Las moscas han nacido para ser devoradas por las arañas, los
hombres por las penas. Voltaire.
Serían aproximadamente las once de la mañana cuando madame
Frida desde su acogedor lecho escuchó un par de golpes secos y fuertes
en la puerta principal. Entreabrió sus grandes ojos negros y profundos,
bostezó con una flexibilidad devoradora y se incorporó son
suavidad. Un toque refinado se encargó de acomodar su pelo que le
caía sobre los hombros, mostrando por momentos sus senos que se
alzaban tímidamente tras el camisón de seda negro que cubría
su cuerpo. Caminó de prisa por aquellos salones muy bien decorados
al estilo francés. Su cuerpo, espigado y tratado sin medida ni clemencia
por la dieta inhumana parecía emanar un aroma a flores exóticas
que lograba doblegar hasta el más tozudo de los insectos instalados
en tan magníficos ambientes, después de todo era ella, sólo
ella la que tenía dispuesto a diario esa gama de perfumes suntuosos
que permitían disfrazar los aromas repugnantes de lo cotidiano mimetizándolos
rigurosamente hasta confundirlos en una sola esencia, claro la repugnancia,
pese a todo.
Para Francesca -el ama de llaves- que había aprendido el arte
de simular muy bien el sueño profundo con la finalidad de evitar
la fatiga que le causaba atender el portón de la mansión,
la prisa que llevaba madame no era otra que el ansia de tener en sus manos
el diario local para luego, ama y servidumbre sopesar el futuro que deparaba
para ese día el fiel y certero zodíaco.
Con esa sensibilidad tan sutil que tienen las mujeres resueltas, Francesca
recreaba en su mente el "itinerario social" que debía transitar
ese día junto a su insufrible madame. Imaginaba que, tras la lectura
a dúo de tan determinante prestidigitación, aproximadamente
a las 12 de esa mañana y con una cotidianeidad casi religiosa debía
recibir a las amistades de madame Frida, conducirlas hasta el jardín
de la mansión y entretenerlas con recetas de cocina hasta que su
ama se dignara descender de sus aposentos, pues la puntualidad inglesa
de la que se jactaban las señoras imposibilitaba a madame prever
los imponderables estéticos, tanto así que más de
una vez su rostro, todavía sometido a tortura, delataba la presencia
de mascarillas verdosas adheridas a su piel arrugada.
Vaya sorpresa que se dio madame cuando al abrir la puerta, el ujier
de la Cámara de representantes de la ciudad de San Quintin le entregó
en sus manos un sobre membretado, sellado y debidamente rubricado por el
máximo representante de la Cámara, el dignísimo y
locuaz, Asdrúbal Buenaesperanza que, entre otras cosas tenía
fama de ser fiel representante de la demagogia, de la buena cocina y de
los placeres que a su edad, según su propia definición debían
ser una cuestión de justicia. Entre risas y aparente formalismo
con sus colegas se jactaba de ser fiel hechura de la gula y de los placeres
que atormentaban al inmortal escritor francés, Honorato de Balzac.
¿Acaso era lógico pensar que se trataba de alguna otra
invitación similar a las que solían llegar las mañanas
de viernes?, sin duda la posibilidad era remota, pues si madame le daba
una hojeada al calendario, corroboraría con sorpresa que esa mañana
era un hermoso y soleado jueves.
¡Una carta de la embajada francesa!, -gritó descontrolada-.
Tampoco podía ser, pues el anverso del sobre en el que se distinguía
el sello de la Cámara, llevaba el lugar de origen, San Quintin,
28 de diciembre. Entonces sólo quedaba una única posibilidad,
que efectivamente el encargo provenía de la Cámara de Representantes,
que contenía un mensaje desagradable para Inocencio Jiménez,
su esposo y que éste, tendría que asumirlo con estoicismo
zenoniano, para finalmente, repuesto de tan traumática noticia aceptar
con profunda resignación la extrema medida. Después de todo
el puesto que ostentaba como Secretario de Hacienda de la Cámara
de Representantes hasta noche antes, lo había conseguido gracias
a la brillante influencia de su tío, -el presidente vitalicio del
partido de los "Barriga llenas" Dr. Sinforoso Jiménez-, posibilitando
así la bonanza económica en la que se encontraba Inocencio,
para luego ser él mismo quien se ofreciera en segundas nupcias,
como esposo inclaudicable de madame Frida Neraud ante el compadre de Sinforoso,
Peroux Neraud.
Frida cerró la puerta con indignación y se dirigió
hasta su recámara en la que todavía permanecía dormido
su esposo, lo despertó con un grito que hizo estremecer hasta los
muebles de la habitación y le entregó el sobre.
Con los nervios en punta y una notoria curiosidad que le calcinaba
el alma, Inocencio Jiménez Lugones, se incorporó de un salto,
se puso sus lentes diminutos, se acomodó el escaso cabello que cubría
parcialmente su calva, abrió el sobre, extrajo un par de hojas delicadamente
dobladas y las extendió para su lectura. Anda querido ¿de
qué se trata?, -preguntaba Frida con insistencia -, dime que me
muero de la curiosidad.
