La Doctrina de Israel
por Zona Rosa


    Según la doctrina de Israel, sólo podemos estar seguros de que cuando estamos seguros de algo, nuestra seguridad es tan verdadera como el hecho de que hay letras en esta página.
    ¿Pero es que hay alguien que puede estar seguro de que hay letras en esta página?
    Seguridad tambaleante del Seguro Social o de los pañales del niño de la vecina.
    Sociedad y pañales listos para ser cagados.
    (Por eso es más fácil comprarlos por docena.)
    Según la doctrina de Israel, la seguridad se caga con su propia existencia, se supone que su  blanco linaje de abstracción diestra se ensucia con el hecho de ser porque para que el pensamiento sea, en nuestro mundo de exteriores, debe nacer con el ruido de la palabra que es pecado original de todo lo humano… Aunque yo tengo la seguridad de que Israel no hizo ningún ruido cuando nació.
    Israel nació sin ruido en una noche cualquiera de 1867.
    Su madre no dijo ni “pio”. La comadrona metió el fórceps cual sacacorchos en botella de champange rojo y voilá: ahí estaba el infante Israel, el primogénito de los judíos emigrados que más dinero tenían en el barrio aquél.
    Todo callado… Lástima que no duró mucho así.
    … Y aún ahora, el viejo ojete se tiene que empinar una botella para tragarse la risa cuando se acuerda.
    Cuando tenía diez años, el joven Israel fue expulsado de la Sinagoga por “irrespetuoso”. En aquéllos días las ideas eran más ortodoxas y los forros se fruncían demasiado aprisa con los sarcasmos de triple pliegue.
    Cuando cumplió treinta y dos, el gañán Israel se dio cuenta de que eso del judaísmo no era muy de su estilo y una picazón del pito lo sacó del barrio para explorar nuevos horizontes.
    Atrás quedaron cincuenta generaciones de semitas sin nata pero con mucha plata; Su circuncisión empezó a hacer molde por el mundo y cuando empezaba a gotear el siglo 20, el camarada Israel regresó al barrio con doce sujetos de pelo largo y una suposición de esas que se cargan a la seguridad del hombre y salen en vuelo sin escalas para el carajo.
    Al principio él y su banda de confusos barbones empezaron a reclutar ilusas so pretexto de vida comunitaria y utopía comunista.
    Muchos dicen que de ahí empezó la evolución de los hippies que plagaron la tierra en los setentas, otros muchos mejor se callan y van a comprar pañales.
    El punto es que el barrio aquél se convirtió en un “punto y aparte” porque aparte estaba el punto que los barbones querían hacer en el enunciado de la ciudad.
    Hablábanse de milagros hechos y pescados multiplicados.
    Algo debía de haber de cierto en aquello porque nadie en aquél entonces podía explicarse la subsistencia de una chusma holgazana que apestaba a sardina por milagro o por la abundancia de putas que el “punto y a parte” había jalado a la vida comunitaria… Y es que jaladas había.
    Incluso después, en el diecisiete, cuando los doce intentaron una manifestación en pro del movimiento obrero, incluso entonces hubo tantas jaladas que los barbones amanecieron con los testículos devastados y no pudieron levantar ni las nalgas, ni los carteles, ni maldita la cosa.
    Para el veinte todo había terminado.
    El camarada Israel se escapó con las golfas y los ahorros de la comuna para seguir haciendo moldes de su cabeza circuncisa en el oleaginoso material del que se hacen los sueños de las mujeres y las pesadillas de los hombres.
    El viejo ojete todavía tiene que empinarse una botella para tragarse la sonrisa cuando se acuerda… Aún y cuando tiene diez centímetros de acero clavados en las costillas.
    No era la primera vez que intentaban matarlo, así que el único que se sorprendió cuando el viejo ojete caminó hasta el escritorio y se empinó la botella, fue el estudiante que lo apuñaló.
    El Doctor Israel no derramó una gota, pero el piso igual hizo charco con carmesí fluido que no se saca ni con cloro.
    Sangre, no vino, pero igual llegó… El charco llegó al piso como llegaron los recuerdos que llegaban cada vez que intentaban matarlo.
    La cara de aquél “voy -a- clases” lo remitió a un capítulo especial de su existencia en que se temió por la subsistencia de la continuidad.
    ¡Ahhh, si!… Sobre las putas y la descendencia…. Supo que alguna de aquéllas abnegadas mujeres se había embarazado y que más de una se había atrevido incluso a parirle un hijo.
    Las demandas de paternidad se le impactaban en el chaleco como balas de atentado cada vez que pisaba una nueva patria  y cada vez el chaleco las repelía como si estuviera blindado o de plano la suerte fuera su esclava.
    El profesor Israel siempre abandonaba las fronteras en primera, sin pagar boleto y sin reconocer descendencia alguna. Todo a costa de la institución que se tragaba su doctrina y lo mandaba a difundirla en el extranjero.
    Las cosas terminaron  por cambiar por ahí del cuarenta y siete, cuando ya tenía ochenta años y el soldado no le disparaba mas que gases con olor a infarto aunque aún cogiera.
