos en busca de algún recuerdo que lo iluminara
en un mundo de tinieblas. En ese momento el sol terminaba su jornada, un
hermoso atardecer interrumpió sus pensamientos, pero al levantar
la mirada, lo que vio fue un cielo oscuro coronado por un sol tan rojo
como la sangre. Parecía el paisaje producto de un holocausto nuclear.
Cerró los ojos y pensó que todo aquello eran juegos de su
imaginación corrompida, y al abrirlos de nuevo observó un
ocaso espectacular. Su imaginación morbosa iba y venía dando
tumbos en su cabeza, creándole alucinaciones aterradoras.
A lo lejos divisó un cartel verde con letras blancas fluorescentes,
tenía una frase que rezaba: "Final de autopista, comienzo de carretera"
y más abajo un pedazo de madera arcaica a punto de romperse: "Maneje
con cuidado, carretera peligrosa".
Ignorando las advertencias y la extraña sensación de
estar a punto de experimentar un horror extremo, tomó el camino.
Dos horas después de rodar sin descansar y bien entrada la noche,
cayó en cuenta de que en todo el día, no había sentido
ninguna de las funciones normales que podría sentir cualquier persona.
Cosas tan simples como el sueño, el hambre, o hasta la misma sed,
eran solo vagos recuerdos del pasado, situación que reafirmaba aún
más su muerte en este mundo. Era una especie de zombie, un fantasma
somnoliento perdido en un mundo incierto. Ignoraba que demonios gobernaba
su cuerpo.
Su ruidosa camioneta, era la única que se atrevía a andar
por esos caminos desolados, la carretera se tornaba cada vez más
intransitable, huecos por doquier llenos de pantano, pero Jaime hacía
caso omiso de los peligros y se adentraba cada vez más en ese infierno,
buscando la soledad. No quería, acercarse a ningún ser humano,
porque consumía todas las energías negativas en dosis letales,
como le sucedió con la bombera. Apostaría lo que fuera, a
que ella no sentía los mismos dolores y si no; sabía disimular
muy bien.
De pronto vio una sombra negra atravesada en el medio del camino, se
avistaba a lo lejos, no sabía si detenerse o pasarle por encima,
el miedo y la incertidumbre invadieron su conciencia, las sienes le empezaron
a latir cada vez con más fuerza, respirar era una tortura, la oscuridad
se tornaba cada vez más espesa, la sombra yacía en el piso
todavía inerte, tuvo que bajar las luces de la camioneta porque
la neblina se apoderaba cada vez más del camino, jamás había
visto un paisaje tan tenebroso en toda su vida, ni siquiera en el subconsciente
morboso que dirigía su cuerpo. A escasos cinco metros del obstáculo
se detuvo, su instinto de protección lo obligó a buscar un
arma, algo con que defenderse, por si acaso aquella cosa se le ocurría
tirársele encima. Pero Jaime no era un hombre de armas tomar, de
hecho criticaba a los hombres armados tildándolos de cobardes y
ahora se sentía peor que eso... una desagradable sensación
de soledad lo invadió hasta los huesos, era como un náufrago
en una balsa a la deriva en el medio del océano a punto de ser devorado
por tiburones.
Desbarató la maleta y consiguió lo que buscaba, un viejo
palo de hacha, se aferró a él como si fuera su única
salvación en este mundo. Empezó a caminar hacia el obstáculo,
el silencio se apoderó del lugar, la neblina arropaba el camino
como una manta gigante, ráfagas de viento iban y venían en
todas direcciones, supuso que hacía mucho frío, creía
haberlo sentido, pero era sólo una ilusión. Las botas se
le enterraban en el pantano cada vez más, aceleraba el paso, sentía
que algo le seguía muy de cerca, las piernas le temblaban como palillos,
el terror era demasiado intenso para pensar, se limitó a seguir
sus reflejos. Cuando estaba a la distancia suficiente, levantó el
bate en lo que parecía la cabeza de algo y lo asestó sin
mediar palabra, la mano rebotó contra la superficie que era totalmente
sólida, cuando alcanzó ver que era un árbol, sintió
que se trataba de otro destello de su locura infinita.
