Vicky y la voz de la lluvia
por Abel Velázquez


Lo importante es tener un principio. El resto viene con el tiempo
Alan Parker. The commitments
I. La noche del lunes.
 -¿ De dónde caerá tanta agua?.
Era lunes por la noche y hacía ya muchos años que no llovía de forma igual. Ciertamente era demasiada la cantidad de agua que golpeaba arrítmicamente la ventana de Vicky.
- Afuera ya se formó todo un lago, pensó mientras corría las cortinas y se lamentaba por no tener cielo estrellado una vez más. Casi un mes sin ver las estrellas; pensó y esperó pacientemente a que la pantalla de la computadora se apagara para poder dormirse.
Eran casi las doce y cuarto cuando cerró el último chat. Había estado platicando con un tipo de Monterrey, uno de Guadalajara y su amor platónico: un chilango de la Ibero. La lluvia irrumpía en el silencio y la oscuridad del cuarto, con una fuerza que hacía materialmente imposible conciliar el sueño. Una y otra vez las gotas tocaban a la ventana de Vicky y eso la llevaba a pensar hasta entrada la madrugada, pensar e imaginar rostros, cuerpos, ropa, familia y demás características de todas las personas que noche tras noche conocía, reconocía o buscaba a través de la pantalla de la computadora. Ya entrada la mañana,  materialmente la imaginación de Vicky comenzaba a padecer delirio de insomnio y en su ventana encontraba figuras entre las sombras que provocaba la luz de la calle, la cortina y los contraluces de los chorros de agua escurriendo. El cansancio la vencía poco a poco, pero el sueño no quería llegar. Daba vueltas una y otra vez tratando de no pensar, de desconectar simplemente el cerebro e intentar dormir, dormir profundamente; pero era imposible. La figuras se transformaban poco a poco en rostros y en imágenes que ya mezcladas iban generando historias abstractas, como partes de un sueño confuso que poco a poco iban tomando sentido para hacerse cada vez más claras, más y más.
 De pronto: el despertador. Las cinco y media y a prepararse para clase de siete. ¡Carajo! No puede ser. Gritaba para dentro de sí mientras trabajosamente se levantaba para descubrir en su rostro dentro del espejo, unas ojeras que parecían arrugas de elefante. Casi un mes había transcurrido de la misma rutina nocturna, sin poder dormir bien, pensando en cosas que no entendía, tratando de aislar imágenes y darles forma. Simplemente nada. Sólo el sonido de la lluvia una y otra noche. La voz de lluvia, pensaba Vicky.
- Me voy a volver loca por no dormir; imaginó mientras salía de la regadera a prepararse para enfrentar un día más en la escuela.

II. ¿Quién es Vicky?

No necesito más que un alto sueño
Y un incesante fracaso.
Jaime Sabines
 Vicky era una estudiante modelo. Buenas calificaciones, dedicada, extrañamente bonita y buena hija de familia. Ustedes se preguntarán entonces cuál era su particularidad. La respuesta es que imaginaba demasiado, clínicamente, aunque aún no está plenamente comprobado, existen personas que reprimen sus desahogos y que muchas veces los manifiestan en imágenes que coinciden con una irrealidad individual, misma que son capaces de diferenciar o reconocer como irreal, pero que no pueden evitar. Era como si viviera dentro del mundo Bujo de Rogger Rabbit. Vicky veía cosas extrañas que además por alguna razón también la veían y le contestaban. No sé si me he explicado lo suficiente, honestamente estoy tratando de describir una situación y una condición bastante anormal así que les suplico me perdonen si no puedo ni llego a ser lo suficientemente claro; necesito que imaginen lo que están leyendo desde la perspectiva de ella. Voy a tratar de describir lo que veía todas las mañanas, por ejemplo, era capaz de salir del baño cuando su sombra aún no terminaba de disfrutar la tina y el agua caliente; esto no le importunó jamás ya que la sombra no tenía que maquillarse ni vestirse o escoger un color que hiciera juego para poder llegar con ella a la escuela, por lo que consideraba que estaba bien si se tomaba quince minutos más en la tina. También cuando comenzaba a salir el sol, se despedía de su ángel guardián para que este fuera a pasar lista en las faldas del volcán junto con el resto de guardianes locales y saludaba discretamente a todos los ángeles cuando estos regresaban de ver el amanecer y se comenzaban a integrar a las labores de un nuevo día. No entendía por qué tenía ese tipo de visiones pero como las sabía irreales y las había tenido desde niña, supuso que eran parte de una extraña normalidad. Una vez, cuando más pequeña, vio como un semáforo le guiñó la luz verde cuando estaban listas ella y su mamá para pasar la calle y únicamente sonrió y jamás dijo nada.
 Como comprenderán la situación era verdaderamente extraña y por lo tanto, muchas veces le daba miedo revelar lo que veía pero que, disimuladamente, pretendía ignorar para que no la consideraran loca. Lo malo es que había ocasiones en que por más que tratara de contenerse simplemente no se podía resistir y estallaba en una carcajada sonora y franca, porque simple y sencillamente su mundo estaba lleno de cosas absurdas y muy graciosas.
Lamentablemente tenía poco más de un mes de no sentir ganas de reír con las imágenes que le despertaban a todas horas camino a la escuela. El recuerdo de Gustavo la molestaba lo suficiente como para permanecer seria frente a la tira cómica que era su vida dentro y fuera de casa. Ni siquiera la escena de la sombra y el ángel guardián de Jaqueline echando volados para ver quien caminaría con ella todo el día, porque ninguno de los dos la soportaba, se le hizo simpática; tampoco lo fue la golondrina extraviada que paró cerca de su casa y tocó la puerta preguntando hacia donde quedaba el sur porque se había desorientado un poco. No había algo que verdaderamente le pudiera sacar de su depresión y no precisamente porque Gustavo hubiera sido el hombre de su vida, sino porque en realidad se sentía decepcionada de haber confiado tanto en él, de haber soportado tanto en espera de que él tuviera imaginación, paciencia y sueños propios, eso era lo que verdaderamente la mataba y la hacía flotar camino al estacionamiento, con la mirada en el suelo,  pensativa, muy sola.
 Aquella madrugada de lunes, las imágenes se hicieron claras y formaron un rostro en la ventana
- Fobos.
- ¿Qué dije? Pensó Vicky en voz alta.
- Se llama Fobos el tipo que viste, le dijo el oso de peluche que la acompañaba en el asiento del conductor mientras se colocaba el cinturón de seguridad.
- ¿Fobos? ¿De donde viene?
- No lo sé, le dijo el oso. Hace varias noches que está ahí pero casi no habla. Yo creo que te tiene miedo.
-¿A mí? Pensó Vicky ¿Por qué me iba a tener miedo?.
- Ignórolo y cuidado con el bache a tu izquierda.
- Fobos, pensó Vicky mientras encendía la computadora en el estudio de su casa y giraba lentamente en el sillón de su papá.
-¿Tú tambien lo has visto? Le preguntó a la cafetera que la acompañaba todas las noches mientras platicaba a través de la red con sus pretendientes virtuales.
- Ayer solamente, le contestó e inmediatamente le sirvió café en la taza con su nombre.
- Se ve muy triste ¿no?. Le dijo y la cafetera suspiró profundamente un:
-  Tú te ves más triste hija.
Vicky bebió el café y mientras una pequeña lágrima caía sobre el teclado de la computadora sin mensajes nuevos.