    El cambio vino cuando conoció a una criatura que se presentaba en un sótano de Pigalle, en mitad de un escenario de cortinas rojas y mortecinos reflectores de pre-guerra que lloraban luces amarillas sobre un banquillo de madera. Ahí se sentaba la criatura cuando terminaban de pagar los que iban a hacerlo; Entraba a la vista con una bata de terciopelo rosa que respiraba sobre su piel como una bestia parasitaria en plena depredación.
    Maquillada como mujerzuela de calles aledañas, cara inocente de niña que no podía tener más de doce años.
    El vello parasitario caía de golpe y poco a poco,  mientras la mirada de los espectadores bajaba desde la sombra vulgar de los ojos tiernos hasta el cuello delicado, los senos diminutos y el vientre inflamado de preñez,  el anunciador bramaba una letanía en francés infame que presentaba a Madeomoiselle “Em”, el andrógino de la inmaculada concepción. Entonces los ojos llegaban al final del vientre y descubrían dos sacos peludos que definitivamente no eran parte de un cuerpo de mujer.
    La mente se tardaba unos segundos en asimilarlo.
    ¿Veinte francos por ver a una niña con una malformación sexual?
    Algunos segundos mas y llegaba la calma del bolsillo: Aquello no era una niña, era algo cuya vista bien valía los veinte francos.
    Impresionante sin duda.
    La mayoría de los espectadores sentían una agitación tremenda en el morbo y daban por satisfechos a sus veinte francos, pero el morbo del profesor Israel se cotizaba en mucho más, así que aquélla exhibición sólo sirvió para hacerle ver al octogenario trotamundos, que hasta los más bizarros engendros podían ser interesantes si contaban con descendencia.
    La afinidad fue demasiada y cuando el espectáculo terminó, solo se necesitaron unos minutos para lograr la adquisición a largo plazo de las crías de la criatura.  El profesor Israel pensó que serían valiosos instrumentos para mantener su interés por la vida… Por lo menos hasta que alguien le encajara un acero de diez centímetros en las costillas.
    El vino se acabó y la sonrisa terminó de llegar a sus adentros para salirse quizá por el hoyo que separaba sus carnes entre el acero.
    ¡Dolía como el carajo!
    (Y eso que nadie ha logrado detener a un carajo para preguntarle cómo duele.)
    El Doctor Israel regresó la botella al escritorio y aprovechó para sostenerse en la inseguridad de un suelo lubricado con su sangre.
    Probado estaba que aquél carmesí lubricaba igual arterias que pisos de mosaico, o anos arremetidos.
    (No pregunten cómo)
    Hacía algunos días, la Universidad de Estocolmo le había otorgado un premio especial por la aplicación de su doctrina del conocimiento limitado a la hipótesis del caos aparente.
    Subiendo los escalones hacia el premio, el admirado filósofo se vio arrastrado hacia un  suelo resbaloso que no ubicaba bien ni en el pasado ni en el futuro… Quizá solo había sido un lamentable caso de nervios indecisos sacudiéndole las piernas o quizá alguien había sangrado en el estrado para hacerlo caer.
    ¡Pinches estocolmos traviesos!
    Cuando la sonrisa iba a llegar de nuevo, recordó que la botella estaba vacía,  se abstuvo con dificultad de torcer los labios y se volvió a ver al estudiante asesino en una rotación que le llevó mas de dos minutos.
    ¿Pero que esperaban de un anciano de ciento treinta y tres años? ¿Esencia de gardenias?
    Lentitud y rancias flatulencias; Recuerdos y giros diurnos de a dos minutos.
    El piso lubricado como el trasero de su tío Romario.
    Lo más difícil de mantenerse en pie mientras la sangre te inunda los pulmones es mantener la cara derecha.
    El dolor suele torcer mas que los dobleces de la vida… Y dobleces había.
    El estudiante asesino que tenía enfrente temblaba como si un aire divino se le hubiera deslizado por la cola.
    ¡Divino aire polaco (la)!
    Si hubiera soplado cuando el doctor y el estudiante se encontraron por primera vez, el anciano ojete habría sospechado lo suficiente como para tomar precauciones y no terminar girando sobre su eje con un acero de diez centímetros en el pecho.
    Se doblan las expectativas y termina uno con el reverso de la fortuna, los calzones al revés y un acero en los pulmones.
    El estudiante había llegado con el pretexto de solicitar un trabajo de maestro sustituto.
    El viejo ojete pensó en humillarlo un rato, reírse a sus costillas y luego mandarlo al chingar a su madre porque de todos modos, él ya le había echado el ojo a una muchacha de enormes tetas para que fuera su adjunta.
    Saludo respetuoso.
    ¡Doblez!
    Frase de venganza y cuchillo en las costillas.
    ¡Ayyyyy!
    La cosa sería muy dolorosa si no fuera tan irónica.
    “En verdad te digo que ciento treinta y tres años matan mas que una navaja.”
    Doblez.
    … Y el acero dejó el pulmón, y el estudiante asesino estuvo a punto de desmayarse.
    La mortal seguridad que había impulsado al switchblade hacia los adentros del viejo, se disolvió como las letras de esta página se disolverán en los días que sigan tras el último revés.
