Un día, un solo día del otoño de mil novecientos noventa y siete. Un día demasiado frecuente en el gran Buenos Aires.
Los hombres como ése que tenía frente a él
le producían escozor, no podía dejar de pensar que tratarían
de embaucarlo. Miró su reloj: las once, había esperado más
de una hora. Miguel sabía que era sólo el principio, ya había
pasado por esto. El hermano de su esposa lo había prácticamente
empujado hasta allí.
— Tranquilo Suárez, usted siga mis indicaciones y se va
a encontrar con una suculenta cantidad de dinero.
— Sí doctor, pero... —él quería explicarle
que era ahora, que no tenía dinero.
— Le aseguro que con esto —levantó del escritorio la carpeta
con su nombre en la solapa-, en tres o cuatro meses se va a poder comprar
un cero kilometro. Pero tiene que seguir mis consejos al pie de la letra:
no me pise más el supermercado, explíquele a su señora
lo que le dije y el lunes lo espero aquí para firmar los papeles.
Miguel vio como el fino traje, brillante y sin una arruga, se
levantó y le palmeó la espalda. Sintió las puñaladas,
con gran esfuerzo reprimió los deseos de contraer el hombro y esquivar
la mano. Al salir, contestó con igual falsedad la estereotipada
sonrisa.
“ Renuncio por propia voluntad, habiendo percibido todos mis
haberes...”
— ¿ Qué pasó Suárez ? —preguntó
el inexpresivo rostro desde detrás de los anteojos y los abundantes
mostachos.
Él, con la cabeza gacha, tardó en contestar:
— Es qué... usted sabe que el encargado de la noche me
persigue. No se por qué, ya se lo dije cuando fue lo de la otra
vez...
— Mejor no hablemos de lo de la otra vez. Usted lo amenazó
con un pinche...
— ! Si, pero él primero me tiró con una rejilla
a la cara ¡ —interrumpió Miguel indignado.
— Bueno Suárez, no entremos en discusiones estériles.
Tenemos un problema, lamentablemente usted no puede trabajar más
aquí... Como mínimo reconozcamos que tiene un problema personal
con uno de los supervisores, y yo no creo que se resuelva, además
hay un antecedente...
— Sí, pero yo... —trató de volver a interrumpir
Miguel.
— Déjeme terminar, por favor. Usted sabe que no puede
reanudar sus tareas, volvería a chocar con Bagliati, y el problema
podría ser aún mayor.
— No sé por qué me tiene tanta bronca —comentó
Miguel meneando la cabeza.
— Le voy a proponer algo: aquí tengo su liquidación
—miró unos papeles— si nosotros lo despidiéramos sin causa,
cosa que no es verdad, a usted le corresponderían dos mil doscientos
pesos por todo concepto, incluido el mes de sueldo, aguinaldo y vacaciones
proporcionales...
El jefe de personal notó que Miguel lo miraba con la boca
abierta, extrañado, como si no tuviera nada que ver con lo que estaba
hablando.
— ¿ Me sigue Suárez ? —continuó ante el
asentimiento dado con la cabeza— La empresa le ofrece un porcentaje del
dinero, eso está establecido, yo no puedo modificarlo, serían
mil ochocientos pesos...
— ¿ Y qué hago yo sin trabajo ? eso no me va a
durar nada... son casi cuatro años que trabajo acá, y siempre
cumplí ! Hasta que éste ...!
— No hablemos más del pasado Suárez, piense en
lo que le digo...
— ¿ No puede ser un poquito más de plata ?
— No puedo Suárez, yo no soy el dueño de la empresa,
es el máximo que le puedo pagar... Lo que si, en efectivo, me da
dos días para arreglar los papeles y después de firmar se
lleva la platita en el bolsillo... por lo menos con eso tiene para tirar
unos meses hasta que consiga algo.
— Es que me dijeron...
— ¡ Ah ! ya anduvo averiguando... Seguramente alguien le
dijo que se iba a llevar mucho más dinero. Pero lo que no le dijeron
es que un juicio laboral en Argentina normalmente no dura menos de cuatro
años, después tiene que ganarlo, lo que en su caso es bastante
complicado, y después tiene que cobrar lo que su abogado le diga...
— Yo no quiero problemas, pero...
— Hágame caso Suárez, además del dinero
se va a llevar un buen certificado de trabajo, recomendación, y
piense que lo que le ofrezco es hoy, y usted se va a llevar la plata sin
darle explicaciones a nadie...
— Es que el abogado...