Por fin recobró el aliento y la respiración, se sentó
en el tronco mientras lo maldecía, empezó a hablar solo,
hablaba con nadie, hasta que resonó un eco escalofriante: aullidos
de lobos, una vez más el temor empezó a tornarle la piel
de gallina , corrió hacia el carro mientras la jauría se
le venía encima, podía percibir el hambre que brotaba a borbotones
por las entrañas de los animales, se les hacía agua la boca
y al mismo tiempo le pasaba por la mente imágenes de como era devorado
por los animales, razón que lo motivó aún más
en su desenfrenada carrera. Se tiró en la camioneta y arrancó
a toda marcha pasando por encima del árbol y dejando atrás
el peligro, para internarse en un sendero angosto y selvático en
el que pasaba un sólo carro, repleto de vegetación y maizales,
alumbrado por la pálida luz de la luna.
Luego de una recta que parecía extenderse hasta la eternidad,
se topó con un letrero artesanal que indicaba haber sido realizado
por un campesino analfabeta de la zona: "Aguas Calientes. Curbas peligrosas.
Manege con Cuidado" . Y vaya que tenía razón, aquellas no
eran curvas para novatos. El camino serpenteante al borde de la montaña,
estuvo a punto de lanzarlo varias veces al precipicio. En una de las vueltas
se topó con una especie de mausoleo: una placa en bronce rezaba:
"Aquí yacen las almas de Daniela y Roberto, que descansen en paz,
por siempre hasta la eternidad" . Suspiró cerrando los ojos, y empezó
a cabalgar un viaje alucinante al pasado: se vio quince años más
joven, manejando un carro deportivo al lado de una muchacha que lo llamaba
Roberto, mientras le acariciaba la mejilla. De pronto instintivamente se
comenzaron a besar, bastaron solo fracciones de segundo para que el carro
desembocara al vacío en un precipicio, el alma de Jaime que se encontraba
en ese momento absorbiendo el cuerpo de Roberto, podía sentir como
el terror desembocaba en gritos de angustia y desesperación, mientras
su cuerpo se golpeaba y se rasgaba por los vidrios que estallaban en su
rostro, al tiempo que sentía la muerte de ese ser, pudo ver como
la película de su vida pasaba velozmente por su mente, hasta llegar
a la nada. Sintió una especie de alivio masoquista al creer que
se libraba por fin de la maldición: su alma podría descansar
en paz, se acabarían los dolores y sufrimientos, al menos eso pensaba.
Pero la historia fue otra...
III
Jaime volvió en sí, muchas horas después. Se encontraba
dentro de la camioneta totalmente destrozada y con multitud de heridas
y hematomas en su cuerpo, afortunadamente no sentía dolor, pero
tampoco estaba del todo muerto, continuaba encerrado en sí mismo
con el alma atormentada. Esta situación le recordaba una película
de ficción, le costaba creer lo que estaba viendo, todas sus heridas
se cicatrizaban como por arte de magia, se dio cuenta de que luchaba con
un enemigo mucho más poderoso que él: su propia locura; pero
con una fuerza desconocida mantenía su alma aferrada a este mundo,
solo para sufrir. Ahora no sólo percibía las emociones e
instintos de los humanos, también la muerte, como le sucedió
a la pareja que perdió la vida en el desfiladero años atrás.
Sin camioneta, solo y con su maleficio a cuestas, Jaime se negaba a
desistir en su carrera hacia el descanso eterno. Ahora con las cicatrices
y la ropa destrozada, le era imposible disimular la realidad de ser una
especie de alma errante en este mundo. No le quedó más remedio
que continuar su camino a pie, retomó el paso por la carretera,
totalmente desierta. De nuevo se encontraba a la deriva, expuesto a los
peligros de la noche. Se internó en una oscuridad infinita parcialmente
iluminada por la luna que luchaba por dejarse ver en un cielo invadido
de tinieblas.
