Las sirenas
tronaban detrás suyo mientras pintaban de rojo su espalda y el suelo
mojado; salpicado de estrellas. Oprimido el pecho, respirando hielo y miedo,
la sombra gritaba mentalmente a sus piernas, que apenas y podían
seguir.
Al entrar
al callejón, el vapor de una alcantarilla lo cubrió por completo
con su fétida tibieza. Dejó que su cuerpo se cayera, como
una marioneta, y cerró la boca hasta que las mandíbulas le
dolieron por la presión. Rogó para que la nube que pasaba
delante de la luna se mantuviese así un par de segundos más.
Los perros
pasaron. y los taconeos y las voces ásperas le siguieron. Finalmente,
las luces rojas barrieron la oscuridad. Segundos después, el silencio
más absoluto lo abrazaba con sus gélidas manos. Estaba a
salvo.
La sombra
respiró hondo, y pesadamente se puso de pie. Sus manos temblaban,
y las marcas en su piel brillaban bajo la luna que salía triunfante
en un cielo opaco y gris. Un cielo de invierno que lo vio perderse calle
abajo como un ladrón en la noche.
Al llegar
a Morandé, la silueta apretó su huesuda espalda contra la
pared y sintió el frío de la piedra en los lugares donde
la ropa ya no existía. El frío; ese punzante y omnipresente
frío, ya le había quitado toda sensación en las manos,
que inertes le colgaban a cada lado. ´Aún no me ven´
murmuró. Como intentando convercerse de que esas luces que se hacían
más grandes y alargaban la sombra de sus dedos en la piedra mojada
no venían a por él. A por el último ser humano del
mundo.
Santiago. 22 de Diciembre
de 1999, 4:40 pm.