Paquito
por Evaristo Rodríguez


 Después de seis años de recorrer el país con el viejo circo, deambulando permanentemente de un pueblo a otro, de pintarrajearse la cara y disfrazarse de ridículo pierrot, de ser el hazmerreir de todos y de hacer tanto de peón como de cocinero, y para colmo por una paga miserable, ya estaba decididamente hastiado de su suerte. Cuánto envidiaba a los padres que desde la tribuna reían a carcajadas junto con sus pequeños, sobre todo cuando pensaba que él podría haber sido uno de ellos.
 Se había unido al grupo al quedarse sin trabajo, y comenzó ayudando al armado de la carpa cuando el circo llegó al lugar donde vivía. Lo que en el lenguaje de los desocupados se llamaría una changa. Sin embargo, cuando la temporada terminó no había podido conseguir aún una ocupación estable, y fue así que decidió marcharse junto con el circo. El dueño sólo pudo ofrecerle comida, una cucheta para dormir y unos pocos pesos por mes.
 Al finalizar el primer año, Paquito, uno de los tres payasos del elenco, cayó de una escalera durante la función y se lesionó de gravedad. De allí a que esa tarde lo vistieran con su traje de pierrot, lo maquillaran con sus mismos afeites, y a los tropezones saliera a divertir a grandes y chicos, sólo hubo un mínimo trecho. A los pocos días ya actuaba como un profesional, y todos comenzaron a llamarlo Paquito, lo que le daba la sensación de estar usurpando un puesto que no era suyo. Dos semanas después el verdadero Paquito murió, y él, naturalmente, fue su sucesor.
 Ese día, poco antes de la primera función, reclamó nuevamente por su salario al dueño del circo, pero una vez más debió enfrentarse con su rotunda negativa, esa que a través del tiempo se había transformado en una actitud que le resultaba inexplicable. Como no se retiraba de inmediato, el patrón trató de echarlo de su carromato a los empujones, lo que desató una furia desconocida en él, tal vez alimentada por tanto tiempo de frustraciones y atropellos. Se dio vuelta, lo tomó del cuello y comenzó a zamarrearlo, mientras el otro lo golpeaba en la cara con sus puños. Lucharon cuerpo a cuerpo por unos instantes, y en el forcejeo todo terminó cuando el patrón cayó de espaldas violentamente, clavándose una de las esquinas de su escritorio en la nuca. Cuando lo vio inmóvil en el suelo, con su cabeza recostada sobre el cesto de papeles, supo que estaba muerto.
 Permaneció unos instantes enjugando su rostro sudoroso, y cuando bajó sus manos se quedó observando parte del maquillaje de payaso que había quedado en ellas. Luego de recuperar la calma, y como si ello fuera lo más natural del mundo, comenzó a quitarse su traje de pierrot.
 Esa tarde participaron de la función sólo dos payasos, pero el júbilo del público fue el mismo de siempre. Mientras el comisario del pueblo trataba de desentrañar el misterio del payaso encontrado muerto en el sillón del dueño del circo, un espectador muy especial, sentado en lo alto de las gradas, se divertía como nunca lo había hecho en su vida.
 

Evaristo Rodríguez