Horas después y agotado por la marcha, la mente de Jaime por
fin pudo vislumbrar un pensamiento que le permitió esbozar una sonrisa.
Sintío una felicidad que desconocía, un sentimiento tan agradable
que le dio una razón por la cual permanecer después de todo
en este mundo. Cerró los ojos por un instante y dejó volar
su imaginación que lo transplantó a un mundo desconocido
totalmente para él, lleno de niños jugando en un inmenso
parque con sus familias, parejas paseando por la grama y jurándose
amor eterno, abuelos comprándoles caramelos a sus nietos, un par
de chicos sintiendo la emoción de su primer beso, un perro devolviéndole
un frisbee a su amo, todos ellos acobijados por un hermoso atardecer, donde
el sol se oculta tras un bordado de nubes y pájaros, todo fue tan
hermoso hasta que abrió los ojos...
En fracciones de segundo se inmovilizó de pánico al ver
una inmensa luz que venía a toda velocidad contra él, acompañada
de un ruido espantoso. Mientras escuchaba los gritos del conductor, un
monstruo metálico se le vino encima, arrollando su cuerpo. Jaime
salió disparado como una brizna de paja en un tornado, sintiendo
como las ramas de los arboles le rasgaban las piernas y los brazos al tiempo
que amortiguaban su caída, este si es el fin -pensó. No supo
cuanto tiempo transcurrió, cuando volvió en sí y observó
múltiples heridas en su cuerpo, pero no sangraba, ni tampoco había
sido el fin. Fue directamente hacia lo que le había atropellado,
le pareció increíble lo que había sucedido pero tratándose
de su estado actual cualquier cosa era posible. Mientras se dirigía
hacia lo que daba impresión de ser una gandola, en el trayecto recapituló
lo que había pasado hace apenas unos instantes y comprendió
que su mente era la culpable del accidente, cerró los ojos y se
desvió del sendero. Caminaba a ciegas entre la maleza examinando
sus heridas, sintió algo encajado en su pecho, al levantarse la
camisa sus ojos le mostraron algo que con seguridad jamás hubiera
querido ver: un trozo de metal encajado en su pecho, aspiró una
inmensa bocanada de aire y un grito escapó de su garganta para inundar
todo el valle hasta el infinito, perdiéndose en un eco eterno. Armándose
de valor insospechado, se aferró a la pieza con todas sus fuerzas
arrancándosela del pecho de un solo tirón, al tiempo que
escuchaba un crujido seco de la piel rasgándose, la tiró
al monte y se atrevió a mirarse, pensaba que su pecho había
quedado destrozado; pero no, todo aquel incidente sólo le había
dejado un pequeño recuerdo, que daba la impresión de parecer
un tatuaje, o más bien una marca de fábrica, pues el trozo
de metal que se había enterrado en su pecho, era la placa del parachoques
que decía: "Mack, el venezolano" . La gandola estaba volteada del
lado del copiloto, se imaginó que debido al impacto, las personas
que estuvieron a bordo fallecieron en el acto. Mientras se iba acercando,
cayó en cuenta de que estaba equivocado al ver una figura corpulenta
que se retorcía en el asiento, pidiendo ayuda, ya estaba demasiado
cerca para evitarlo, una vez más los dolores ajenos se hicieron
presentes pero en escala mayor, podía sentir todo el sufrimiento
de aquel hombre: las costillas rotas que le dificultaban cada vez más
la respiración, una pierna fracturada, pedazos de vidrios incrustados
a lo largo de su cuerpo, ansias y desesperación. Paralizado por
el dolor lo que hizo fue emitir alaridos de desesperación y retorcerse
en la tierra como un gusano. Varios camioneros que pasaban por el camino,
se acercaron para ayudar, un par de ellos que mas bien tenían el
aspecto de piratas de carretera, se apuraron en sacar al único ocupante
del "Mack" que todavía gritaba en la cabina. Otra figura agarró
por los hombros a Jaime, y lo acomodó lo mejor que pudo en su camión,
al tiempo que le daba esperanzas:
-Todo va a salir bien, le buscaremos el hospital más cercano,
resista por favor.
