Naxos
por Solange Rodriguez


Detuvieron su mano justo antes de que la antorcha incendiara las velas negras del barco, todavía húmedas por el  salitre de Creta. Ocultaron las espadas y las dagas, las fechas y las lanzas. Sumergieron los gritos de Teseo en vino hasta transformarlos en gimoteos torpes y diez atenienses vigilaron el letargo alcoholizado del mancebo para  que no insistiera más en buscar a Ariadna, extraviada desde hacía seis lunas  en las selvas de la  isla.
Al romper el día la partida fue violenta, los últimos alaridos roncos del futuro rey ingresaron por el laberinto de piedras labradas,  ramajes y llegaron hasta ella que, oculta,   mordía  sus labios  hasta la sangre para no gritar más a los héroes el odio por el asesinato del minotauro, su  amante bestia. Ariadna, Con el pulso acelerado, escondida entre los rosales, escuchaba  aliviada el bogar lejano de la embarcación y ovillaba la venganza del olvido.