III. Gustavo.

No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo no quieras con desgana
no te salves ahora ni nunca no te salves
no te llenes de calma
Mario Benedetti
 Vicky comenzó a salir con Gustavo desde que empezó la carrera; ciertamente había una pregunta que flotaba en el aire acerca de la naturaleza de sus relaciones ¿Qué diablos le vio?. Difícil pregunta, porque para entender el misterio que era en aquel entonces, había que imaginar a la Vicky de casi cuatro años atrás que era en definitiva opuesta a la Vicky actual y en el fondo prácticamente igual. El caso es que no lo recordaba, como que esa pregunta le daba amnesia y no recordaba muy bien cual fue la extraña fuerza que le obligó a quererlo hasta la ignominia, porque vaya que lo quería.
 Recordaba por ejemplo que Gustavo le inspiraba confianza; que en un principio le pareció lo más cercano a la madurez; confiar plenamente en su pareja y esperar de él absolutamente todo para entonces ella comenzar a darlo todo. Por lo que el problema ahora en la frialdad del análisis se redujo a eso exactamente: ninguno de los dos puso absolutamente todo en la relación, uno porque su naturaleza no le permitía dar más allá de lo que sabía que le convenía y la otra simplemente no quiso dar el primer paso como una medida de seguridad.
Muy en el fondo, Vicky entendía que la relación no iba a durar por siempre y que por lo mismo había que esperar el final desde el primer día, no por catastrofista sino pensando en términos reales. Claro que no todo era completamente gris. Gustavo avivó en gran parte la imaginación de Vicky gracias al desinterés que mostraba por imaginar. Esto a la larga la llevó a refugiarse en viejas historias y novelas de amor. Le bastaba leer para sentirse parte de los grandes romances y equilibrar su totalmente anti-romántica relación. Porque era cierto, Gustavo nunca se distinguió por ser detallista o sensible. Ella hubiera querido un poeta, pero que tuviera el físico de Gustavo o mejor y que hablara cuatro idiomas y viajara por todo el mundo haciendo safaris, pagando guerras o enamorando portuguesas para luego escribir las historias o hacer películas o quién sabe.
La verdad es que nunca supo muy bien que era lo que quería, era como si de pronto esperara despertarse y encontrar sobre su almohada una rosa roja y  un te amo escrito en un pequeño papel granito, con tinta Mont Blanc  sepia, de pluma fuente. Un te amo que le zarandeara hasta el alma para sentirse viva; pero con Gustavo eso no era posible. Tenía sus ventajas claro, pero nada que no tuvieran los otros cuarenta y tres millones de mexicanos varones. Nada que lo hiciera diferente, especial. Ni siquiera podía hablar con su sombra y jugar a las figuras sobre la pared. Ni siquiera le contestaba las cartas que le mandaba, bueno si las contestaba pero no tenía retórica, no bailaban las letras sobre el papel, ni la lluvia se limpiaba la garganta para leer lo que le escribía, era un hombre común y corriente.