La palabra hospital, a Jaime le sonaba como el peor castigo que hubiera
podido recibir en su vida, se imaginaba sintiendo todas las dolencias y
enfermedades de cientos de personas al mismo tiempo, y lo invadió
una helada sensación de terror como nunca antes.
-No, por favor lo último que necesito es un hosp...
Sus palabras se interrumpieron de un salto cuando sintió una
invasión de dolor suprema: el otro hombre herido se entregaba a
la muerte, dejándolo inconsciente.
Después de un extenso letargo, dando tumbos inmerso en una extraña
pesadilla, rodeado de todas las personas a las que había hecho daño
en su vida, estaba a punto de presenciar su juicio final, cuando el camionero
lo despertó para preguntarle como se sentía.
-Ha estado inconsciente, durante mucho tiempo.
-Jaime trató de decirle algo a su interlocutor, pero estaba
demasiado aterrado para articular palabra, lo único que le brotó
de sus labios fue un leve sonido ahogado de angustia.
Su paciencia se había agotado, pensó que ya había
sufrido suficiente, por primera vez en su vida deseaba la muerte como nunca
antes, pero para él era imposible la dicha del descanso eterno.
Su castigo en este mundo lleno de dolores y malos sentimientos estaban
destinados para él, su alma atormentada ahora era como un imán
gigante que absorbía las cosas malas de los demás, en un
estado superior. Y ahora se encontraba a punto de llegar al hospital ,
justo al epicentro de las enfermedades, ya podía sentirse en una
cama retorciéndose con cientos de dolores al mismo tiempo.
No podía dejar que eso pasara, de ninguna manera lo iba a permitir,
decidió contarle toda la historia a aquel hombre, después
de todo no tenía nada que perder. Al finalizar el hombre lo tildó
de loco, no le creyó ni una sola palabra, mas bien le pareció
una de esas historias que inventaban sus amigos del liceo cuando se drogaban
hasta más no poder.
-Tienes que creerme -insistió Jaime.
-Estás loco de remate, el accidente te aflojó los tornillos.
Jaime estaba decidido a que el hombre de una vez por todas entrara
en razón y lo puso a prueba.
-Yo sé que no me crees es difícil de aceptar, pero te
lo voy a demostrar. Sin ir muy lejos, puedo percibir un amargo recuerdo
en tu mente, que te atormenta todos los días, es una espina en tu
cabeza, que no te puedes sacar.
-Todos tenemos malos recuerdos -contestó.
-Es cierto, pero hace años, tuviste una amarga experiencia,
que jamás pudiste superar. Me refiero a la muerte de tu esposa y
tu madre...
No había terminado de pronunciar la sentencia, cuando el chofer
pegó los frenos de tal modo, que la gandola casi pierde el control.
Jaime pudo percibir la ira que brotaba de aquel hombre, como un volcán
apagado durante años y sabía que estaba en peligro. Su apacible
interlocutor que se había brindado amable y dispuesto a ayudarlo
se había convertido en una fiera absoluta.
Jaime sintió como lo agarraba por el pecho y lo arremetía
contra el tablero, como a un perro.
-Cómo te has atrevido, después de lo que hice por tí?
-Sé muy bien que tu madre y el amor de tu vida murieron en un
accidente de tránsito hace cuatro años. Jamás lo has
superado, de hecho tu vida cambió por completo, no es así
abogado?
Dejaste de ir al bufete, perdiste a tus mejores clientes mientras deambulabas
por los bares, en busca de respuestas a tu martirio, te quedaste sin amigos,
empezaste a fumar, bebías como un loco, las deudas acabaron con
tu posición social, pasaste un buen tiempo en Alcohólicos
Anónimos, los vicios te dominaron como una marioneta. Durante esos
tres años que fueron como siglos para ti estabas desorientado, varias
veces pensaste en el suicidio pero no eras lo suficientemente valiente
para hacerlo, jamás pudiste superar esa pérdida, dejaste
de creer en todo, hasta en ti mismo. Te recuperaste a medias, ganándote
la vida como gandolero, de hecho te encanta tu trabajo porque puedes viajar
y recorrer largos caminos, mientras tu mente se despega hacia el pasado
y navega al reencuentro de viejos recuerdos.