    No, pero no es de caballeros desacreditar el valor del homicida pasmado, o al menos no del todo. Yo creo que cualquiera que hubiera visto a una pasa ambulatoria sacarse una navaja del costado, se habría quedado estático, sobre todo teniendo la descendencia que el estudiante clamaba tener.
    ¡Pero claro!
    La descendencia de aquél gargajo sin escupir también tenía que ver con sus patas temblorosas.
    Viéndolo ahí,  sin saber si mojar los zapatos o fingir la danza del mariposón, el doctor Israel no tuvo duda de que aquél estudiante que clamaba venganza por la muerte de su padre era realmente hijo de Emanuel, el niño  que había comprado en       Pigalle hacía ya más de cincuenta años.
    ¡Ay si!: “Padre, padre, ¿Por qué me has abandonado?”
    ¡Por pendejo!
    Nuevos recuerdos que sin embargo tenían mas de quince años.
    Las palabras se le habían aglomerado en la boca cual tapón en caño cuando los policías apañaron a su hijo putotivo y lo redujeron a una bolsa de huesos molidos con prácticas jaretas para llevar.
    (¡En lugar de salir corriendo!)
     ¡Ay si!: “Padre, padre, ¿Por qué me has abandonado?”
    En aquellos días, el profesor Israel había logrado establecer una influencia determinante en la comunidad artística de San Francisco.
    La desesperanza necesitaba nuevos causes y la paranoia invalidaba toda seguridad, así que los intelectualoides de la época se tragaban las palabras del anciano mejor que si fueran pollo regalado. Incluso si decía que Emanuel tenía talento.
    Había enormes filas para ver a la rutilante estrella que ostentaba tan preeminentes gracias  clientelares. Todos querían oír los misteriosos cantos de Emanuel, todos querían la oportunidad de quebrarse la cabeza con  sus letras diseñadas para sembrar duda y cultivar alabanzas de pendejos que creían encontrar un mensaje en aquéllos recortes salpicados de canción.
    Palabras aisladas mas ansias de redención sobre desesperanza de guerra fría, igual a éxito seguro entre la masa de intelecto inflado.
    Emanuel empezaba a tenerlo todo: Fama, fortuna y la cabeza caliente.
    El profesor Israel se encargaba de los críticos, de los dueños de los clubes, e incluso de las autoridades que podía comprar para abrirle el campo a su precioso experimento.
    Todo en el Santo nombre de la diversión.
    Era maravilloso mirar a su engendro entre los mortales; Verlo realizar lo que las arrugas ya no lo dejaban hacer.
    Agitación pura y simple, anarquía deleitable que jala caderas ondulantes y sonrisas post-coito.
    Emanuel cuestionaba a la masa con sus propios temores, los revolvía con sus propios pensamientos y trataba de convencerlos de qué el también era uno de ellos a pesar de haber sido engendrado por una criatura que no era ni hombre ni mujer ni nada por el estilo.
    El profesor Israel perdió muchas botellas tratando de tragarse la risa que le provocaba, pero lamentablemente, luego empezó a perder más.
    Los sobornos empezaron a calcularse en dígitos que ni el mas encumbrado intelectual multiusos  podría haber pagado y los intentos de Emanuel por trascender en la escena cultural de aquel ecléctico pueblo de discordia habían empezado a llegar a extremos peligrosos…. El idiota incluso tuvo la ocurrencia de confesar haber participado en una demostración anarquista que había implicado el uso ilegal de doscientos litros de mayonesa y diez patrullas del honorable cuerpo de policía de la ciudad.
    Cuando lo apañaron, el viejo ojete lo vio todo desde su oficina y lo único que pudo hacer fue tragarse un “por pendejo” mientras los golpes caían como una manada de bestias sobre su presa.
    Veinte años después, los dobleces de la vida le daban  oportunidad de escupir la frase aunque no tuviera el mismo sentido.
    “¡Por pendejo!”
    El viejo ojete avanzó lentamente con el switchblade en la mano y una intención extraña que empezó a ronronearle entre las memorias marchitas que llevaba en la mente como suyas. Se imaginó a sí mismo en un futuro cercano…. Algo tenía que ver la navaja en todo aquello.
    ¡Seguridad! ¡Seguridad!… ¿¡Por que nadie le llamaba a seguridad?!
    Según la doctrina de Israel, la valoración de la conducta individual se deriva del contexto.
    Una conducta que en un contexto determinado sería plenamente reprochable, en otro contexto podría ser plenamente justificable y hasta alentada.
    La seguridad se acaba junto con las condiciones.
    ¿Cuáles serían las condiciones que se acabaron en aquél momento?

    Las mismas que se habían acabado en San Francisco junto con una botella y una bolsa de huesos molidos.
    Había que volver a hacer condiciones, había que volver a doblar la historia.
    Y si… A aquél no lo iban a agarrar desarmado.
    Un doblez más.
     El Santo Israel dio su bendición mientras ascendía a la enfermería y Pedro tomó su switchblade para regresar al mundo a difundir la doctrina a navajazos.

Zona Rosa