El mundo al revés
por Gabriel Bialystocki

27/3/99

Es por disposición del azar insensible que hace unas semanas se nos muere Adolfo Bioy Casares mientras Pinochet, que tiene la misma edad, sigue viviendo en su lujosa mansión londinense, por más que no pueda ir a Saville Row a hacerse algunos trajes a medida.
Los dos fueron inventores : Bioy inventó literatura, cuentos fantásticos, mundos imaginarios enteros.
Pinochet en cambio inventó un reino del terror del cual fue rey absoluto durante más de dos décadas, y del que sigue siendo, ya que no rey, al menos príncipe.
Pienso en la cosa que es el tiempo que nos permite la posibilidad de realizar tareas durante su transcurso, y en esa cosa que es el azar, que determina si tu tiempo es mucho o poco, porque para nosotros esa medida no existe, no es real. Las intersecciones del tiempo y el azar son, entonces, lo que determinan buena parte de nuestra existencia.
Con algo más de tiempo, Bioy nos hubiese regalado más cuentos, más historias, más literatura, más fotos de un anciano elegante e impecable como se han visto pocos, más anécdotas jugosas sobre sus conquistas de mujeriego incorregible, sobre sus treinta o mas años de cenas con Borges, y quién cuantas maravillas mas. Pinochet en cambio, que por ahora parece tener tiempo, no tiene nada para darnos, sino que muy por el contrario, su sola existencia no suma, sino que resta. Podrá darnos, eso si, los restos de su soberbia, de su convencimiento de haber hecho las cosas bien. Pero eso, a nosotros, no nos sirve. El nosotros es además amplísimo : no puede servirle a nadie.
Rogarle al cielo que devuelva a Bioy y se lleve a Pinochet a cambio puede sonar pueril, aunque no por eso debemos dejar de hacerlo.
Es más, ésta no debería ser una tarea complicada para el cielo ya que ni siquiera debería alojarlo, solamente sellar los certificados correspondientes y mandarlo para abajo, al sótano, al fuego.
Un asesino más en llamas tampoco va a conmover a nadie.
En cambio un escritor de menos, como Bioy, es otra historia.
Pensemos solamente en los huecos en nuestra biblioteca por los libros que ya no nos va a dar, en el placer de leer esas páginas ahora imposibles y pensemos, aunque sepamos que esto no funciona así, que quizá algo, un milagro, nos devuelva una mañana cualquiera unas pocas páginas maravillosas, llevándose en pago a cualquier general de estos.