El hombre se quedó petrificado, al ver como aquel extraño
le contaba su vida con lujos y detalles. La ira se le desvaneció
como por arte de magia, seguida por una intensa sensación de miedo
que le recorrió el cuerpo, sintió calambres, nauseas, terror.
La impresión lo llevó a su instinto más primario de
autoprotección ante la inminente presencia de lo desconocido. Para
él era inexplicable lo sucedido, el hombre que antes había
llamado mentiroso, ahora le infundía respeto y pánico, creía
que estaba frente a una especie de brujo o un ente sobrenatural de inteligencia
superior. Su reacción fue inmediata, detuvo el vehículo y
empujó a Jaime hacia afuera, dejándolo en la orilla del camino,
se montó en el camión y pisó el acelerador hasta el
fondo.
Jaime sintiendo la ira del camionero se arrastró como un insecto
por la tierra. A medida que el gandolero se alejaba por la carretera desolada,
el dolor se fue desvaneciendo. Pudo incorporarse lentamente para reanudar
su caminata hacia un destino incierto.
IV
“Cuando te encuentres al filo del abismo
recuerda, que el abismo te está observando”
Friedrich Nietzsche
Después de un largo recorrido, empezó a preguntarse: cuánto
se había alejado de la carretera. Al voltearse se dio cuenta que
la noción del tiempo la había perdido por completo, la presencia
de la civilización, la vegetación, los animales y cualquier
otro indicio de suburbio habían desaparecido. No se había
percatado de ello, hasta ahora. Cerró los ojos por un instante,
para tratar de poner orden al laberinto de ideas que rondaban su mente.
Se frotó las sienes cual anciano adolorido, hasta que recuperó
la visión y determinó donde estaba.
Se encontraba en un desierto, cuyo camino totalmente árido,
reflejaba las heridas en la tierra causadas por el sol. Por primera vez
en mucho tiempo, sintió un ligero alivio en su cuerpo torturado,
cuando una exquisita y a su vez extraña sensación de tranquilidad
lo invadió por dentro. Pero también olfateaba una pizca de
miedo en todo aquello. Ya era suficiente lo que había vivido como
para creer la ridícula idea de que todo estaría bien... sus
instintos le aseguraban que estaba equivocado, muy pronto tendría
que enfrentarse a un sufrimiento peor, quizás superior a todos los
anteriores.
Reanudando su trayecto, su cerebro no dejaba de traerle en bandeja
de plata, recuerdos bien amargos del pasado. Como el de su juventud, cuando
se marchó de casa abandonando a sus padres sin explicaciones. (Su
partida nunca tuvo una explicación lógica. Era hijo único,
sin hermanos con quien pelear, ni amistades para descargar las rabietas
que de pronto se hacían presa de su espíritu. Hasta que un
día se asqueó del asunto y se marchó a escondidas,
hacia un lugar lo suficientemente distante como para que sus padres jamás
lo encontraran. No fue sino diecisiete años después cuando
volvió a saber de ellos: leyendo el periódico dominical con
un titular que resaltaba sobre los demás:
“La autopista del centro fue escenario de un espectáculo sangriento
desde tempranas horas de la madrugada. Un autobús turístico
causó la muerte a diecinueve personas y más de treinta heridos,
al estrellarse contra los carros que estaban en la cola”.
A jaime nunca le importaban esas noticias pero en esta oportunidad
no aguantó la tentación de leerla porque se sintió
terriblemente atraído por la imagen amarillista que adornaba el
artículo, lo acompañaba una foto muy bien tomada, con la
finalidad perversa de despertar el morbo del lector, se trataba de un primer
plano del autobús volteado y los cuerpos destrozados esparcidos
por el asfalto.
Justo cuando se disponía a pasar la página, creyó
haber visto algún conocido, en la lista de las personas difuntas.
