27/3/99
Es por disposición del azar insensible que hace unas semanas
se nos muere Adolfo Bioy Casares mientras Pinochet, que tiene la misma
edad, sigue viviendo en su lujosa mansión londinense, por más
que no pueda ir a Saville Row a hacerse algunos trajes a medida.
Los dos fueron inventores : Bioy inventó literatura, cuentos
fantásticos, mundos imaginarios enteros.
Pinochet en cambio inventó un reino del terror del cual fue
rey absoluto durante más de dos décadas, y del que sigue
siendo, ya que no rey, al menos príncipe.
Pienso en la cosa que es el tiempo que nos permite la posibilidad de
realizar tareas durante su transcurso, y en esa cosa que es el azar, que
determina si tu tiempo es mucho o poco, porque para nosotros esa medida
no existe, no es real. Las intersecciones del tiempo y el azar son, entonces,
lo que determinan buena parte de nuestra existencia.
Con algo más de tiempo, Bioy nos hubiese regalado más
cuentos, más historias, más literatura, más fotos
de un anciano elegante e impecable como se han visto pocos, más
anécdotas jugosas sobre sus conquistas de mujeriego incorregible,
sobre sus treinta o mas años de cenas con Borges, y quién
cuantas maravillas mas. Pinochet en cambio, que por ahora parece tener
tiempo, no tiene nada para darnos, sino que muy por el contrario, su sola
existencia no suma, sino que resta. Podrá darnos, eso si, los restos
de su soberbia, de su convencimiento de haber hecho las cosas bien. Pero
eso, a nosotros, no nos sirve. El nosotros es además amplísimo
: no puede servirle a nadie.
Rogarle al cielo que devuelva a Bioy y se lleve a Pinochet a cambio
puede sonar pueril, aunque no por eso debemos dejar de hacerlo.
Es más, ésta no debería ser una tarea complicada
para el cielo ya que ni siquiera debería alojarlo, solamente sellar
los certificados correspondientes y mandarlo para abajo, al sótano,
al fuego.
Un asesino más en llamas tampoco va a conmover a nadie.
En cambio un escritor de menos, como Bioy, es otra historia.
Pensemos solamente en los huecos en nuestra biblioteca por los libros
que ya no nos va a dar, en el placer de leer esas páginas ahora
imposibles y pensemos, aunque sepamos que esto no funciona así,
que quizá algo, un milagro, nos devuelva una mañana cualquiera
unas pocas páginas maravillosas, llevándose en pago a cualquier
general de estos.