IV. Mata más la duda

Lo contemplamos y no le vemos; su nombre es el invisible.
Lo escuchamos pero no lo oímos;
Su nombre es el inaudible.
Lo tocamos sin hallarlo;
Su nombre es el sutil
Lao - Tzu
 Fobos. Pensó Vicky en voz alta mientras cerraba la cortina de la ventana, dejando una rendija para que la luz se pudiera filtrar y el rostro de su nuevo admirador fuera más claro, más nítido.
-¿Crees que vendrá esta noche? Le preguntó a su oso, que aparentemente era su consejero espiritual.
- No lo sé, ¿quieres que te eche las cartas? Le dijo el oso, sacando un pequeño mazo que comenzó a barajar hábilmente sobre la cama.
- No, le respondió Vicky. Prefiero que sea como las noches anteriores, que llegue despacio y a lo mejor hoy se anima y tal vez me hable.
- Como tu quieras mi niña, le dijo y guardó sus cartas en el chaleco verde que ella le tejió para la época de frío.
 Esa noche Vicky esperó despierta prácticamente hasta las seis de la mañana sin que en su ventana se asomara la figura de Fobos, ni el rostro, ni el gesto fruncido que amenazaba con desplomarse en llanto. Nada; esa noche no llegó y ella, sus peluches, recuerdos y muñecas no durmieron, pensando que ciertamente el tipo aquel era muy extraño y que nadie tenía idea de lo que estaba tramando.
 A las seis entró al baño y se preparó para ir a la escuela, pero esta vez ni el cansancio pudo con la tristeza que sentía y menos con la curiosidad por saber quien era Fobos. Adalid, su ángel de la guarda tocó a la puerta del baño.
- ¿Puedo pasar?.
- No porque no estoy vestida, le contestó. En el espejo, la imagen de Adalid traspasó la puerta y se recargó en la pared mientras encendía un cigarro.
- Eres muy mala mintiendo, le dijo mientras estiraba la mano y el cigarro, invitándola a darle una fumada.
-¿Cómo puedes fumar a esta hora?
- Para el cáncer cualquiera es buena hora.
- Síguete haciendo el chistoso. Le recriminó en un tono que Adalid conocía perfectamente; era el empleado siempre que las cosas no salían como las imaginaba y que después sus fantasías acababan pagando con el mal humor.
- Uy, uy, uy.  La princesa ahora sí está enojada. ¿Es por el plantón?  Vicky lo fulminó con la mirada, sabía perfectamente que Adalid era muy honesto, pero también sabía que no le iba a tolerar sus burlas. Recordaba que fue él quien le dijo que Gustavo no era la mejor opción para satisfacer sus sueños y que no se enamorara demasiado, arriesgándose incluso a un regaño de sus superiores por ir en contra del postulado de amor y la misión de todos los ángeles.
Adalid se amparó demostrando que el amor que sentía Vicky por el amor mismo no era normal y que por lo tanto no merecía sufrir frente a alguien que no fuera capaz de quererla como ella lo merecía. La verdad era que la adoraba y sentía una verdadera devoción por sus ojos verdes donde a menudo jugaba a reflejarse con fuerza, como formando parte de una de las incontables visiones imaginativas que esa mujer era capaz de crear.
- ¿Quieres hablar de lo de anoche?

V. Un ángel en la tina...

Todas las cosas visibles de este mundo, han sido puestas bajo la protección de un ángel.
San Agustín
 Adalid fue el ángel que llegó al nacimiento de Vicky y a quien le tocaba acallar su alma y borrar su memoria, para que no hablara de lo que había visto en el Guf y no pudiera describir el rostro y la voz de Dios.
Recordaba que al intentar tapar con su dedo índice los labios de la recién nacida,  un rayo de luz brotó de su mirada y no pudo más que quedar prendado de sus ojos faltando sin quererlo a su misión. Nunca le había pasado, confesó en el senado máximo y pidió perdón comprometiéndose ante Rafael, el trono de la vida y muerte,  a no abandonar jamás a la niña para cuidar que no hablara; a enseñarle a diferenciar su realidad de la realidad de los demás y a manejar su capacidad imaginativa con la consigna de evitar a toda costa, que explotara esa capacidad; en virtud de lo que sus visiones a través de pinturas, música o escritos, podían afectar a la humanidad.
Adalid le regaló a Vicky el don de ver por dentro de las personas y poco a poco fue entrenándola para manejar sus visiones, pero le pidió a Rafael que le quitara un latido de corazón, para que no desbordara el amor que llevaba dentro y siempre se controlara un poco antes de dar. No por ello la convirtió en egoísta y consciente de la enorme capacidad de amar de Vicky le enseñó a dar más de lo que la gente le mandaba y la hizo sufrir a través de pesadillas vividas desde niña, para que sus sufrimientos de grande no se convirtieran en angustias. Le dio vida a sus juguetes para que no se sintiera sola a pesar de saber que en realidad el latido que le había quitado era la garantía irrefutable de una soledad permanente y no se separaba de ella más que para ver el amanecer en la copa de un pino muy viejo que había cerca del volcán, en completa soledad. Ahí Adalid, oraba por encontrar todos los días la paciencia para que su niña no tuviera deseos de recordar y se conformara con ver más que los demás. Oraba para que ella no deseara el amor total de los hombres y se contentara con distribuir el suyo a cuentagotas.
Adalid había visto muchas veces la mirada de Vicky perdida en la pantalla de Internet. Soñando con las historias de amor que le mentían, desvelándose por encontrar al hombre perfecto en medio del velo de la red, deseando fervientemente enamorarse hasta los huesos, hasta el dolor, hasta el inmenso silencio.
- ¿Quieres hablar o te me vas a quedar viendo así toda la mañana?.
- No quiero hablar.
- Otra vez estás mintiendo, le dijo Adalid en un tono seco.
-    No, en verdad no quiero hablar, pero no porque este mintiendo sino porque no entiendo nada de nada.
La mirada de Vicky se clavó en el suelo como buscando la respuesta en el lavabo, ni siquiera miraba al espejo. Era como si estuviera huyendo de ella misma, de sus visiones, de todo lo que Adalid le había regalado para hacer su vida diferente. Un poco de vapor en el baño empañó el cristal del espejo y detrás de la bruma se asomó una mirada; la misma que desvelaba desde hacia tres noches los hermosos ojos verdes de Vicky; la misma que se perdía de repente con la luz del alba y que a veces no regresaba pero que sobre todas las cosas, lo decía todo sin decir una sola palabra.
No dejes que la tristeza se apodere de tu mirada
No escribas con lágrimas que la angustia te busca y te encuentra
No esperes que la lluvia despinte el gris de las horas pasadas
No llores.
No llores por favor
 - ¿Escuchaste eso? Preguntó Vicky con la angustia anudada en la garganta.
 -  Por supuesto que lo escuché, ¿no estoy más cerca yo que tú de todas esas irreales y absurdas visiones que tienes desde niña? ¿No soy yo una de ellas?
 - Tú la creaste ¿no es cierto? Estás usando uno de tus trucos. Como el de los juguetes. ¿Por qué lo estás haciendo?
 - Yo no hice nada mi pequeña niña. Fobos existe como existimos todos nosotros; como coexistimos en tu cabeza todos los que te queremos y pensamos en ti. No trates de entender ni le des de pronto un sentido a tu búsqueda porque no tiene; piensa y espera. Fue la última frase de Adalid al desaparecer ante el inminente sonido de la realidad en la puerta.
 - Vicky. Apúrate que ya te están esperando.
 - ¿Quién eres Fobos? ¿De dónde llegaste? ¿Quién eres?