No sabía si se trataba de un trampa visual, acontecida por la rapidez
de su lectura, retornó a la página y centró su visión
en la columna de “Personas fallecidas” . Al repasar la lectura, vio algo
que lo paralizó por completo y se sintió por unos instantes
el hombre más malvado de la tierra, el periódico se tornaba
cada vez más pesado, hasta el punto de que se le escapó de
las manos: entre la lista figuraba el nombre de su padre y de su madre.
Alejando ese amargo recuerdo volvió a entrar en razón,
para verse envuelto por esas tierras inhóspitas, no había
más que un desolado desierto por doquier y eso en cierta forma era
beneficioso para él, mientras no apareciera ningún ser vivo
alrededor. Aunque, debido a los acontecimientos, presentía que tampoco
escapaba de los seres muertos, lo invadían sus agonías momentos
antes de morir. Además cuando creia haber vencido, estando absolutamente
sólo, era invadido por pesadillas tan infames que hacían
más inútil su razón de vivir.
El paisaje, se había tornado perfecto para él, un desierto
árido sin plantas, sin animales, un cielo azul ausente de nubes
y pájaros, realmente estaba solitario en medio de la nada. Se observó
los brazos, pensando que se habían tornado rojos por la insolación
luego de tantas horas expuestos en aquella zona árida. Pero no,
sus extremidades eran de un blanco que producía escalofríos,
podía verse las venas y seguir el recorrido de los ligamentos. Comprobó
su estado real, por el método más clásico. Se tocó
el dorso de la muñeca, buscando sentirse literalmente vivo; pero
se dio cuenta de que sus instintos no estaban del todo equivocados, tuvo
la sensación de estar tocando un trozo de hielo sin vida, ahora
si que estaba cara a cara con la muerte: por fín dejaría
de existir y se alegraba por ello.
Un ruido no muy lejano suspendió sus pensamientos por un instante,
parecía un motor... o dos o más bien eran tres, sí
tres motocicletas se acercaban a toda velocidad por el desierto, comenzó
a correr, buscando un escondrijo, un matorral.
Cada vez los sentía más cerca, se volteó para
divisarlos y no le gustó para nada lo que veían sus ojos,
otra vez las sensaciones se hicieron presentes, aterrorizándolo.
Un trío de hombres de aspecto desagradable le infundían miedo
con su aspecto y sus pensamientos ; a Jaime le bastó con fijarles
la mirada por un momento, para darse cuenta de las intenciones de aquellos
seres que se le antojaba malvados. En un abrir y cerrar de ojos, una inmensa
red se le vino encima, tumbado en el suelo y revolcándose como un
león agonizante, le era imposible zafarse de ella, se sentía
cazado por una jauría de locos; podía olfatear la demencia
de sus raptores, tres individuos cuya locura era tan inmensa que representaba
un universo por sí solo. Sentía las psicopatías y
sus irrevocables deseos de eliminarlo. Lo que ellos no sabían era
que no podían matar lo que ya estaba muerto. Uno de los hombres,
el más corpulento de todos, vino hacia él blandiendo una
sonrisa que dejaba ver su dentadura destrozada y multitud de cicatrices
en la cara, sin duda que estaba ante la presencia de un guerrero conocedor
del oficio. Con una rapidez que el ojo de Jaime no tuvo la velocidad de
entender, el hombre desenfundó dos pistolas de plata, las agarró
por el cañón y le asestó a Jaime un certero golpe
en la cabeza, sintió los hierros como se estrellaban en su sien
sin producir dolor, pero para evitar un desastre mayor, simuló haber
perdido el conocimiento.
Mientras los pistoleros, se apoderaban de él, las emociones
florecían a flor de piel, su mente absorbía el odio que emanaba
de ellos, las imágenes de robos y crímenes se hacían
presentes, al tiempo que la piel se le tornaba cada vez más frío
dada la sensación de pánico a tales aberraciones.
