Muere la hiena,
muere la escena,
muere el deseo, y el perdón.
Muere de frío la muerte
postrada en su mausoleo.
Muere la vida, y hasta la brisa
que me llevó.
Mueres aprisa, con ropa
o sin sonrisas; lejos
se encuentra la reencarnación.
Muere la vida, muere la ermita
de mi perdón.
Muere el prisionero,
el soldado y el mesero,
no pueden esperar y
van atropellados al vacío,
milimétrico de su panteón.
Muere mi vista e ideas
acompañadas de los latidos
del corazón.
Muere mi muerte y cesa la
vida de escribir mi guión frecuente
de resignación.
Muere el silencio: el eco lo asesinó.