VI. Fobos antes de la ventana.

Lo que conoces, es tan poco lo que conoces de mí
lo que conoces son mis nubes, son mis silencios, son mis gestos.
Lo que conoces es la tristeza de mi casa vista desde afuera
son los postigos de mi tristeza
el llamador de mi tristeza
Mario Benedetti
 Fobos era muy pequeño cuando sus padres desaparecieron sin dejar rastro en una pequeña ciudad del sur del país. Su padre era un hacendado muy poderoso de la región que constantemente hablaba de un lugar mítico en dónde el tiempo no transcurría físicamente. Hablaba de una cápsula humana que había sido diseñada por los ancestros de nuestros ancestros para una élite de seres humanos capaces de ver el mundo y permitir que los hombres escribieran la historia de la manera correcta pero sin tener la capacidad de intervenir. El padre de Fobos soñaba con un encuentro con Dios, cara a cara. Durante algunos años trabajó en un reporte de la situación del ser humano que planeaba entregar personalmente al supremo Senado de Tronos en el cielo, para que le permitieran ayudar. Era inventor y le gustaba fabricar máquinas que lo acercaran al cielo. Algunas veces insistió en que si Dios leía los planes que había terminado para darle sentido al mundo, lo convertiría en un ángel. Hasta que un día una de sus máquinas cayó estrepitosamente por el despeñadero del gran Cañón. Nunca encontraron su cadáver y la gente comenzó a crear historias. Decían que su espíritu era quien mandaba la lluvia cuando poco después de su muerte, un aguacero violento sacudió la región salvándola de la sequía que perseguía al estado desde cinco años atrás.
La madre de Fobos era ciertamente una imagen un poco más confusa. Entre los recuerdos de niño aparecía de pronto un rostro extremadamente blanco y una figura delgada que se acercaba lentamente para tocar su nariz; también recordaba unas alas, unas alas enormes en su espalda; unas alas que hacían mucho ruido cuando poco a poco se alejaban hasta perderse en el horizonte de silencio, que durante años le provocó pesadillas horribles y recuerdos de una ausencia muy pesada, de lágrimas, de un solo beso en la mejilla y después nada. Absolutamente nada.
 Fobos creció en la soledad de la hacienda que le dejó su padre al desaparecer. Tenía un mayordomo que le despertaba y le hacía compañía pero con quien jamás cruzó una palabra. Únicamente trataban de entenderse a señas sin comunicarse, en el plano más elemental.
 El mayordomo le apilaba libros de poesía que él devoraba sin comprender, pensando que el lenguaje que había utilizado toda su vida era una pérdida absoluta de tiempo. Encontrando en la belleza de las palabras el único consuelo real a su tristeza, a su estado natural de tristeza que demolía a quien  lo observaba con sólo contemplar su mirada vacía, perdida, ausente.
 En realidad nunca se llamó Fobos, el nombre lo tomó de un extraño libro que hablaba de las lunas de Marte: Fobos y Deimos, recordaba que había leído:
Pequeña ilusión de Fobos
Qué pecado estás pagando que tu corazón sin Dios
Sin alma y sin sobresalto
Te hace girar contra el manto
De la interminable noche.
¿Lloras por ti y tu silencio?
¿Duele la soledad?
  Desde entonces a media voz repetía una y otra vez su nuevo nombre para que el eco escuchara y le devolviera la soledad hasta el fondo del alma, hasta donde la noche pudiera sentirse acompañada.
 Una mañana al salir de su casa la lluvia se desplomó sobre su humanidad. Fobos había escuchado todas las historias que sobre su padre se habían inventado y pensó en él. Intentó llamarlo, pero su boca no articuló palabra alguna, había olvidado el nombre de su padre y eso le hizo sentir unas ganas inmensas de llorar. Pero no salieron las lágrimas, solo arreciaba la lluvia sobre él.  Era como si cargara a cuestas su propia nube negra para completar el cuadro de su tristeza y evitar que le faltaran las tardes de lluvia melancólicas y atroces. Fobos salió y se perdió en la inmensidad del bosque. La gente no lo vio regresar ni a la mañana siguiente, ni a la siguiente, ni nunca;  pero escucharon como el río en las tardes pronunciaba en un murmullo tenue el nombre que Fobos había escogido para perderse de sí mismo y del mundo que no le gustaba para vivir. La gente escuchaba el río y al eco contestando en sentido contrario, confirmando que la tarde se sentía acompañada y que la tristeza se había integrado a las lágrimas de lluvia que hacen los ríos al morir, frente al mar. Allí donde el padre había decidido cambiar su residencia y ahora permitía a su hijo jugar y llorar mucho, como las cascadas, como la lluvia.