Luego de un desagradable recorrido y una buena dosis de golpes, llegó
a una casa sin puertas ni ventanas, abandonada en el desierto y devastada
por el sol, la poca arquitectura que permanecía en pie del recinto,
daba a entender que se trataba de un estructura del siglo pasado.
Cuando los pistoleros se marcharon, abrió los ojos. El paisaje
le ofrecía tonalidades propias de aquellos vándalos desnaturalizados.
Sentado en el piso percibió el olor a muerte de numerosos cadáveres
que colgaban como cuadros ensartados con clavos gigantes en las paredes
del viejo rancho donde se encontraba, al parecer, el refugio de los pistoleros.
La más llamativa era la figura abstracta y deforme que pendía
del techo por dos poleas gigantes. Su cabeza estaba cubierta por una maraña
de pelo negro rizado, le faltaba un brazo y su pecho descubierto era una
sola costra de sangre, a la que acudían las moscas como abejas al
panal. Bastaron unos segundos de análisis para que la mente de Jaime
viajara al pasado y sintiera todos los dolores del muerto, que ahora era
devorado por los insectos. Podía sentir los latigazos, golpes, hambre,
desolación y como sus entrañas explotaban gracias a un café
envenenado que le dieron los pistoleros, mientras le hacían creer
que lo dejarían en libertad.
Al cabo de un rato se sintió liberado, los dolores cesaron.
Cuando recobraba el aliento, escuchó unas pisadas, era el líder
de los pistoleros, tambaleándose entre su locura y borrachera. Con
los ojos tan enrojecidos que se le escapaban de sus órbitas. En
un respingo desenfundó dos revólveres calibre 45 "Colt Cobra"
y en una actitud recia, carente de piedad, le hizo señas a Jaime
con el cañón del arma que portaba en la mano izquierda, para
que se levantara. Este obedeció a duras penas, se encontraba con
las manos atadas. En el ínterin los otros dos pistoleros entraron
a la habitación con una sonrisa y los ojos radiantes de felicidad.
El más bajo de los tres le indicó al líder:
-Desátalo
-No quiero. -contestó el líder.
-Vamos a darle una oportunidad.
El jefe entendió la señal del pequeño y procedió
a soltarlo.
Jaime, no de dejó invadir por el temor, y sin titubeos levantó
la mirada y enfrentó sus ojos con los de aquellos pistoleros frunciendo
el ceño.
El más callado de los tres, el que nunca había articulado
palabra, le devolvió la mirada, lanzándole una amenaza tajante.
-Como te puedes dar cuenta nosotros somos asesinatos natos y te vamos
a desaparecer del mapa en este mismo instante.
Jaime, habiendo confirmado en más de una oportunidad, la gracia
de la inmortalidad, que le había otorgado la maldición, además
de la extraña forma de ser viviente que representa en esta tierra,
se atrevió a desafiarlos.
-Yo no lo tengo miedo a la muerte y menos a ustedes.
Los pistoleros, al escuchar esa respuesta tan absurda, se echaron a
reír a carcajadas. Jaime aprovechó la ocasión para
explorar detalladamente el cuarto donde estaba, al tiempo que planificaba
sus posibilidades de escape.
En el instante en que sus secuestradores se mofaban de él, el
líder se volteó y en uno de los bolsillos traseros de su
bluejean sucio y maloliente se vislumbraba el mango de un cuchillo de supervivencia,
rápidamente Jaime le arrebató el arma, desenvainó
la hoja y la enterró en el cuello del líder, desplazándola
por la herida mientras la sangre le salía a borbotones. Los otros
dos paralizados por el miedo y el estupor, reaccionaron a sus instintos
asesinos y procedieron a descargar todas las municiones contra Jaime, pero
éste resistía los impactos de las balas, mientras se agachaba
a recoger la ´45 de su víctima, rodando por el piso y esquivando
las detonaciones descargó una bala en la frente de cada uno de sus
raptores, dándoles muerte en el acto.