Lugones, que discretamente se recuperaba de la jarana de la noche anterior
producto de su nombramiento como nuevo senador de la Cámara de Representantes
tras haber renunciado a su condición de Secretario de Hacienda la
tarde de ese mismo día, no contestaba ni una frase, estaba como
ido de la realidad, sus ojos parecían salirse de sus órbitas
y su respiración agitada obviamente delataba el impacto que le había
causado el inesperado mensaje. Su cabello, todavía desgreñado
y parcialmente canoso por los costados, parecía asemejarse con ironía
a la confusión que cargaba ese instante, un sudor frío le
corría por la frente. Al fin y al cabo no había dicha que
durara 48 horas, o como decían los que lidiaban con el azar, de
los que Modesto había aprendido que, "un buen político era
aquel que podía predecir lo que le ofrecerían sus camaradas,
pero también debía tener la suficiente perspicacia para explicar
y explicarse a sí mismo porqué no sucedió lo que había
predicho". "La felicidad es inquieta, casi imperceptible, es infiel". Lugones
recordaba con nostalgia las máximas de su padre, con el que había
dado sus primeros pasos como político. Sus recuerdos viraban raudos
por su cerebro, una retrospectiva lo llevaba hasta los confines más
inhóspitos de la memoria para evaluar con frialdad ese momento oscuro
que vivía, ese espacio sin fondo en el que ahora sentía equilibrar
su felicidad y su desdicha y ese análisis meticuloso por querer
robarle algún argumento a la razón para poder conocer donde
había fallado. Una palidez mortuoria asomaba la existencia de Inocencio,
sus signos vitales se entorpecían, parecían languidecer lentamente.
¿Qué es? preguntó Frida, vaya qué tortura,
me imagino que será un cumplido de alguno de la oposición,
esos sí que llevan el sainete en el cerebro, -murmuró con
ironía.
Estaba clarísimo, no cabía la menor duda, la carta que
se movía al ritmo presuroso del pulso de Inocencio cobijaba en su
plenitud todo el detalle esencial del mensaje:
Licenciado:
Inocencio Jiménez Lugones
Ex Secretario de Hacienda de la Cámara de Representantes
Distinguido señor:
Sabrá usted con lujo de detalles que el deseo supremo del extinto
tío suyo y presidente vitalicio del partido de los "Barriga llenas",
Doctor Sinforoso Jiménez, en atribución de sus facultades
plenipotenciarias sobre este hermoso paraje y sus habitantes que en ella
moran era el de verlo a usted convertido en miembro de la Cámara
de Senadores de San Quintin. Yo, Cornelio Buenaesperanza, abogado y presidente
de la Cámara de Representantes, diré ante su incuestionable
e ilustrísima personalidad.
Luego de haber aceptado en sala plena su inminente renuncia irrevocable
y democrática a sus funciones como Secretario de Hacienda ante la
Cámara de Representantes de esta ciudad que a muchos nos vio nacer,
y que a la postre nos cobijará en sus profundidades terrenales tal
y como lo hizo hace un par de meses con el excelentísimo Doctor
Sinforoso Jiménez, debo expresar mi más sentida admiración,
hacia quien guarda para sí la más inquebrantable estupidez
e ineptitud. Yo mismo hubiera escrito en honor suyo las fábulas
del delicado F. M. de Samaniego. "...Sin otro alimento quedáis con
alabanzas tan hinchado y repleto, digerid las lisonjas mientras digiero
el queso". En mi condición de Máximo representante de la
Cámara, debo comunicarle que su nombramiento y posterior posesión
como nuevo senador queda sin efecto, al haberse impuesto una vez más
la inobjetable y peculiar tradición del día de los Santos
Inocentes.
Sin otro particular que el de agradar su mañana, saludo a usted
con la venia correspondiente y, por intermedio suyo a madame Frida. Atte.
Doctor Cornelio Buenaesperanza
Presidente de la Cámara de Representantes.
San Quintin , 28 de diciembre
Cuando Modesto finalizó la lectura en voz alta, un silencio
sepulcral se apoderó de la recámara. Francesca, que en principio
sólo había pegado el oído en la puerta para no ser
descubierta, de pronto apareció junto a madame que todavía
no se recuperaba de la noticia. Finalmente, tras unos minutos de cortesía,
un grito atronador se escuchó en toda la residencia. Madame se echó
a llorar inconsolablemente, Sinforoso se desvaneció hasta liquidar
ese corazón que ya anunciaba un infarto irrevocable mientras Francesca,
con cierta delicadeza abandonaba la habitación a hurtadillas, al
tiempo que una sonrisa de fascinación incontenible se dibujaba en
su rostro. Un nuevo día nacía para ella, tan irremediablemente
distinto a los que diariamente se respiraba en aquella mansión.
Ruddy Orellana V. es egresado de la carrera de
Comunicación y Periodismo de la Universidad Católica
Boliviana