VII. Gota tras gota

Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
los que cambian, los que olvidan,
su corazón les dice que nunca han de encontrar
no encuentran, buscan…
Jaime Sabines
 Vicky trató de caminar aprisa rumbo a su salón de clases y en el camino dejó al viento con los brazos abiertos y sin posibilidad de recibir el tradicional abrazo mañanero. Venus desde lo alto intentó comprender por qué la niña del ángel caminaba a velocidad desmedida sin mirar a ningún lado. La encontró en la ventana del salón y desde allí centelleó intentando llamar su atención pero nada, Vicky estaba completamente ida del mundo irreal.
 Al salir de la primera clase los clásicos cuatro o cinco absurdos que siempre se le pegaban intentaron platicar con ella, amén de sacarle también una tarea que por supuesto no habían hecho y que ella les entregó sin mirarlos siquiera.
 Esa hora estaba libre. Así que salió corriendo hasta el espacio de red en las computadoras; se conectó y buscó desesperadamente regresar al mundo real. Encontrar un mensaje del aventurero virtual de la Ibero y saber que todo lo demás era parte de sus sueños típicos y absurdos. Encontró cuatro nuevos correos y los abrió con impaciencia. Uno de la Biblioteca, otro de un concierto de cámara de la orquesta filarmónica de Contadores públicos (patético ¿no?). Uno más de alguien que había mandado la cadena del beso y el último de su interfase con el mundo real.
No tienes idea cuanto te he extrañado y cuanto me haces falta en las noches de lluvia como la de hoy. Estuve pensando en ti cada minuto del día y sin querer desee con todas mis fuerzas que aparecieras en este cuarto, para siempre...
Te quiero
Yo
-  Por supuesto que no le vas a creer ¿o sí? Preguntó Adalid sentado sobre la máquina de Vicky.
-  ¿Qué haces aquí? Se supone que no debes aparecerte en lugares públicos ¿no?
- Ellos no pueden verme. Acuérdate que la loca eres tú y creo que gritando así como lo haces,  estás confirmando muchas sospechas. Mira nada más como te ve la gente.
- Adalid, vete que no estoy de humor
- Eso ya no es noticia, pero lo que sí es noticia es que ya tengo la información que andabas buscando.
- Yo no estaba buscando nada
- Entonces no te interesa saber ¿quién es Fobos?
- No. Estoy cansada de todos estos estúpidos juegos irreales
- Entiendo. La niña prefiere pensar en su eterno amigo, aún más imaginario que nosotros, que le promete absolutamente todo sin pedir nada a cambio. Que le jura amor fiel y eterno por un par de horas de contacto electrónico ¿o me equivoco?.
- Sí, te equivocas y ya déjame en paz por una vez.
El silencio de la sala de computadoras fue casi coreográfico. Jorge, el encargado,  se acercó a Vicky preguntándole si se sentía bien o si necesitaba un doctor. La vergüenza le hizo salir corriendo envuelta en lágrimas que no cesaban y que parecían perseguirla. En los prados más alejados a los edificios se sentó a llorar pidiendo a todos los santos que ninguna de sus visiones se acercara mientras intentaba comprender su tristeza. A lo lejos Adalid se sentó en la terraza del tercer piso de Ingeniería, orando porque el llanto cesara, pero no pasó. Vicky lloró una, dos, tres, cuatro horas y así  hasta el atardecer. La luna se asomó sin entender lo que pasaba y dudó en salir, así que se escondió tras una nube pidiéndole que le avisara cuando la niña dejara de llorar para poder comenzar su trabajo. Vicky escuchaba las lágrimas caer al piso y el inevitable recuerdo de las noches de lluvia le vino de pronto. La tristeza, pensó. Eso es. El agua sale de la tristeza, dijo mientras recordaba aquella noche que se preguntó de dónde salía tanta agua.
A veces el mar es la presa más grande de lágrimas
Porque no hay sitio que alcance a copar el olvido
Era su voz. La voz que había escuchado esa mañana de desesperación. La voz de uno más de sus seres imaginativos que en ese momento estaba frente a ella. Con la mirada triste sobre sus inmensos ojos verdes.
Pero el mar también escribe con palabras dulces
Toda la voluntad que tiene de dejar de estar solo
Y se mete en los caracoles y sangra notas y llueve y canta...
Vicky no podía hablar. Estaba atrapada en la musicalidad de las palabras, dejándose llevar por el vaivén de las gotas de agua que fluían de las manos de Fobos. Dejando que el incontable mar de lágrimas que salían de sus ojos verdes, llenaran el espacio de un cuerpo, un rostro y una boca. Una boca fría que le rozaba el pelo y las mejillas, mientras ella cerraba los ojos esperando el amor total, el amor verdadero, el amor real.
 Cuando despertó se encontró en su recámara, con la pijama puesta y sin una idea de lo que había ocurrido y cómo había llegado hasta allí. Adalid sentado a sus pies la miró despertar y respiró (es un decir) aliviado. No dijo una palabra y sólo señaló la ventana del cuarto. Afuera la lluvia era más intensa que ninguna otra noche, más sonora que nunca y mucho más hermosa. Entre las figuras y los contraluces se podían entender letras que bailaban y trataban de llamar su atención:
Hoy la noche me habla de tu piel
Y abrazándome está la madrugada
Un adiós, un te quiero y un por qué
Y nada...
La sonrisa de Vicky iluminó la habitación hasta provocar el pánico de los vecinos, quienes en su desconcierto llamaron a los bomberos pensando en un posible incendio. Un minuto más tarde sólo había oscuridad en el cuarto y un sueño profundo, callado, absoluto. Un sueño que había esperado desde un mes atrás. Un sueño de tranquilidad, sin visiones; el descanso, sólo el descanso.
 