Se tiró en el piso con la respiración entrecortada, mareado
y con una profunda sensación de remordimiento, por lo que hace apenas
unos instantes había realizado. Por primera vez en su vida había
asesinado, su conciencia se lo reclamaba cada vez con más fuerza,
la vista se le comenzó a nublar producto de las lágrimas
que corrían por sus ojos. Se retorcía, mientras sentía
como se enfriaban las balas por la sangre caliente de los pistoleros. Cayó
en un estado de shock, de inconsciencia absoluta, sus sentidos se encontraban
en la nada, el mundo se le venía encima, se desmayó.
Horas más tarde, un llanero que deambulaba por esos parajes,
se atrevió a meterse en el rancho. Para descansar y pedirle un poco
de agua a los que habitaran allí.
Cuando abrió la puerta, sintió nauseas al observar la
masacre que unas horas antes se había apoderado del lugar. Pero
una sensación de felicidad y seguridad, que ansiaba desde hace tiempo
se hizo presente cuando vio a la temible banda de "Los Pistoleros" que
yacía en el piso como títeres sin vida, al lado de un hombre
desconocido cuyos indicios lo señalaban como el héroe que
se enfrentó a los maleantes dándoles muerte en el acto.
Salió del rancho brincó sobre su caballo y arrancó
a toda velocidad hacia el pueblo que se encontraba a pocas millas de allí.
Convocó al Alcalde a una plenaria pública, donde asistieron
todos los habitantes, comunicó la "buena nueva" a todo el pueblo.
No más muertes, no más robos, ahora el Llano retomaba su
cauce normal, ahora la inseguridad y el terror eran sólo vagos recuerdos
del pasado. Toda la comunidad podía disfrutar de la paz que tanto
había ansiado.
A pesar de la miseria reinante, el pueblo no escatimó esfuerzos
para organizar un festín que se prolongaría durante todo
el fin de semana. No sin antes organizar una partida al rancho de "Los
Pistoleros", para incendiarlo y darle santa sepultura el héroe que
se enfrentó contra los maleantes y acabó de una vez por todas
con el azote de la zona.
La ceremonia aunque modesta y sencilla, fue histórica. Nunca
antes se le habían hecho tantas ofrendas a un muerto, el ataúd
apenas asomaba un refilón de bronce, estaba totalmente de rosas
y ramos de la mejor calidad, su tumba era digna de exposición, una
obra de arte. Hasta el propio Alcalde mandó a realizar una fina
placa de acero inoxidable y bordeada en oro que rezaba:
"Aquí yace la tumba del héroe desconocido, a quien debemos
nuestras vidas. Que descanse en paz de aquí a la eternidad".
Ya entrada la noche, Jaime recobraba el conocimiento reinaba el silencio
y la oscuridad . Suponía haber regresado de la peor de sus pesadillas,
que se le antojaba como una historia de vaqueros. Ahora se sentía,
totalmente distinto, le invadía una extraña sensación
de normalidad, el aire se tornaba cada vez más pesado . Comenzaba
a recobrar todos su sentidos, como cualquier ser humano. Se tocó
la muñeca y comprobó las pulsaciones que le venían
directamente del corazón, dejó de ser aquel muerto andante,
destinado a sentir todas las sensaciones y sentimientos del mundo exterior.
Estaba inmovilizado . La maldición había desaparecido por
completo y se sintió feliz por ello. Sin duda que había aprendido
la lección, juró a los cuatro vientos que cambiaría,
que de ahora en adelante sería el ser más bueno del mundo,
no más injusticias, ahora su entorno giraría en hacer el
bien al prójimo, pensó en trabajar sin fines de lucro para
ayudar a los pobres. El aire se agotaba cada vez más.
Toda esa felicidad se le derrumbó en pedazos, cuando trató
de incorporarse y se dio cuenta de que estaba preso en su propia tumba.
Gritó y gritó lo más fuerte que pudo, las uñas
se las arrancaba de tajo tratando de levantar la tapa, al tiempo que se
le agotaba la respiración.
Estaba a punto de sentir como cualquier mortal, lo que era morirse
asfixiado en el sitio más recóndito del panteón.
Carlos Fiorillo