Laberinto
por Ofelia Maria Trillo


El silencio de la noche
es como los largos pasillos
de los hospitales,
y la soledad sin respuesta
en la tenue oscuridad compartida
con el reflejo de la luna;
como un hongo gigante
que brota de los rincones.
El tic-tac del  reloj,
lentitud de la espera
prisionada en sus agujas,
va poco a poco diluyéndose
en los laberintos de la mente
como el pulso de un moribundo.
En ese camino sin retorno,
el tiempo,
como un racimode lágrimas,
forma una cascada  inconclusa
ante la rompiente silenciosa,
donde la vida pierde peso
vertiginosamente
como un túnel sin luz.
Este es el momento
en que los hombres
se amotinan
contra la adversidad incomprensible,
llena de interrogantes
que son como el odio de Dios.
Se asemeja al estallido de una ola
que irrumpe  en la playa
y convierte a las piedras
en manos que se encuentran
y tropiezan en el pasamano.