VIII. El chilango de la Ibero

Cuando al señor le place, los buenos espíritus aparecen ante los demás y también ante ellos mismos, como lucientes estrellas brillantes, resplandecientes de acuerdo con la calidad de su caridad y su fe; pero los espíritus malos aparecen como glóbulos de fuego, de la nada, mintiendo.
Emanuel Swedenborg
 La red es el mejor lugar para esconderse, pensaba un alumno de sexto semestre de Ingeniería Industrial de la Ibero que cambiaba de nombre como de calcetines. Azhor, Casiel, Zinnoeb, Ubjiel y otros tantos nombres de ángeles, eran sus estandartes electrónicos para definirse o bien para describirse; mismos que evidentemente causaban un gran atractivo, sobre todo entre las féminas que se perdían noches enteras en una soledad compartida por una conexión electrónica.
 El invento de internet, transformó al mundo en una alternativa de posibilidad. El universo de almas se convirtió de pronto en un lugar físico o casi y cabía la posibilidad, remota si bien es cierto pero al fin real, de localizar a través de una computadora a la mitad ideal de la que hablaba Platón. La misma que nos fue arrancada de raíz al llegar al mundo y que deambula por éste intentando al igual que nosotros, encontrar la armonía, la felicidad y el amor.
 El chilango no iba quizá tan lejos; le gustaba ligar, convencer, dominar en una palabra. El Internet era en definitiva una herramienta que le permitía modificar su realidad o hacerla parecer menos importante y publicar todas sus ventajas competitivas como un alma circundante del espacio y tiempo.
Todo había empezado con una carta enviada al estilo de las cadenas a muchas matrículas al azar, intentando pescar conocidos o amigos por las mismas. Después un par de detalles, un par de palabras reconfortantes y ya está: el cliente en la bolsa.
 El chilango sabía que detrás de la pantalla el riesgo era el mismo para todos y que nadie quedaba excento de sorpresas. Sabía de sus capacidades y ciertamente en su terreno era muy bueno, tal vez el mejor. Podía imaginar cada detalle que escribía la contraparte para hacerlo casi un retrato hablado que le ayudaba a conquistar o desistir. Si decían que no eran muy bonitas entonces estaban en la media aceptable pero les faltaba seguridad, si decían que la belleza no importaba, eran chavas arriba del promedio que intentaban a toda costa quitarse el complejo de ser parte de una sociedad machista, si decían que eran más bien feas, eran chavas guapísimas que intentaban no dar pistas de su físico a su interlocutor y si eran chavas que no hablaban más que de ellas y eran cultas era lógico que estaban horribles o bien eran puñales y se desahogaban imaginando lo que definitivamente estaban muy lejos de ser. Por lo tanto el truco estaba realmente fácil. Era posible con un poco de maña, distinguir las señales de la gente que se inscribía en el Internet y explotarlas como objeto de poder.
 Había toda clase de chavas, las intelectuales, las mochas, las fresas, las babosas, las ardidas, las feministas, las solitarias, las poetisas, las fáciles, las muy fáciles y las regaladas. Evidentemente en un nivel como el del chilango, ya no cualquier mosquita muerta es carne de cañón, como que había que ser más selectivo ¿cómo? Simplemente poniendo atención a lo que la persona comunicaba entre líneas: angustia, soledad, deseo, inteligencia, falta de afecto; pero sobre todo soledad.
 Cuando el chilango conoció a Vicky le pareció el caso más raro que había encontrado en la red; era como si se tratara de un precedente clínico o algo por el estilo. En ella se conjuntaban muchos valores contradictorios, como la creatividad y la sobriedad, la madurez y la inocencia, la soledad y la felicidad. Vicky era un espécimen raro, prácticamente indescifrable a través de la red, por lo que inmediatamente se convirtió en la favorita de nuestro cyber-latin-lover.
 Era muy complejo entender lo que escribía en los chats. Hablaba de su ángel guardián, de su enamorado de gotas de lluvia, de su oso gitano y de una cantidad de cosas que complicaban muchísimo la tarea de entenderla, por lo menos a través de la pantalla.
 Vicky podía pasarse horas en verdadero estado de confesión sin importarle que el chilango no soltara una palabra verdadera, una frase no ensayada y probada, una estrategia de conquista bien plantada. Eso lo sacaba de quicio y le hacía pensar en mil perversiones para trastocar el alma de Vicky alevosamente, con dolo. Imaginando el día en que ella sin poder resistirse firmaría cada uno de los correos con un definitivo: te amo. En ese momento él sería el amo y señor de las almas conquistadas por Internet. Vicky era la confirmación de su superioridad y necesitaba someterla a como diera lugar, enamorarla, engañarla.
 Aunque no supiera que hacer cuando todo esto ocurriera.

IX. Amanecer dónde. Amanecer cuándo.

Cuando el tiempo nos pierda entre su andar
Y en silencio me borre la mirada
No tendremos estrellas que contar
Ni nada.
Alejandro Filio
La mañana siguiente al encuentro con Fobos, Vicky despertó feliz, enteramente feliz sin explicarse la razón específica de este estado, pero agradeciendo el milagro. Adalid la miraba, intrigado, temeroso de que hubiera pasado algo que él fuera incapaz de controlar; tenía miedo de preguntar; no sabía, por primera vez, si valía la pena confrontar a Vicky con su realidad ahora que se veía tan bien, tan feliz.
El pasillo del tercer piso del edificio de Ingeniería fue la prueba de que, al menos en casos como el de Vicky, el destino no existe. Caminando hacia ella, un jugador del equipo de fútbol americano la miró sin prestar mayor atención y la mirada le fulminó el corazón. Adalid buscó a Cupido para matarlo por haber cometido tan absurdo desacato, pero el enano alado desde lejos le dijo: Juro que no tuve nada que ver.
El día se convirtió en increíblemente normal. Todas las imágenes de Vicky se sentaron a deliberar en las faldas del volcán sobre la naturaleza del encuentro con el jugador de Fútbol y nadie entendía las razones. El oso tiraba una y otra vez sus cartas y repetía que el futuro no traía nada bueno, pero que tampoco se podía aclarar nada. Había interferencia en el mensaje. Adalid habló muy preocupado de la desgracia que sería para el mundo el hecho de que Vicky perdiera su capacidad imaginativa por rebajarse sentimentalmente a la altura de un deportista de alto rendimiento.
- Es un imbécil, dijo el oso derrotado por el Tarot y su negligencia para revelar el futuro.
- Un descerebrado acotó la sombra, quien realmente hasta antes de ese día jamás había hablado, lo que hizo aún más preocupante la situación que se vivía en el seno de la junta de fantasías.
El reporte de las nubes espías no era para nada alentador. Vicky se había presentado con el gorila y esa tarde estaban camino al cine, o sea que cualquier cosa podía pasar.
Inmediatamente se formaron comisiones para vigilar y evaluar el comportamiento de Vicky frente a esa nueva situación y las repercusiones que tuviera. Fobos no se unió a ninguna comisión. En el último rincón de las faldas del volcán, se sentó callado, distante, sumido en un silencio similar al que lo transformó en llanto permanente. Adalid llegó hasta él sin decir palabra, tratando de reconfortarlo.
- No es nada, no te preocupes. Seguramente es un deseo pasajero. Ya verás que regresa a nosotros.
¿Qué hace la luna si le falta la luz del sol para reflejarse entera sobre el mundo?
¿Cómo le cede el espacio la tarde a la noche sino tomándola de la mano?
¿Con que alegría se recibe al amanecer si la noche no le besa la mejilla?
 - ¿Y tú crees que para mí es fácil entender si no he hecho otra cosa que amarla desde que nació? Siempre desde el maldito silencio.
Tu no la pierdes ni la recuperas porque jamás ha sido tuya.
Tu no la vas a llorar porque las lágrimas no mojan tus alas.
Tu no la esperaste desde la muerte sin conocerla
Ni vas luchar contra tu destino por olvidarla.
Aquellas palabras hicieron que Adalid se sentara junto a Fobos; perdiendo como él la mirada en el infinito total de las palabras, pensando en que quizá la vida de Vicky había comenzado desde otro origen, desde un principio en el que ninguna de las fantasías tenía lugar. Adalid escuchaba sus propios pensamientos dando vueltas al despeñadero, preguntando por qué. Sintiendo más que nunca el doloroso silencio que en ese momento, el eco, ni siquiera se molestaba en devolver.
 A la salida del cine, Vicky no reconoció a Adalid entre la gente. No lo miró detenido en el aire sobre la marquesina con la cabeza hundida entre las alas. No escuchó las campanas que acostumbraban tintinar en sus oídos cuando el ángel daba apenas un soplo sobre de ellos. No escucho la imitación de Singing in the rain afuera de su casa mientras se despedía de su nuevo amigo, sin historia, sin pasado, sin imaginación y sin embargo tan afortunado, tan estúpidamente afortunado.