— Los abogados viven de gente como usted Suárez, seguro
que él le dijo que no viniera más por la empresa... —no hizo
falta que Miguel asintiera— se da cuenta, él no quiere que hable
con nosotros, lógicamente, si llegamos a un arreglo él no
ve un peso. Créame Suárez, cuando usted firme el poder, el
juicio dejó de ser suyo, el dueño de lo que algún
día se consiga va a ser él, y le va a dar a usted las migajas...
Miguel se levantó, no podía mantener más
esa conversación, estaba saturado, tenía la boca seca, necesitaba
un rato de tranquilidad para pensar un poco:
— Yo... Yo tengo que hablarlo con mi señora... —dijo dirigiéndose
hacia la puerta.
— Decídase antes que sea tarde Suárez... Lo espero
por aquí.
“ Renuncio por propia voluntad, habiendo percibido todos mis
haberes...”
Llegó a su casa de mal humor, habían sido varias
cervezas y no había encontrado la solución.
— Linda hora para llegar... —dijo Susana, su esposa, sentada
en la mesa de la cocina.
—...
— Por lo menos contestá.
— ¿ Qué querés que te conteste ? todo me
sale para la mierda...
— Chupando cerveza en el boliche no se te van a arreglar los
problemas ?contestó ella caminando hacía la cocina— ¿
Te caliento un poco de comida ?
Él, se derrumbó a la mesa por toda contestación.
— ¿ Qué pasó al fin con el trabajo ? —preguntó
ella sin mirarlo.
— Me quieren despedir, me ofrecieron mil ochocientos pesos...
— ¿ Fuiste a ver al abogado que te dijo mi hermano ?
— Sí, fui, debe ser un garca ése...
— ¿ No te lo recomendó César ?.
— Sí, basta que no vaya prendido tu hermanito.
— No sé por qué sos tan turro ¿ qué
te hizo él ?
— Mejor no hablemos de eso...
Ella, pasó la mano sobre la descolorida fórmica
de la mesa limpiando algunas migas, luego depositó el plato de comida,
abrió la heladera, tomó la botella de vino y una soda, también
le llevó pan, vaso y los cubiertos, después se sentó
frente a él:
— ¿ Y qué vas a hacer ?
— No sé, la verdá que no sé...
— De que te perdonaran...
— No, ni hablar. Seguro que el hijo de puta ése de Bagliati
le fue con mentiras ¡ Cómo me jodió !
— El abogado qué te dijo.
— Dice que se puede sacar más plata, pero que hay que
esperar.
— ¿ Cuánto ?
— Él dice cinco o seis meses, pero el del laburo me aseguró
que el juicio no baja de cuatro años... y creo que tiene razón.
Te acordás de Medina, lo encontré hace un tiempo, me contó
que tuvo un juicio en una fabrica que trabajaba, siete años y al
final el abogado le vino con que hubo muchos gastos, excusas. Cobró
la mitad de lo que le habían ofrecido al principio.
Ella pensó un largo rato mientras él devoraba la
comida:
— Si querés hacerle caso al abogado yo tengo unos pesos
guardados...
— Así qué me cagabas guita vos... con razón
nunca alcanzaba.
— ! Yo guardaba ! no te cagaba nada, sino no te la ofrecería
ahora.
Tomó el vaso de vino y lo terminó antes de contestarle:
— ¿ Cuánta guita tenés ?
— Casi trescientos.
— Eso no alcanza para una mierda, en diez días estamos
en bolas; y seguro que el buitre hijo de puta ése...
“ Renuncio por propia voluntad, habiendo percibido todos mis
haberes... “
La crónica frase, como a muchos otros, lo estaba hundiendo
en la depresión, él sabía lo que significaba en esta
época. La repetía en sus sueños, en sus delirios diarios,
no podía despegarse de ella.
El papel le temblaba en la mano, no estaba acostumbrado a tomar decisiones,
y menos de ésta importancia. Las últimas conversaciones seguían
girando dentro de su cabeza. Miró instintivamente su reloj, eran
las nueve de la mañana, se sorprendió al darse cuenta de
que todo había sucedido en menos de veinticuatro horas:
— Un día... un mal día Miguelito —se dijo.
Apoyó la hoja de papel sobre el mostrador, lentamente
la fue impulsando por debajo del vidrio de la ventanilla, hasta la mano
del empleado de correos, sintió como si estuviera colocando por
fin la frase que lo perseguía en su lugar. Sí, allí,
en su propia lápida.
" Renuncio por propia voluntad, habiendo percibido todos mis
haberes..."
© Alberto Sánchez Danza 10/97