X. El amor no basta

Uno de los momentos más gratificantes de la vida, se produce en esa fracción de segundo en que lo conocido se transforma de pronto en el aura deslumbrante de lo profundamente nuevo.
Edward Lindana
En la ventana de Vicky, todas las fantasías se habían juntado para despedirse de la imaginación de quien, hasta ese entonces, había sido su dueña. El oso tiró las cartas por detrás de su hombro y se acomodó en la almohada sin que Vicky se percatara de ello. La sombra trató de jugar en los contraluces de la habitación pero estaba encadenada, sujeta a una voluntad que no era la suya y que comenzaba rápidamente a borrar su memoria. Las golondrinas perdidas miraban incesantemente a la luna intentando encontrar una respuesta a lo que se estaba viviendo tras la ventana. Adalid estaba triste, como nunca. Se sintió pesado por primera y cuando Vicky cerró la cortina frente a él, su reflejo se borró del cristal que ahora los estaba separando.
Gustavo llamó por teléfono tres veces, pero la mamá de Vicky en una complicidad que nadie le pidió, la negó argumentando excusas y pidiéndole que no volviera a llamar por el bien de todos.
Al otro lado de la red en México, el chilango esperaba la contestación a su último correo donde, derrotado, se declaraba por primera vez, enamorado fervientemente de la niña que lo despertaba en algún punto del universo y que lo había hecho comprender que las almas gemelas existían: ella era la suya. Pero se quedó esperando porque la respuesta nunca llegó. Vicky sintió que dentro de ella había algo que le decía que ninguno de los correos anteriores había sido verdadero y borró el último sin abrirlo, sin leerlo, al mismo tiempo que tiraba a la basura la dirección su ex cyber- pretendiente, como si hubiera dado un reset completo a su vida.
Su diario comenzó a borrarse palabra por palabra sin querer hacerlo, pero consciente de que el nuevo destino era muy cruel, que las condiciones habían cambiado y que lo mucho que antes imaginaba la niña hoy tenía que olvidarse, borrarse para no causar problemas. En un gesto de dolor, se cerró y se colocó el candado en la pasta jurando nunca más hablar de lo que allí se había escrito. Jurando olvidar.
 Fobos abrió los brazos y la lluvia comenzó a caer sobre el cristal con fuerza, con la fuerza que da el dolor de la derrota y la pérdida y en silencio gritó para no dejar que el vacío le reventara los oídos. Pero al igual que aquella vez que perdió a su padre en el despeñadero, las palabras no salieron, ni las lágrimas. Sólo la lluvia.
 Adalid cayó de rodillas sobre el fango formado frente a la ventana de Vicky y sintió la mano de alguien sobre su hombro. Era Rafael, su jefe, Trono principal de Dios y guía de la vida y muerte de las almas.
- Todo termina Adalid.
- ¿Por qué ella?
- Yo te debería hacer esa pregunta.
- No lo sé. En verdad  no lo sé. Quizá porque...
- ¿Por qué la amas?
- Tal vez
- Pues entonces está bien. Desde donde estás es mejor amarla que atarla a una perfección que no quiere llevar a cuestas.
- Ella no necesita de mí para ser perfecta.
- Ni de ti ni de nadie; ella es diferente a nosotros y es necesario darle la opción de elegir. El día que todos ustedes le hagan falta, volverán a aparecer. Tienen que dejarla decidir su propia misión.
- ¿Va a ser feliz?
- ¿Quién lo sabe? Ahora todo depende de ella.
- Le devolvieron...
- ¿El latido del corazón? Nunca se lo quitamos.
- Entonces...
- Es un poco largo de explicar. Lo que te puedo decir es que no le creas a tu jefe todo lo que te dice.
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Adalid y acto seguido se levantó del suelo enjugándose las lágrimas que habían formado prácticamente un pequeño riachuelo que corría hasta los pies de Fobos.
¿Y yo Rafael?
¿Cómo olvido lo que no fue más que en mi silencio?
¿Cómo me saco el corazón que no tengo?
¿Cómo me curo el dolor que no entiendo?
- Depende de ti.
- Entonces no tengo remedio
- Claro que lo tienes ¿Qué apostarías por la vida?
- Mi muerte.
- ¿Aunque perdieras lo único que te vale para existir?
- Si.
- ¿Y si perdieras?
Fobos miró con complicidad a Adalid sabiendo que estaba cerca de conseguir lo que anhelaba.
- Adalid. ¿Valen sus ojos el dolor de ser?
- ¿Quién soy yo sin ellos? Ni siquiera el dolor de no ser.
- Entonces no me importará perder, porque en el riesgo cabe la posibilidad de aprender a amar.
Rafael suspiró profundamente y sin grandes aspavientos, tocó la frente de Fobos mientras pronunciaba el nombre de Dios con las siete letras sagradas del reino, mientras el mundo se borraba y se hacía pesado, compacto, como la lluvia, como la voz de la lluvia canturreando por última vez el nombre de Fobos frente al despeñadero, frente al eco respondiendo: Buena suerte.

XI. Sólo queda empezar de nuevo.

Voy a revelaros un gran secreto. Una secular astucia de la humanidad.
Adelante es por todas partes.
Milan Kundera
Jaques y su amo.
Un rayo de sol pegó seco en la cara de Fobos, que por alguna razón ya no se llamaba Fobos.
- Tengo un nombre, pensó.
De pronto entendió que no tenía su misma naturaleza triste y que ya su cuerpo no estaba formado por lágrimas. Era un hombre normal, tanto o más que cualquier jugador de Fútbol americano que había en el mundo. Se miró al espejo y vio una cara normal, tez morena, ojos cafés, pelo negro, todo normal. Escuchó que alguien golpeaba la puerta para avisarle que el desayuno estaba listo y contestó si mamá, sin pensarlo. El trono había manipulado algo y le daba la oportunidad de regresar a un punto de partida.
Cuando salió del cuarto semivestido, vio que su mamá no era la figura blanca sin rostro que le acompañó en sus sueños de niño. Era una mamá de carne y hueso, chaparrita y  que con cara de sueño lo regañaba por no haberse vestido aún. Vio su verdadera casa y regresó inmediatamente para darle un beso en la frente a su nueva mamá que ahora representaba la posibilidad de una nueva vida.
 Tomó un taxi en la esquina de su casa y le pidió al chofer que manejara lo más rápido posible, dio la dirección sin entender lo que decía, pero con la certeza de que su nueva vida era real y confiando en lo que Rafael había hecho para convertirlo en uno más. Sabía que tenía que llegar antes de que ella cruzara hacia las escaleras del edificio de Ingeniería. Llegó con algo de tiempo de ventaja y se recargó en la pared, esperando a que los minutos se decidieran a correr, a volar para que Vicky pasara frente a él.
 La vio acercarse vestida en un traje sastre negro, muy arreglada y caminando a paso constante pero desacelerado. Iba revisando su bolso de piel, tambien negro. Poco a poco caminó hacia ella, hasta que chocaron de frente tirando por el suelo todo el contenido de la bolsa. En ese instante pasaron como flashes por su cabeza, todos los versos aprendidos en las lecturas de niño, en las tardes de la antigua hacienda y en el caminar de su mayordomo mudo; pero algo los ató dentro de su boca y no les permitió salir. De pronto no recordó ninguno, ni siquiera uno fácil y tampoco pudo construir uno especial, como lo hacía antes. Únicamente se quedó en silencio mirándola fijamente mientras pronunciaba una sola palabra: perdón.
- ¿Qué te pasó vieja?
Escuchó detrás de él y reconoció inmediatamente al ropero a quien, desde el fondo de su corazón, envidiaba por imbécil, por descerebrado, por oportuno.
- No te preocupes.
 Fue la respuesta de los ojos verdes más hermosos que jamás pudo imaginar desde su anterior vida. Los tres segundos siguientes fueron el regreso a la verdad que había estado buscando desde siempre y que ahora no  lo reconocía. Miró con el dolor físico como ella no lo miraba y él atado a su nueva vida no podía decir nada, no podía articular palabra, hasta que en una pregunta dolorosa le alcanzó a decir:
- ¿Has escuchado la voz de la lluvia?
Vicky lo miró con recelo y extrañeza, como queriendo recordar. Como intentando zafarse del brazo de su mastodonte que la apuraba para entrar a clase. Había ciertamente algo muy familiar en esa pregunta. Algo que le recordaba quizá que el futuro es mucho más amplio de lo que la mirada llega a copar aunque esa mirada sea la más hermosa del mundo.
- No. Ultimamente no.
Dijo mientras se levantaba y tomaba la mano del gigantón que blasfemaba más de una estupidez al aire creyendo que ella lo escuchaba y retando con la mirada al antiguo Fobos, al fallecido Fobos, al renacido Fobos.
 Vicky trató de no mirar hacia atrás; pero la curiosidad la traicionaba, igual que la primera vez. Sonrió para ella y para Fobos dejó escapar una pequeña esperanza en una mirada, como una luz que lo transportó a los atardeceres en que no tenía nada, en que no esperaba nada. Como esa mañana que de pronto lo había recibido todo.
 Fobos saltó por todos lados sabiendo que había valido la pena el largo viaje desde la muerte hasta su nuevo cuerpo y su nueva vida. Desde la inexistencia hasta... ¿quién lo sabía? Y caminando se fue despidiendo de los ángeles que comenzaban a trabajar, de las golondrinas extraviadas que más bien eran chismosas porque nadie que pregunte se pierde tantos días, de la luna desvelada que quiso ver el final del capítulo, de Adalid que detrás de Vicky le aplaudía con la sonrisa más amplia que pudo encontrar y de la lluvia. De la nueva lluvia que al abrir los brazos cayó otra vez como si recibiera una orden.  Como para recordarle que no lo había abandonado y que algún día la ventana de Vicky iba a tejer versos en su voz, en la voz de la lluvia; llevando sus palabras, cautivándola sin la tristeza de antes, dejándole recados y poemas prestados en el cristal, muriéndose de amor verdadero, real y lo mejor de todo es que ese día tenía que ser pronto, muy pronto. Después de todo, quizá ese era el comienzo del verdadero destino.
Abel Velázquez